lunes, 16 de noviembre de 2015

QUEREMOS PUERTO DE MAR

Hace ya muchos años, en la noble e histórica ciudad de Cuéllar, y en sus celebradas y gozosas fiestas, una de las peñas, alardeando de un excelente y envidiable sentido del humor, y a la par, de una agradecida y siempre valorada capacidad para entender la alegría y la dicha de vivir, decidió llevar como lema en sus pancartas, la siguiente proclama: "viva Cuéllar libre, queremos puerto de mar".
Toda una formidable declaración de sabia e hilarante forma de entender el humor, la ironía y una gran capacidad para algo que hoy en día parece estar en precario, cada vez más y con más asiduidad por desgracia, que es la alarmante falta de capacidad que esta sociedad posee para reírse y burlarse de sí misma.
Todo ello, en un lamentable ejercicio que denota una ausencia total de una cierta filosofía de la vida, que nos arrastra inevitablemente a tomárnosla muy serio, en exceso, en demasía, hasta convertirnos en seres aburridamente nostálgicos y  engreídamente insoportables, que a veces degenera hasta llegar a la soberbia.
Nada que se le parezca a aquellos admirablemente divertidos jóvenes, que tuvimos la ocasión de ver y disfrutar, recorriendo las calles de Cuéllar, en unos tiempos aún de hierro, dónde la libertad, que tan alegremente preconizaban en sus pancartas, brillaba por su ausencia, y apenas en todo caso, comenzábamos a vislumbrar.
Hoy la falta de un necesario sentido del humor, golpea continuamente las instancias oficiales, en unos tiempos duros y tenazmente exigentes con una población que pese a todo y a pesar de todos los politicastros que nos han tocado en mala hora, se esfuerza en exhibir una sonrisa, a modo de aquellas pancartas deliciosamente ácratas y sutilmente anarquistas, que desbordaban alegría por las calles de la señorial villa Segoviana de Cuéllar.
Y es que entre los consabidos y pedantes lamentos de los independentistas catalanes, con la insoportable cantinela, llena de reproches, lamentos y un victimismo permanentemente instalado en su invariable discurso, y la seria y poca agraciada mueca inexpresiva de un triste y rígido  presidente del gobierno, el espacio de margen que queda para la sonrisa, es decididamente tan escaso, como la capacidad que tiene este gobierno para ilusionar a una población harta de tan perversa política y políticos como nos vemos obligados a soportar.
Una alegría siempre precisa y necesaria para una población que aunque sin excesivos motivos para ello, da ejemplo cada día esforzándose en parecerlo, que ya no en serlo, intentando conseguir con esa media sonrisa dar un ligero toque de esperanza a su estado de ánimo, siempre dispuesto a esbozar un rictus de una felicidad anhelada, a punto de exteriorizarse al menor síntoma de mejora en sus atribuladas vidas.
Es por todo esto, por lo que los segovianos, gente de buena planta, buen comer, buen guardar, buen humor y buen vivir, solemos exhibir una animosa y perenne sonrisa ante los esperpénticos y malhadados perversos que se empeñan en estropearnos cada mañana de cada uno de nuestros animosos días, en un inútil e insidioso acto de una supina ignorancia manifiesta, ante unas gentes que les tienen bien tomada la medida, y de los que poco pueden obtener mediante sus consabidas artimañas.
Tiempo hubo en el pasado que luchamos por nuestros fueros, por desterrar un poder opresivo y foráneo, que fustigaba y limitaba la libertad bien ganada, y tiempo hubo, no hace demasiado, que volvimos sobre ello, medio en broma, medio en serio - así somos, así disfrutamos y así nos gusta ser - hasta la llegada de las pancartas de Cuéllar, con las que quedó bien sentado, el excelente y permanente buen estado de ánimo de los segovianos, que no obstante, no renunciamos jamás a nuestro sueños.
Por eso disfrutamos de nuestra hermosa y orgullosa ciudad, cuna y residencia de reinas y reyes, de nobles y tiranos, de frailes y villanos, de artistas y artesanos, de poetas, pintores, músicos, y sabios, que han conformado una admirable historia de siglos de convivencia entre diferentes razas, creencias y religiones
Todo ello nos ha enriquecido cultural y socialmente, y ha culminado en el ejercicio de un envidiable arte del buen saber y mejor vivir, que incluye, cómo no, el buen yantar, al que pocos nos ganan, y de una inmensa capacidad para saber disfrutar de la vida, del buen humor y de las maravillas que nos depara cada día nuestra preciosa y orgullosa ciudad de Segovia.

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