Quién se lo iba a decir a él,
tan presumido siempre, tan remilgado y mimado, que iba a cumplir cien años, y
como si nada, como si acabara de estrenar sus cuatro años, cuando Juan Ramón lo
llevaba al prado, donde acariciaba tibiamente, rozándolas apenas, las
florecillas rosas, celestes y gualdas, o cuando paseaba sobre él los domingos
por las callejuelas del pueblo de Moguer, mientras la gente al verlo se quedaba
mirándolo y en voz baja decían, tien asero. Acero y plata al mismo tiempo.
Platero y yo, ya es un título
centenario y universal, aunque de ninguna manera aparenta el siglo que carga
sobre sus peludas y blancas espaldas este delicioso libro de Juan Ramón, que él
siempre dijo que no lo había escrito para los niños, porque según afirmaba el
poeta, nunca había escrito ni escribiría para los niños, porque ellos pueden
leer lo que leen los hombres, salvo excepciones que a todos se nos ocurren.
Es por ello que difícilmente
podríamos señalarlo como el primer libro, el primer poema en prosa, o la
primera prosa poética, que de ambas formas podemos calificarlo, pese a que a
muchos nos suene como tal, como nuestra primera aventura literaria, debido a la
dulzura y a la extrema sensibilidad con que Juan Ramón trata a Platero, en una
narración que despierta la simpatía y el cariñoso afecto por parte de los
niños, de un delicado animal con el que el autor mantiene una relación afectiva
más próxima a un ser humano que a un delicioso burrito, pequeño y suave, donde
los espejos de azabache de sus ojos, son cual dos escarabajos de cristal negro.
Sin embargo, mis recuerdos y
los de tantos que un día fuimos tiernos infantes, recordamos a Platero en la
escuela, donde con frecuencia se hacía presente a través de las lecturas, que
no siempre se limitaban a las clásicas Cien Figuras Españolas, y que en
cualquier caso, creo recordar que se le citaba de vez en cuando, que venía a
cuento en determinadas ocasiones y que el maestro nos hablaba de él, pues
aunque aquellos tiempos quedan ya muy lejanos, quiero recordar que Platero ya
estaba en nuestras infantiles mentes, que quedaban prendadas de la sutil y
encantadora figura del blanco y peludo animal, cuya imagen quedó grabada para
siempre en nuestras mentes.
Resulta, por lo tanto,
complicado citar a Platero y Yo como nuestro primer libro, porque creo que
jamás pasamos del primer capítulo, el más conocido, el que tiernamente lo
describe, y que al igual que nos ocurre con el Principito de Saint Exupéry,
todos creemos haberlo leído, más bien porque pensamos que debiéramos haberlo
hecho, que por haber llevado a cabo su lectura. No ocurre lo mismo con Juan
Salvador Gaviota, de Richard Bach, leído y releído en la adolescencia o de El
Extranjero de Albert Camus, en la juventud, libros que recuerdo a la perfección
y que marcaron toda una época en mi vida.
No es Platero y yo, tal como
afirmó Juan Ramón Jiménez, un libro expresamente escrito para los niños, ni de
hecho lo es, como se descubre al avanzar en sus numerosos capítulos, donde la
comprensión de las metáforas y de los giros lingüísticos, resultan en exceso
complicados para una mente infantil.
Pero sin embargo, es un libro
que nos sugiere de inmediato la infancia como destinataria de tan mágico,
ingenioso y delicado relato, donde el protagonista es un delicado y delicioso
animal, pequeño, peludo y suave, tan blando por fuera, que se diría todo de
algodón, que cumple ahora un siglo de dulce y feliz existencia entre nosotros, y
que seguimos recordándolo junto a Juan Ramón, su amigo del alma.
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