miércoles, 6 de abril de 2016

DOS JOYAS EN INVIERNO

Contemplo fascinado dos bellísimas estampas de mi admirada y hermosa Segovia, pertenecientes a este invierno tan atípico, tan remiso a mostrar su frío y blanco rostro, tan tardío en el tiempo y tan corto en el espacio, algo a lo que no nos tiene acostumbrados.
Se trata de dos fotografías magníficas, tomadas desde el aire, maravillosamente concebidas y perfectamente enfocadas, y resueltas en unas instantáneas dignas de contemplar por su indudable belleza. Una de ellas, muestra toda la inmensa y majestuosa belleza del incomparable y sin par Acueducto, nevado, soberbio, grandioso en su prodigiosa y mágica verticalidad.
Esta admirable construcción, que sigue maravillando a quien lo contempla desde hace dos milenios, constituye un homenaje al ingenio y la capacidad creativa de un ser humano, que ve redimida así, con esta y tantas exquisitas e impresionantes obras de arte, sus errores y numerosos desmanes cometidos a través de su corta historia, jalonada de altibajos a lo largo de toda su existencia.
La segunda fotografía, corresponde a la hermosa y escultural catedral, la dama de las catedrales españolas, en una instantánea que sobrecoge por su espectacular visión cenital, en la que destacan sus estilizados y delicados arbotantes, nevados, de un primoroso color blanco, abrazando las paredes de la nave del imponente y hermoso templo, con el objeto de descargar la presión que ejerce sobre los contrafuertes, culminados por unos afilados y esbeltos pináculos.
Son dos formidables imágenes, que impactan poderosamente en la mente y en la retina del observador, que agradecido, experimenta un inmenso y sutil placer ante la contemplación de tanta belleza, hasta el punto de que la naturaleza, movida por tanta belleza, y en espontánea y fresca actitud, decide colaborar cubriendo estas dos magníficas expresiones del arte creado por el ser humano, con un tibio e inmaculado color blanco.
Solamente el amor por la belleza, la dedicación completa por el arte, y la infinita y agradecida paciencia de los maestros constructores, y de todos los obreros de los múltiples oficios artesanos, integrantes del conjunto humano a lo largo de los siglos, explica el hecho de que generación tras generación, hayan ido pasando de padres a hijos, traspasando sus valiosos conocimientos, en una ceremonia de un profundo contenido ético y estético, que los ciudadanos de los siglos y milenios posteriores, agradeceremos eternamente.
Resulta por ello descorazonador, contemplar cómo una enorme cantidad de preciosas y valiosísimas pequeñas y grandes obras de arte de aquellos sabios y pacientes artesanos, colapsen cada día en una ruina permanente, bajo una intemperie que no tiene piedad alguna con ellas, bajo nuestra mirada desatenta.
 Culpables somos de permitir semejantes desmanes por parte de quienes deberían velar por un legado artístico y patrimonial que nos pertenece a todos y que no merece tamaño desafecto, que raya en el desprecio, al contemplar cómo se construyen auténticos despropósitos, vulgares y espantosamente monótonos.
Emplean para ello, ingentes cantidades de dinero, utilizando el cristal y el acero como únicos materiales, que no parecen tener ni el alma ni la nobleza de la dura y agradecida piedra, todo ello a cargo de supuestos genios constructores, que sin embargo parecen no tener más meta y destino final que lograr el edificio más alto, en una lucha competitiva, absurda y trivial, que salvo honrosas excepciones, no destacan ni por su belleza, ni por su estética, más que dudable, cuya contemplación no consigue, sino una primera y única mirada, que jamás llegará a impactar al observador frustrado ante tanta monotonía.
Recientemente asistí a una conferencia dictada por un arquitecto, profesor a la vez de un instituto de enseñanza secundaria, que logró atraer a un interesado auditorio que llenó con creces la sala donde la intervención tuvo lugar. El título de la charla era muy clarificadora: “la construcción de las catedrales”
Durante una hora, expuso con clara, amena y rotunda sencillez, los aspectos técnicos más interesantes acerca de la construcción de estos soberbios templos, que en algunos casos llegaban a durar varios siglos. Al final, destacó primorosamente el trabajo de los maestros artesanos que trabajaban, modelaban y daban vida a la piedra, mostrando con todo detalle algunas esculturas, nervaduras de las bóvedas, imágenes de las arquivoltas, y tantos otros detalles de diferentes catedrales.
Su lamento final, que fue algo más que el comentario de un profesor arquitecto, fue que le parecía increíble, que hoy en día, con los avanzados medios técnicos existentes, se cometan las barbaridades que a veces contemplamos a la hora de observar una pieza restaurada, fruto de una completa y total ausencia de la exquisita sensibilidad de la que estaban dotados aquellos sabios maestros constructores.

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