domingo, 2 de noviembre de 2014

PLATERO CUMPLE CIEN AÑOS

Quién se lo iba a decir a él, tan presumido siempre, tan remilgado y mimado, que iba a cumplir cien años, y como si nada, como si acabara de estrenar sus cuatro años, cuando Juan Ramón lo llevaba al prado, donde acariciaba tibiamente, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas, o cuando paseaba sobre él los domingos por las callejuelas del pueblo de Moguer, mientras la gente al verlo se quedaba mirándolo y en voz baja decían, tien asero. Acero y plata al mismo tiempo.
Platero y yo, ya es un título centenario y universal, aunque de ninguna manera aparenta el siglo que carga sobre sus peludas y blancas espaldas este delicioso libro de Juan Ramón, que él siempre dijo que no lo había escrito para los niños, porque según afirmaba el poeta, nunca había escrito ni escribiría para los niños, porque ellos pueden leer lo que leen los hombres, salvo excepciones que a todos se nos ocurren.
Es por ello que difícilmente podríamos señalarlo como el primer libro, el primer poema en prosa, o la primera prosa poética, que de ambas formas podemos calificarlo, pese a que a muchos nos suene como tal, como nuestra primera aventura literaria, debido a la dulzura y a la extrema sensibilidad con que Juan Ramón trata a Platero, en una narración que despierta la simpatía y el cariñoso afecto por parte de los niños, de un delicado animal con el que el autor mantiene una relación afectiva más próxima a un ser humano que a un delicioso burrito, pequeño y suave, donde los espejos de azabache de sus ojos, son cual dos escarabajos de cristal negro.
Sin embargo, mis recuerdos y los de tantos que un día fuimos tiernos infantes, recordamos a Platero en la escuela, donde con frecuencia se hacía presente a través de las lecturas, que no siempre se limitaban a las clásicas Cien Figuras Españolas, y que en cualquier caso, creo recordar que se le citaba de vez en cuando, que venía a cuento en determinadas ocasiones y que el maestro nos hablaba de él, pues aunque aquellos tiempos quedan ya muy lejanos, quiero recordar que Platero ya estaba en nuestras infantiles mentes, que quedaban prendadas de la sutil y encantadora figura del blanco y peludo animal, cuya imagen quedó grabada para siempre en nuestras mentes.
Resulta, por lo tanto, complicado citar a Platero y Yo como nuestro primer libro, porque creo que jamás pasamos del primer capítulo, el más conocido, el que tiernamente lo describe, y que al igual que nos ocurre con el Principito de Saint Exupéry, todos creemos haberlo leído, más bien porque pensamos que debiéramos haberlo hecho, que por haber llevado a cabo su lectura. No ocurre lo mismo con Juan Salvador Gaviota, de Richard Bach, leído y releído en la adolescencia o de El Extranjero de Albert Camus, en la juventud, libros que recuerdo a la perfección y que marcaron toda una época en mi vida.
No es Platero y yo, tal como afirmó Juan Ramón Jiménez, un libro expresamente escrito para los niños, ni de hecho lo es, como se descubre al avanzar en sus numerosos capítulos, donde la comprensión de las metáforas y de los giros lingüísticos, resultan en exceso complicados para una mente infantil.
Pero sin embargo, es un libro que nos sugiere de inmediato la infancia como destinataria de tan mágico, ingenioso y delicado relato, donde el protagonista es un delicado y delicioso animal, pequeño, peludo y suave, tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que cumple ahora un siglo de dulce y feliz existencia entre nosotros, y que seguimos recordándolo junto a Juan Ramón, su amigo del alma.

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