Somos muy dados aquí, a
celebrar efemérides, acontecimientos y hechos varios sucedidos a través de una
historia marcada por innumerables eventos que nos gusta recordar, bien
personales, bien sociales o colectivos, que suelen tener un carácter meramente
lúdico y festivo en unos casos, y en otros suelen adquirir un tinte histórico, más
o menos partidista, dependiendo de aquel que lo cuenta, y que no es sino el
reflejo de la subjetividad chauvinista del País que lo narra, que lógicamente
no va a coincidir con el adversario, dándose también hechos más o menos
objetivos, que en cualquier caso no siempre son fieles a la expresión tan
recurrida de que quién olvida su historia está condenado a repetirla, con lo
que la oportunidad de que volvamos a caer en los mismos errores, suele darse
con harta frecuencia.
El día 9 de noviembre de este
año de dos mil catorce, se celebrarán dos acontecimientos que guardan una
semejanza en cuanto a su naturaleza, aunque de signo muy diferente. Ambos se
oponen frontalmente, uno de ellos en ciernes, a punto de sentar las bases para
su posterior celebración en el futuro, y el otro con veinticinco años ya a sus
espaldas, por lo que lo único que motiva su puesta en común, es la esencia de
los mismos, que es la existencia de un muro físico con enormes repercusiones
sociales que tuvo en el pasado, y que afortunadamente desapareció con toda su
podredumbre, hace ya un cuarto de siglo, y que separó en dos a un País,
Alemania, durante casi cuarenta años, mientras que el otro muro se está
fraguando ahora y aquí, en España, con el objetivo de llevar a cabo la misma
acción: dividir en dos a un País, después de casi dos mil años de historia.
Se celebra el 9 de noviembre,
los veinticinco años de la caída del muro de Berlín, el muro de la vergüenza
como siempre fue conocido, que durante treinta y ocho años separó dolorosamente
a Alemania, partiéndola en dos, y dando lugar a la Alemania del Este, que
después de la dictadura nazi, se tuvo que enfrentar a una férrea dictadura
comunista, y a la Alemania del Oeste, que contempló durante todos esos años
cómo una dura y monstruosa construcción de piedra se alzó para separar a
familias enteras, provocando la aparición del llamado telón de acero, que dejaba
a un lado a la Europa Oriental y al otro la Europa Occidental, que tardó un
cuarto de siglo en derruirse ante el vigoroso y humano empuje que las ansias de
libertad provocaron en los ciudadanos de ambos lados del odioso muro.
La otra efemérides que se dará
el mismo día 9 de noviembre, pero de este años 2014 y, que quizás tengamos la
oportunidad de lamentar en un futuro más o menos cercano, viene dada por los
acontecimientos que vivimos aquí, en nuestro País, donde desde hace poco tiempo
se han desatado con extrema intensidad las ansias nacionalistas en Cataluña,
que pretende la sedición de esa región del resto de España, ocasionando con
ello el levantamiento de otro muro que separe a dos territorios que han
permanecido unidos desde siempre.
Para ello, y pese a todos los
obstáculos que el gobierno ha opuesto, ateniéndose a la legalidad
constitucional, que sólo permite al Estado las consultas y los referéndums, el
gobierno Catalán, pese a que dice respetar dicha legalidad, y con el argumento
de que la consulta no tiene efectos jurídicos, han decidido sacar las urnas a
la calle, sin censo alguno, sin garantías de ningún tipo, simplemente con los
votantes que previamente se hayan inscrito o que se presenten a tal efecto.
Quienes afirman que si se lleva
a cabo, no tendrá efecto alguno, se equivocan, ya que los resultados que
arrojaría dicha consulta, serían sin duda abrumadores, pues los partidarios del
no a la independencia, como cabe suponer, se abstendrían, por lo que el
porcentaje que saldría por el sí a la secesión, sería enormemente favorable a
esta opción.
Los más puristas dirán que de
todas formas, estos resultados no tienen ningún valor, que no son de derecho, que
están al margen de la Constitución y de las leyes que la desarrollan. Pero sin
embargo parecen olvidar, que de hecho, la repercusión social y política, sobre
todo internacional, va a ser muy considerable, y eso no se puede obviar de
ninguna manera, y necesariamente ha de tomarse en muy seria consideración.
De todas formas, la meta que
ahora se proponen, y más aún con el aval de los resultados obtenidos en este
simulacro de votación, consistirá en llevar a cabo unas elecciones
plebiscitarias, para a continuación declarar unilateralmente la independencia,
consiguiendo así que un muro de incomprensión e insolidaridad se instale en
nuestro País, dividiéndolo y separándolo, y así, mientras el muro de Berlín
celebra su caída, aquí, en esta España cansada y fatigada, un nuevo e
insolidario muro pugna por alzarse.
Cuando el muro de Berlín se
derribó, aquel inolvidable 9 de noviembre, millones de seres humanos en todo el
mundo experimentamos un alivio y una inmensa alegría. Sentíamos aquella
situación casi como una dolorosa afrenta personal ante el significado que tenía
aquel odioso muro capaz de separar injusta y cruelmente a los ciudadanos de un
mismo País. Lo que ahora experimenta una gran mayoría de la población ante la
posibilidad de la secesión de Cataluña, es simple y llanamente una profunda
incomprensión y un rechazo total ante una situación absurda, ridícula y fuera
de lugar en una Europa cada vez más fragmentada.
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