El himno nacional francés, se
ha convertido en un canto internacional a la libertad y al rechazo de la
violencia desatada por el fanatismo, que ha dejado un espantoso rastro de
muerte en la capital de Francia, al igual que sucediera en Nueva York el once
de septiembre de dos mil uno, en Madrid el once de marzo de dos mil cuatro, en
Londres, el siete de julio de dos mil cinco, y ahora en Paris, el trece de
noviembre de este año de dos mil quince.
Estos son sólo algunos de los
atentados que el mundo ha sufrido, referidos a Europa, por quienes se han
empeñado en golpear cruelmente a una población civil, siempre inocente, que
ninguna responsabilidad tiene en decisiones y resoluciones que según ellos
ofenden su dignidad y sus creencias, y a los que únicamente puede acusárseles
de ejercer la libertad en todas sus manifestaciones, a las que por otra parte
todo ser humano tiene un irrenunciable derecho.
En las principales ciudades del
mundo, los ciudadanos han salido a la calle para poner de manifiesto su repulsa
ante unos atentados que se han dirigido de forma indiscriminada contra una
población civil indefensa, que en uso de su libertad, se encontraban en centros
de recreo y diversión o paseando por la calle, como ha sucedido en Paris, en
sus puestos de trabajo o dirigiéndose a ellos como ocurrió en Nueva York,
Madrid o Londres, y en otras ciudades del mundo, no necesariamente de América y
Europa, donde la intolerancia y el fanatismo han dejado un desolador rastro de
muerte y destrucción.
Entonando el himno nacional
francés, el mundo libre ha querido mostrar su repulsa mediante la declamación
de la letra de esta proclama nacional, que tiene su origen en el siglo XVIII, y
que a lo largo de la historia ha sido prohibido y vuelto a autorizar, hasta que
ya en pleno siglo XX fue proclamado definitivamente como himno nacional de
Francia.
A las armas, ciudadanos, formad
vuestros batallones, marchemos, marchemos, que una sangre impura, empape
nuestros surcos, que tus enemigos moribundos, vean tu triunfo y nuestra gloria.
Son estos algunos pasajes de un
himno largo y trufado de llamadas a la defensa de la patria y de la libertad,
no exento de citas que suenan excesivamente duras, a veces incluso agresivas,
que llaman a la utilización de las armas como medio de defensa ante un enconado
y feroz enemigo.
Como sin duda lo es el
invisible ejército que infiltrado entre la población, golpea cruelmente no sólo
en Europa, sino en países árabes, donde son tantos y tan frecuentes los golpes
que allí asestan, y a los que ya apenas les damos y les dan la relevancia que
merecen los medios de comunicación, como si la vida de aquellas gentes estuvieran
por debajo del nivel de las del primer mundo, como si tuvieran menos valor a
nuestros ojos.
Hasta este extremo hemos
llegado en occidente, dónde ahora se pretende incrementar los ataques a las
bases de los que nos odian a muerte. Un odio, que se incrementó, o quizás más
bien surgió, cuando se llevó a cabo aquella estúpida guerra de agresión sin
justificación alguna en Irak, dónde tantos civiles perdieron y siguen perdiendo
sus vidas en los tristemente denominados daños colaterales.
Y hoy occidente continúa
interviniendo en aquella zona, hasta el punto que Francia, que últimamente
ha llevado la iniciativa en los bombardeos, ha pedido la unidad de todo el
mundo libre contra los agresores, y que le ha llevado a solicitar de la Unión
Europea, la desvinculación de la consecución de los objetivos de déficit, por
considerar que le va a ser imposible cumplirlos, debido a los enormes gastos
que esta lucha les va a suponer.
En muchos ambientes políticos y
medios de comunicación, se comienza a cuestionar esta guerra, esta intervención
militar, porque ello no conduce sino a generar más odio y más jóvenes, incluso
europeos, que se unen a las filas de los que desatan su ira contra los que no
piensan como ellos, simplemente por ejercer su derecho a la libertad, y a
llevar un estilo de vida con el que no parecen congeniar.
De aquellos polvos, estos
lodos, afirman quienes no aprobaron la guerra de Irak, y otras que han ido
sucediéndose en una zona sumamente frágil y sensible a todos los efectos. El
mundo libre, no obstante, tiene todo el derecho a defenderse. Pero quizás deba
hacerlo ciñéndose escrupulosamente a luchar contra quienes llevan a cabo los
sangrientos atentados que están llevando el miedo y el terror a occidente.
Mientras tanto, La Marsellesa
parece haberse erigido en el himno más representativo de la defensa de unos
derechos humanos y de unas libertades, a los que de ninguna manera el mundo
libre puede renunciar. Para ello, posiblemente tendremos que sacrificar una
mínima parte de ellos, en aras de una seguridad amenazada.
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