Contemplo fascinado dos
bellísimas estampas de mi admirada y hermosa Segovia, pertenecientes a este
invierno tan atípico, tan remiso a mostrar su frío y blanco rostro, tan tardío
en el tiempo y tan corto en el espacio, algo a lo que no nos tiene
acostumbrados.
Se trata de dos fotografías
magníficas, tomadas desde el aire, maravillosamente concebidas y perfectamente
enfocadas, y resueltas en unas instantáneas dignas de contemplar por su
indudable belleza. Una de ellas, muestra toda la inmensa y majestuosa belleza
del incomparable y sin par Acueducto, nevado, soberbio, grandioso en su
prodigiosa y mágica verticalidad.
Esta admirable construcción,
que sigue maravillando a quien lo contempla desde hace dos milenios, constituye
un homenaje al ingenio y la capacidad creativa de un ser humano, que ve
redimida así, con esta y tantas exquisitas e impresionantes obras de arte, sus
errores y numerosos desmanes cometidos a través de su corta historia, jalonada
de altibajos a lo largo de toda su existencia.
La segunda fotografía,
corresponde a la hermosa y escultural catedral, la dama de las catedrales
españolas, en una instantánea que sobrecoge por su espectacular visión cenital,
en la que destacan sus estilizados y delicados arbotantes, nevados, de un
primoroso color blanco, abrazando las paredes de la nave del imponente y
hermoso templo, con el objeto de descargar la presión que ejerce sobre los
contrafuertes, culminados por unos afilados y esbeltos pináculos.
Son dos formidables imágenes,
que impactan poderosamente en la mente y en la retina del observador, que
agradecido, experimenta un inmenso y sutil placer ante la contemplación de
tanta belleza, hasta el punto de que la naturaleza, movida por tanta belleza, y
en espontánea y fresca actitud, decide colaborar cubriendo estas dos magníficas
expresiones del arte creado por el ser humano, con un tibio e inmaculado color
blanco.
Solamente el amor por la
belleza, la dedicación completa por el arte, y la infinita y agradecida
paciencia de los maestros constructores, y de todos los obreros de los
múltiples oficios artesanos, integrantes del conjunto humano a lo largo de los
siglos, explica el hecho de que generación tras generación, hayan ido pasando
de padres a hijos, traspasando sus valiosos conocimientos, en una ceremonia de un
profundo contenido ético y estético, que los ciudadanos de los siglos y
milenios posteriores, agradeceremos eternamente.
Resulta por ello
descorazonador, contemplar cómo una enorme cantidad de preciosas y valiosísimas
pequeñas y grandes obras de arte de aquellos sabios y pacientes artesanos,
colapsen cada día en una ruina permanente, bajo una intemperie que no tiene
piedad alguna con ellas, bajo nuestra mirada desatenta.
Culpables somos de permitir semejantes
desmanes por parte de quienes deberían velar por un legado artístico y
patrimonial que nos pertenece a todos y que no merece tamaño desafecto, que
raya en el desprecio, al contemplar cómo se construyen auténticos despropósitos,
vulgares y espantosamente monótonos.
Emplean para ello, ingentes
cantidades de dinero, utilizando el cristal y el acero como únicos materiales,
que no parecen tener ni el alma ni la nobleza de la dura y agradecida piedra,
todo ello a cargo de supuestos genios constructores, que sin embargo parecen no
tener más meta y destino final que lograr el edificio más alto, en una lucha competitiva,
absurda y trivial, que salvo honrosas excepciones, no destacan ni por su
belleza, ni por su estética, más que dudable, cuya contemplación no consigue,
sino una primera y única mirada, que jamás llegará a impactar al observador
frustrado ante tanta monotonía.
Recientemente asistí a una
conferencia dictada por un arquitecto, profesor a la vez de un instituto de enseñanza
secundaria, que logró atraer a un interesado auditorio que llenó con creces la
sala donde la intervención tuvo lugar. El título de la charla era muy
clarificadora: “la construcción de las catedrales”
Durante una hora, expuso con
clara, amena y rotunda sencillez, los aspectos técnicos más interesantes acerca
de la construcción de estos soberbios templos, que en algunos casos llegaban a
durar varios siglos. Al final, destacó primorosamente el trabajo de los maestros
artesanos que trabajaban, modelaban y daban vida a la piedra, mostrando con
todo detalle algunas esculturas, nervaduras de las bóvedas, imágenes de las
arquivoltas, y tantos otros detalles de diferentes catedrales.
Su lamento final, que fue algo
más que el comentario de un profesor arquitecto, fue que le parecía increíble,
que hoy en día, con los avanzados medios técnicos existentes, se cometan las
barbaridades que a veces contemplamos a la hora de observar una pieza
restaurada, fruto de una completa y total ausencia de la exquisita sensibilidad
de la que estaban dotados aquellos sabios maestros constructores.
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