domingo, 4 de diciembre de 2016

EL AUGE DEL POPULISMO

La victoria de Donald Trump en Estados Unidos, ha supuesto todo un acontecimiento en las ya revueltas aguas del panorama político internacional, donde los populismos están resurgiendo con fuerza, ante un electorado entregado a estos modernos voceros populares, que con una fuerza y un ímpetu renovados, lanzan sus proclamas a unos ciudadanos, que enfervorizados con su mensaje, los vitorean con entusiasmo.
Populismo y populista son términos pertenecientes a nuestro vocabulario, que con harta frecuencia se utilizan para describir a quienes utilizan un lenguaje próximo a las masas a las que va dirigido, con ánimo de llegar a ellas a través de unos mensajes directos, con un contenido que no es otro que el que los receptores desean oír, consiguiendo lograr de esta forma un auditorio fiel y leal, aprovechando el descontento y la frustración de quienes están descontentos con el sistema.
Surgió en Rusia hacia finales del siglo XIX, en 1878 para referirse a una fase del desarrollo del movimiento socialista de esta zona del mundo. Se utilizó entonces como un movimiento en contra de los intelectuales de la década de 1870 y la creencia según la cual los militantes socialistas tenían que aprender primero del Pueblo, antes que pretender convertirse en sus guías.
Después los marxistas rusos comenzaron a utilizarlo con un sentido diferente y peyorativo, para referirse a aquellos socialistas que pensaban que los campesinos serían los principales sujetos de la revolución y que las comunas y tradiciones rurales podrían utilizarse para construir a partir de ellas la sociedad socialista del futuro.
El populismo no es un movimiento o actitud política privativo de una tendencia, ya sea la derecha ya sea la izquierda, sino que es aplicable ambas, ya que tanto una como otra, utilizan sus recursos para lograr sus fines,  que no son otros que captar los votos de quienes quieren oír un determinado mensaje.
 De este modo, dicho discurso, se ve satisfecho y materializado por los políticos encargados de llevar hasta ellos aquello que desean oír, en un acto de cabal servilismo interesado, que colma las aspiraciones, tanto de unos como de otros, del emisor y del receptor, del populista interesado y del votante satisfecho.
Suelen tener en común estos voceros populares, el tono y timbre que los distingue y que aunque pueden variar ligeramente, en esencia son idénticos, con un lenguaje llano, sencillo y directo, que huye de toda retórica rebuscada, con un tono in crescendo, que busca enervar a las masas, a las que consiguen a su vez encrespar, hasta llegar a un éxtasis o culmen final, que a todos llena y satisface.
Cabría pensar que los destinatarios de dichas misivas, deberían ser las clases más desfavorecidas en todos los sentidos, con un caudal cultural limitado y con una capacidad económica baja, así como con empleos en precario. Igualmente los posibles asiduos clientes de los populistas, deberían ser los jóvenes, descontentos siempre con lo establecido, y más aún en países como el nuestro donde la tasa de parados entre sus filas alcanza unos valores insoportables.
Pero he aquí que los adeptos al populismo no se circunscriben únicamente a los sectores citados, sino que se encuentran abundantes ejemplos de ciudadanos con una aceptable condición económica, social y cultural, que no se corresponde en absoluto con los antes nombrados.
Ni pertenecen a sectores golpeados por la crisis, ni a ningún otro que pueda señalársele como perjudicado por un sistema que ha golpeado con dureza a los más débiles, sino que son personas de edad madura, con una considerable preparación académica y sin problemas económicos.
¿Cómo entender esto, si no entran en el cupo de quienes tienen motivos más que sobrados para estar descontentos con un sistema que les perjudica notablemente, y a los que los populistas explotan con su mensaje agresivo y de denuncia constante?
No es tanto por mérito de los voceros populistas y de su belicoso, rompedor, incitador y agrio discurso, sino por demérito de los demás, de los políticos de siempre a los que vienen soportando desde tiempos inmemoriales, cuyo mensaje no ha cambiado en décadas, así como su ineptitud, su corrupción y el despilfarro a que nos tienen acostumbrados.
Ellos son, así como las consecuencias que de sus negativas políticas se deducen, los culpables del auge de un populismo, que lejos de agotarse en sus propias vías, consigue sumar nuevos adeptos cada día.

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