Condenados a una inseguridad
permanente, los ciudadanos del mundo se preguntan por qué han de sentirse
inmersos y continuamente en un estado de
alerta, si ellos no han procurado ni mucho menos provocado una situación que se
está convirtiendo en una insoportable obsesión, ante la cual se sienten
profundamente indefensos, hasta el extremo de tener siempre presente la
posibilidad de poner en riesgo sus vidas, en determinadas circunstancias,
cuando hace no muchos años, esto era completamente impensable.
La histeria colectiva que se
desata con frecuencia ante determinadas situaciones de aparente peligro, que en
realidad es inexistente - baste citar casos en los que un simple objeto
abandonado, o un estentóreo ruido en un lugar público, han sembrado el pánico -
muestran con toda su crudeza e intensidad, el miedo y la constante tensión en
la que vivimos desde hace ya demasiado tiempo.
Buscar las motivaciones y
orígenes que han dado lugar a estos comportamientos, es desenredar la madeja que
quedó descompuesta hace lustros, cuando occidente se empeñó en intervenir en
una civilización muy diferente a la nuestra.
Lo hicieron con la excusa de
liberar a los ciudadanos de los tiranos que supuestamente los oprimían, cuando
las verdaderas y oscuras razones, no solían ser esas, sino otras sumamente
inconfesables, que necesariamente no coincidían con los intereses de los
habitantes, que en cualquier caso no habían solicitado ayuda alguna y menos aún
en forma de intervención armada con la que actuaron los supuestos libertadores.
Y de aquellos polvos, estos
lodos, ya que si a esas desafortunadas e innecesarias acciones que tanto dolor
y sufrimiento causaron en la inocente población civil, sumamos el
fundamentalismo y la radicalización de quienes siempre han odiado, despreciado
y vilipendiado el estilo de vida occidental, sembrando el odio y la
intolerancia más fanática, el cóctel de odio, violencia y muerte, está
desgraciadamente servido.
Lo hacen en forma de atentados
indiscriminados que causan el terror y el pavor en una sociedad occidental, que
no sabe cómo combatir a un ejército invisible cuyos componentes no dudan en
inmolarse en aras de unas creencias religiosas que les prometen el paraíso tras
su mortífero y cruel martirio.
Pretender justificar estas
acciones como una justa venganza, es una posición irracional y profundamente
injusta, que no cabe en una mente lógica y sensata, que nadie debería concebir,
y mucho menos tratar de divulgar, como explicación a estas acciones, que por
indiscriminadas y crueles, no tienen cabida en la ética de los seres humanos.
Menos aún cuando las víctimas
suelen ser siempre ciudadanos de a pie que ven truncadas sus vidas, como hemos
comprobado recientemente en diferentes capitales de Europa y del resto del todo
el mundo, aunque en éste último caso, la resonancia que solemos dar en
occidente, sea menor, como si esas víctimas, no tuvieran la misma consideración
que el resto de los seres humanos.
Una funesta y trágica
consecuencia de esta endiablada situación, es la del poder de atracción que
sobre los jóvenes de las democracias occidentales están teniendo los autores de
estas terribles acciones. Son atraídos por ellos a través de las redes sociales
y de otros medios con el objeto de captarlos y ganarlos para sus acciones fanáticas
y violentas.
Todo ello en un proceso que nos
puede parecer increíble dadas las circunstancias que concurren en todos los
aspectos y que llevan a estos jóvenes a abandonar sus hogares e incorporarse a
un oscuro y siniestro mundo, donde son utilizados para sus conocidos fines.
No vamos a tener más remedio y
opción, que sacrificar parte de nuestras libertades en aras de conseguir una
mayor seguridad para nuestra existencia. Al mismo tiempo, las potencias
occidentales, deberían cejar en sus continuos intentos de intervenir en una
civilización tan diferente a la nuestra, salvo que sea estrictamente necesario
como medio de salvaguardar nuestra integridad y seguridad en todos los
aspectos.
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