Que la vida se empeña a veces
en dar muchas vueltas, es algo más que una frase hecha, que una socorrida sentencia
a la que en ciertas ocasiones recurrimos, o más bien nos acogemos, para
explicar hechos, situaciones y circunstancias varias, que nos suceden u
observamos en otros, en la cotidiana y cambiante existencia a la que nos vemos
abocados, la mayoría de las ocasiones para nuestra sorpresa y asombro.
Después de treinta y siete
largos años, he vuelto a establecer contacto con dos amigos, a los que no veía
desde entonces, desde hace casi cuatro décadas, y con los que ningún tipo de
comunicación he mantenido en todo este tiempo. Algo realmente sorprendente, y
que ha traído un punto de frescura a nuestra existencia.
Ello ha sido posible, como no,
merced a las redes sociales, hoy tan extendidas, y que en nuestra época ni
siquiera podían soñarse con su existencia, pese a que nuestra imaginación volva
de vez en cuando de una portentosa manera, y no precisamente por voluntaria
iniciativa en busca de lo que el futuro pudiera depararnos, sino más bien por
otras causas más “espontáneas”, deleitablemente inconfesables
Después de las obligadas y
extensas citas a aquellas experiencias vividas en común, les pregunté, qué es
lo que recordaban de mí, cómo me veían, cuál era el rasgo más característico de
mi carácter, de mi personalidad de entonces, algo por lo que sentía una gran
curiosidad.
Eras un “antisistema”, me dijo
uno de ellos, mientras que el otro, me recordaba con una sola palabra, una única
expresión, muy amplia, pero a la vez clara y concisa: me definía como “contrario”.
Es decir, en aquella época, por lo visto, los principales rasgos de mi
carácter, de mi comportamiento, se limitaban a las siguientes características:
era un antisistema y un contrario.
Dos rasgos con los que me
calificaban mis buenos amigos, cuya amistad había recuperado después de media
vida, sin saber nada los unos de los otros, con los que conviví durante no
muchos años, allá por la segunda mitad de la década de los setenta, tan
importante, impactante, y decisiva para este País, que marcó toda una época,
absolutamente clave, de la historia política y social de España.
No era nada fácil en aquellos
tiempos ser un antisistema, aunque mostrarse como tal, era bastante corriente,
común y hasta lógico, casi obligado, dadas las difíciles circunstancias
políticas por las que pasaba España, en una época en la que todas las
libertades nos eran negadas.
En cuanto al calificativo de
contrario, entiendo que debe explicarse como complementario del antisistema,
pues esta última actitud requiera de la anterior para poder llevarla a cabo,
dado el hecho de que para oponerse y negar al régimen entonces imperante - una
dictadura pura y dura – sólo llevándole la contraria, podría entenderse. No
veo, por lo tanto, discrepancia entre ambas opiniones.
Y hoy, muchos lustros de
democracia después, nos encontramos con una corriente cada vez más creciente de
grupos que se autodenominan así, antisistema, y que se oponen de una manera
diferente, fácil, ramplona, pedante y descafeinada sin duda, a la que llevábamos
a cabo en los férreos tiempos aquellos, tan diferentes en todo a los presentes.
Los antisistema de hoy en día,
se oponen a todo. Por sistema. Una redundancia que equivale a nada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario