miércoles, 17 de junio de 2015

ADA Y MANUELA

La mayoría de la población de este País, después de la última convocatoria en las urnas, de una forma clara y serena, propia de una democracia moderna, aún tiene que digerir y asimilar unos resultados sorprendentes en las elecciones municipales y autonómicas que han tenido lugar, en una España que es capaz de todo, incluso de demostrar a quien quiera abrir los ojos y la mente con suficiente capacidad de entendimiento y una mínima dosis de objetividad, que está dispuesta a llevar a cabo un cambio político sin precedentes.
Un cambio que ha decidido y protagonizado, voluntaria y resueltamente, una ciudadanía que se ha mostrado valiente y ejemplar en todos los sentidos, y ha resuelto cambiar un statu quo, que ya duraba demasiado tiempo, y que ha juzgado como obsoleto, después de tanto tiempo soportando un omnipresente bipartidismo que no podía representar a todos los sectores de una población tan variopinta, tan diversa y con tantas y tan múltiples sensibilidades, que de ninguna forma podían sentirse representadas con el actual estado de cosas.
Si a todo ello añadimos la convulsa situación política y social en la que llevamos inmersos, con la corrupción de una clase política desprestigiada, un paro desmedido, el sufrimiento por los recortes sociales y laborales, así como por los dramáticos desahucios a la orden del día, y la falta de expectativas para una juventud sin futuro, el desenlace era fácil de intuir ante semejante panorama.
Se ha materializado en las urnas, con unos resultados que han superado las expectativas más arriesgadas, en una debacle de los dos grandes partidos, fundamentalmente del que sustenta al gobierno, que ha sufrido una pérdida de 2.500.000 votos, mientras que la oposición se ha dejado 800,000 en el camino.
Las candidaturas ciudadanas han recogido todo el descontento de un importante sector de la población y se han erigido en los depositarios de la confianza de casi la mitad de los votantes. Algo más que significativo, que denota el hartazgo de los ciudadanos y su terminante y decidida intención de castigar a unos y de otorgar su favor a otros, en un cambio radical que ha dejado asombrados a propios y extraños.
Vislumbrar la más que segura probabilidad de que Manuela Carmena y Ada Colau, gobiernen los dos principales ayuntamientos de España, Madrid y Barcelona, respectivamente, constituye, además de una grata sorpresa, un soplo de aire fresco y una ilusionante e inequívoca señal de que algo está cambiando.
Dos mujeres, dos esperanzas de que algo nuevo y diferente está a punto de suceder, para contento y satisfacción de tanta gente que lleva esperando un cambio de esta dimensión, se erigen como protagonistas de esta situación, junto con otras muchas personas de la misma capacidad, que ocuparán cargos de relevancia.
Manuela, procedente de la carrera judicial, magistrada durante muchos años, es una persona próxima, afable, sencilla, noble y de un carácter agradable, humano y sensible, capaz de extender la mano a su oponente que trataba de desprestigiarla: ambas somos abuelas, le dice; seguro que podemos entendernos.
Ada, luchadora incansable siempre en pro de los desahuciados, por los que tanto ha luchado y tanto ha conseguido, es una persona inteligente, capaz, sensata, con una enorme capacidad de trabajo y una disposición admirable para luchar contra todo tipo de injusticia y abuso que pueda cometerse contra los ciudadanos.
Dos personas muy valiosas, en las que se han depositado muchas esperanzas. Suerte para ambas.

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