La victoria de Donald Trump en
Estados Unidos, ha supuesto todo un acontecimiento en las ya revueltas aguas
del panorama político internacional, donde los populismos están resurgiendo con
fuerza, ante un electorado entregado a estos modernos voceros populares, que
con una fuerza y un ímpetu renovados, lanzan sus proclamas a unos ciudadanos,
que enfervorizados con su mensaje, los vitorean con entusiasmo.
Populismo y populista son
términos pertenecientes a nuestro vocabulario, que con harta frecuencia se
utilizan para describir a quienes utilizan un lenguaje próximo a las masas a
las que va dirigido, con ánimo de llegar a ellas a través de unos mensajes
directos, con un contenido que no es otro que el que los receptores desean oír,
consiguiendo lograr de esta forma un auditorio fiel y leal, aprovechando el
descontento y la frustración de quienes están descontentos con el sistema.
Surgió en Rusia hacia finales
del siglo XIX, en 1878 para referirse a una fase del desarrollo del movimiento
socialista de esta zona del mundo. Se utilizó entonces como un movimiento en
contra de los intelectuales de la década de 1870 y la creencia según la cual
los militantes socialistas tenían que aprender primero del Pueblo, antes que
pretender convertirse en sus guías.
Después los marxistas rusos
comenzaron a utilizarlo con un sentido diferente y peyorativo, para referirse a
aquellos socialistas que pensaban que los campesinos serían los principales
sujetos de la revolución y que las comunas y tradiciones rurales podrían
utilizarse para construir a partir de ellas la sociedad socialista del futuro.
El populismo no es un
movimiento o actitud política privativo de una tendencia, ya sea la derecha ya
sea la izquierda, sino que es aplicable ambas, ya que tanto una como otra,
utilizan sus recursos para lograr sus fines, que no son otros que captar los votos de
quienes quieren oír un determinado mensaje.
De este modo, dicho discurso, se ve satisfecho
y materializado por los políticos encargados de llevar hasta ellos aquello que
desean oír, en un acto de cabal servilismo interesado, que colma las
aspiraciones, tanto de unos como de otros, del emisor y del receptor, del
populista interesado y del votante satisfecho.
Suelen tener en común estos
voceros populares, el tono y timbre que los distingue y que aunque pueden
variar ligeramente, en esencia son idénticos, con un lenguaje llano, sencillo y
directo, que huye de toda retórica rebuscada, con un tono in crescendo, que
busca enervar a las masas, a las que consiguen a su vez encrespar, hasta llegar
a un éxtasis o culmen final, que a todos llena y satisface.
Cabría pensar que los
destinatarios de dichas misivas, deberían ser las clases más desfavorecidas en
todos los sentidos, con un caudal cultural limitado y con una capacidad
económica baja, así como con empleos en precario. Igualmente los posibles
asiduos clientes de los populistas, deberían ser los jóvenes, descontentos
siempre con lo establecido, y más aún en países como el nuestro donde la tasa
de parados entre sus filas alcanza unos valores insoportables.
Pero he aquí que los adeptos al
populismo no se circunscriben únicamente a los sectores citados, sino que se
encuentran abundantes ejemplos de ciudadanos con una aceptable condición
económica, social y cultural, que no se corresponde en absoluto con los antes
nombrados.
Ni pertenecen a sectores
golpeados por la crisis, ni a ningún otro que pueda señalársele como
perjudicado por un sistema que ha golpeado con dureza a los más débiles, sino
que son personas de edad madura, con una considerable preparación académica y
sin problemas económicos.
¿Cómo entender esto, si no entran
en el cupo de quienes tienen motivos más que sobrados para estar descontentos
con un sistema que les perjudica notablemente, y a los que los populistas
explotan con su mensaje agresivo y de denuncia constante?
No es tanto por mérito de los
voceros populistas y de su belicoso, rompedor, incitador y agrio discurso, sino
por demérito de los demás, de los políticos de siempre a los que vienen soportando
desde tiempos inmemoriales, cuyo mensaje no ha cambiado en décadas, así como su
ineptitud, su corrupción y el despilfarro a que nos tienen acostumbrados.
Ellos son, así como las
consecuencias que de sus negativas políticas se deducen, los culpables del auge
de un populismo, que lejos de agotarse en sus propias vías, consigue sumar
nuevos adeptos cada día.
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