Se agotan ya los adjetivos con
los que se ha calificado hasta ahora el presente proceso político que, si
alguien no lo remedia, culminará con la convocatoria de nuevas elecciones, lo
cual no es sino la expresión de la incapacidad humana para el entendimiento en nuestro
País, tan acostumbrado a intentar auto destruirse, tal como dijo en su momento
el llamado Canciller de Hierro, Otto Bismark, y que nos convertía, según él, en
el país más fuerte del mundo, pues llevamos siglos intentándolo, sin haberlo
conseguido.
No es mérito alguno, sino más
bien todo lo contrario, un peligroso juego, inaceptable y sumamente delicado,
que deberíamos rechazar con todas las energías posibles. Pero no anda muy lejos
el susodicho personaje cuando nos considera capaces de terminar con esta España
tan acostumbrada a verse maltratada de obra y palabra, no solamente por
nosotros, sino por el resto del mundo civilizado.
No suena en mis oídos a alabanza
alguna el susodicho comentario, ni deseo alguno albergo de que un aciago día
pueda convertirse en realidad, pese a que nuestros denostados políticos parecen
empeñados en ello, en llevar a término tan perniciosa y negativa hazaña, en el
día a día insoportable que nos suelen regalar desde el comienzo de los tiempos.
Algo que en el presente han
logrado superar con creces, alcanzando la cima más alta posible, dando lugar a
una situación que promete arrancar nuevos epítetos cada día menos poéticos y
más agresivos y lacerantes por parte de unos medios de comunicación a los que
les faltan ya páginas y horas para dar cuenta de un escenario que no da respiro
alguno.
Cada día un nuevo acontecimiento
nos despierta, que los profesionales de los medios tratan de interpretar de
inmediato como un giro de noventa grados unas veces, de ciento ochenta en
otras, que suelen quedarse en maniobras de trescientos sesenta grados las más,
es decir, de volver al mismo punto de partida, de donde no debieron salir
nunca, visto ahora desde una perspectiva que nos permite visualizar la historia
de un despropósito monumental de proporcionas cuasi bíblicas.
Tertulias, coloquios, debates,
discusiones, mesas redondas, alocuciones, charlas y entrevistas están
proliferando por doquier, siempre con el mismo tema, con los mismos argumentos
y cómo no, con las mismas conclusiones, cada uno enrocado en su rico mundo
interior. Día tras día, así llevamos todo un precioso tiempo perdido, que pese
a todo y a todos, no tiene explicación razonable alguna.
Un mundo de opiniones que
visualizamos, leemos, oímos, y que se convierten a su vez, en auténticas peleas
dialécticas entre amigos, vecinos, compañeros de trabajo, que están
convirtiendo a este País en un descomunal plató, dónde se escenifica un
gigantesco y plural debate que no lleva a ninguna parte, con tantas y tan
diversas opiniones como grupos y subgrupos surgieron de unas elecciones que
seguramente habrá que repetir, para
regresar a la misma desdichada representación teatral que hoy
contemplamos.
Pero hay un adjetivo que aún no
he escuchado acerca de esta absurda y aburrida comedia, dónde los diálogos de
sordos y los egoísmos personales y de partido, han prevalecido muy por encima
de la lógica, la sensatez y la razón que se les exige a los que han recibido el
mandato ciudadano.
Dicho adjetivo se infiere y declina
en todas sus formas, aplicándolo a una manifiesta, pertinaz y perversa cobardía
mostrada por nuestros representantes políticos, incapaces de mostrar la
valentía necesaria para llegar a los necesarios y urgentes acuerdos, olvidando
sus rencillas, sus inconfesables y a veces oscuros intereses, que están
llegando al terreno de la ofensa personal, y a la actitud manifiesta de una
enemistad que los desacredita definitivamente a los ojos de la ciudadanía.
Para ello se exige un punto de
coraje, arrojo y audacia, que son capacidades manifiestamente ausentes en los
actuales responsables, y que deberían determinar quienes pueden y deben
representarnos y quienes habrían de dejar paso libre a aquellos que valiente y
responsablemente tengan el valor de llegar a acuerdos que hagan gobernable este
País.
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