miércoles, 1 de julio de 2015

LOS CIEN DÍAS

No suele abundar, precisamente, que la cortesía y las buenas formas presidan las relaciones entre las formaciones políticas de este País, sino que más bien al contrario, la mala educación, la agresividad y la ausencia total de la más elemental elegancia, acostumbran a dominar estas inexistentes y diplomáticas formas de mantener una relación mínimamente cordial.
Existe desde siempre un acuerdo tácito por parte de medios de todo signo y contendientes políticos, consistente en dar un plazo de cien días a quienes se han visto aupados al gobierno, bien estatal, bien autonómico o local, con el objeto de respetar ese tiempo antes de comenzar a poner en cuestión cuantas decisiones se puedan tomar a partir de entonces, pero, manteniendo una tregua durante esa centena de días.
Pero lo cierto es que rara vez se respeta ese acuerdo no escrito, y desde el primer día unos y otros se arrojan andanadas de todo signo y profundidad, sin dar ocasión al adversario de disfrutar de ese tiempo, en un ejercicio de indignidad política, en el caso de los partidos, y de una absoluta falta de neutralidad informativa, si de los medios de comunicación se trata.
Llegan a extremos inconcebibles en unos representantes de la voluntad popular, que en absoluto les autoriza para llevar a cabo unos comportamientos que rayan en lo antidemocrático, primero, en lo soez y grosero, después, y en una alarmante falta de respeto siempre, algo que descalifica a quienes en definitiva no son, sino unos servidores públicos, elegidos por los ciudadanos, y que debieran ser los primeros en observar y respetar las reglas de la honestidad y de la respetabilidad más elementales no escritas.
El esperpento llega hasta el mismo gobierno, dónde la vicepresidenta, en un alarde de una absoluta desmemoria, llama radicales a las candidaturas ciudadanas constituidas en numerosos ayuntamientos que antes ellos presidían. Este es un ejemplo más de cómo hasta una representante del ejecutivo, descarga toda su agresividad dialéctica contra unos representantes elegidos por la población, olvidándose de concederles al menos esos cien días, antes de soltar su crispado y crítico discurso.
Nadie respeta ya nada. Todo vale con tal de dejar en evidencia al oponente a base de vilipendiar, de insultar y de tergiversar si es preciso a un contrario que responderá con las mismas armas, dando origen a un escenario lamentable, que desconcierta a unos ciudadanos que no dan crédito a lo que ven, protagonizado por aquellos en quienes depositaron sus esperanzas de mejorar el gobierno de la administración.
 Todos contra todos, no hay reglas ni buenas formas, ni honestidad, ni respeto, ni ética alguna. Nada en este aspecto  parece haber cambiado. Todo parece continuar como solía, pese a los aires de cambio que se han visto sustanciados en los resultados obtenidos en las elecciones autonómicas y locales, y que han dado como principal novedad, la desaparición del bipartidismo imperante hasta ahora, a costa de la enorme fragmentación habida, en la que las candidaturas ciudadanas han obrado semejante mudanza.
Cabe requerir a los representantes de dichos partidos, para que observen un comportamiento elegante y unas maneras respetuosas, acorde con los cargos que ocupan. El mandato que los ciudadanos les han otorgado, así lo impone, al menos, durante esos cien primeros días. Después todos los controles serán pocos.

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