No suele abundar, precisamente,
que la cortesía y las buenas formas presidan las relaciones entre las formaciones
políticas de este País, sino que más bien al contrario, la mala educación, la
agresividad y la ausencia total de la más elemental elegancia, acostumbran a
dominar estas inexistentes y diplomáticas formas de mantener una relación
mínimamente cordial.
Existe desde siempre un acuerdo
tácito por parte de medios de todo signo y contendientes políticos, consistente
en dar un plazo de cien días a quienes se han visto aupados al gobierno, bien
estatal, bien autonómico o local, con el objeto de respetar ese tiempo antes de
comenzar a poner en cuestión cuantas decisiones se puedan tomar a partir de
entonces, pero, manteniendo una tregua durante esa centena de días.
Pero lo cierto es que rara vez
se respeta ese acuerdo no escrito, y desde el primer día unos y otros se
arrojan andanadas de todo signo y profundidad, sin dar ocasión al adversario de
disfrutar de ese tiempo, en un ejercicio de indignidad política, en el caso de
los partidos, y de una absoluta falta de neutralidad informativa, si de los
medios de comunicación se trata.
Llegan a extremos inconcebibles
en unos representantes de la voluntad popular, que en absoluto les autoriza
para llevar a cabo unos comportamientos que rayan en lo antidemocrático,
primero, en lo soez y grosero, después, y en una alarmante falta de respeto
siempre, algo que descalifica a quienes en definitiva no son, sino unos
servidores públicos, elegidos por los ciudadanos, y que debieran ser los
primeros en observar y respetar las reglas de la honestidad y de la
respetabilidad más elementales no escritas.
El esperpento llega hasta el
mismo gobierno, dónde la vicepresidenta, en un alarde de una absoluta
desmemoria, llama radicales a las candidaturas ciudadanas constituidas en
numerosos ayuntamientos que antes ellos presidían. Este es un ejemplo más de
cómo hasta una representante del ejecutivo, descarga toda su agresividad
dialéctica contra unos representantes elegidos por la población, olvidándose de
concederles al menos esos cien días, antes de soltar su crispado y crítico
discurso.
Nadie respeta ya nada. Todo
vale con tal de dejar en evidencia al oponente a base de vilipendiar, de
insultar y de tergiversar si es preciso a un contrario que responderá con las
mismas armas, dando origen a un escenario lamentable, que desconcierta a unos
ciudadanos que no dan crédito a lo que ven, protagonizado por aquellos en
quienes depositaron sus esperanzas de mejorar el gobierno de la administración.
Todos contra todos, no hay reglas ni buenas
formas, ni honestidad, ni respeto, ni ética alguna. Nada en este aspecto parece haber cambiado. Todo parece continuar
como solía, pese a los aires de cambio que se han visto sustanciados en los
resultados obtenidos en las elecciones autonómicas y locales, y que han dado
como principal novedad, la desaparición del bipartidismo imperante hasta ahora,
a costa de la enorme fragmentación habida, en la que las candidaturas
ciudadanas han obrado semejante mudanza.
Cabe requerir a los
representantes de dichos partidos, para que observen un comportamiento elegante
y unas maneras respetuosas, acorde con los cargos que ocupan. El mandato que
los ciudadanos les han otorgado, así lo impone, al menos, durante esos cien
primeros días. Después todos los controles serán pocos.
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