Hace ya muchos años, en la
noble e histórica ciudad de Cuéllar, y en sus celebradas y gozosas fiestas, una
de las peñas, alardeando de un excelente y envidiable sentido del humor, y a la
par, de una agradecida y siempre valorada capacidad para entender la alegría y
la dicha de vivir, decidió llevar como lema en sus pancartas, la siguiente
proclama: "viva Cuéllar libre, queremos puerto de mar".
Toda una formidable declaración
de sabia e hilarante forma de entender el humor, la ironía y una gran capacidad
para algo que hoy en día parece estar en precario, cada vez más y con más
asiduidad por desgracia, que es la alarmante falta de capacidad que esta
sociedad posee para reírse y burlarse de sí misma.
Todo ello, en un lamentable ejercicio
que denota una ausencia total de una cierta filosofía de la vida, que nos arrastra
inevitablemente a tomárnosla muy serio, en exceso, en demasía, hasta
convertirnos en seres aburridamente nostálgicos y engreídamente insoportables, que a veces
degenera hasta llegar a la soberbia.
Nada que se le parezca a
aquellos admirablemente divertidos jóvenes, que tuvimos la ocasión de ver y
disfrutar, recorriendo las calles de Cuéllar, en unos tiempos aún de hierro,
dónde la libertad, que tan alegremente preconizaban en sus pancartas, brillaba
por su ausencia, y apenas en todo caso, comenzábamos a vislumbrar.
Hoy la falta de un necesario
sentido del humor, golpea continuamente las instancias oficiales, en unos
tiempos duros y tenazmente exigentes con una población que pese a todo y a
pesar de todos los politicastros que nos han tocado en mala hora, se esfuerza
en exhibir una sonrisa, a modo de aquellas pancartas deliciosamente ácratas y
sutilmente anarquistas, que desbordaban alegría por las calles de la señorial
villa Segoviana de Cuéllar.
Y es que entre los consabidos y
pedantes lamentos de los independentistas catalanes, con la insoportable
cantinela, llena de reproches, lamentos y un victimismo permanentemente
instalado en su invariable discurso, y la seria y poca agraciada mueca
inexpresiva de un triste y rígido presidente del gobierno, el espacio de margen
que queda para la sonrisa, es decididamente tan escaso, como la capacidad que
tiene este gobierno para ilusionar a una población harta de tan perversa
política y políticos como nos vemos obligados a soportar.
Una alegría siempre precisa y
necesaria para una población que aunque sin excesivos motivos para ello, da
ejemplo cada día esforzándose en parecerlo, que ya no en serlo, intentando
conseguir con esa media sonrisa dar un ligero toque de esperanza a su estado de
ánimo, siempre dispuesto a esbozar un rictus de una felicidad anhelada, a punto
de exteriorizarse al menor síntoma de mejora en sus atribuladas vidas.
Es por todo esto, por lo que
los segovianos, gente de buena planta, buen comer, buen guardar, buen humor y
buen vivir, solemos exhibir una animosa y perenne sonrisa ante los
esperpénticos y malhadados perversos que se empeñan en estropearnos cada mañana
de cada uno de nuestros animosos días, en un inútil e insidioso acto de una
supina ignorancia manifiesta, ante unas gentes que les tienen bien tomada la
medida, y de los que poco pueden obtener mediante sus consabidas artimañas.
Tiempo hubo en el pasado que
luchamos por nuestros fueros, por desterrar un poder opresivo y foráneo, que
fustigaba y limitaba la libertad bien ganada, y tiempo hubo, no hace demasiado,
que volvimos sobre ello, medio en broma, medio en serio - así somos, así
disfrutamos y así nos gusta ser - hasta la llegada de las pancartas de Cuéllar,
con las que quedó bien sentado, el excelente y permanente buen estado de ánimo
de los segovianos, que no obstante, no renunciamos jamás a nuestro sueños.
Por eso disfrutamos de nuestra
hermosa y orgullosa ciudad, cuna y residencia de reinas y reyes, de nobles y
tiranos, de frailes y villanos, de artistas y artesanos, de poetas, pintores,
músicos, y sabios, que han conformado una admirable historia de siglos de
convivencia entre diferentes razas, creencias y religiones
Todo ello nos ha enriquecido
cultural y socialmente, y ha culminado en el ejercicio de un envidiable arte
del buen saber y mejor vivir, que incluye, cómo no, el buen yantar, al que
pocos nos ganan, y de una inmensa capacidad para saber disfrutar de la vida,
del buen humor y de las maravillas que nos depara cada día nuestra preciosa y orgullosa
ciudad de Segovia.
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