Una de las estadísticas más
escalofriantes e insidiosas de cuantas publican los medios de comunicación, es
sin lugar a dudas el de las víctimas de la violencia machista contra la mujer,
que lejos de desaparecer de dichos espacios, y aunque la cifra ha ido
disminuyendo con el paso de los años, continúa estando presente en los mismos, y
que arroja unos valores que tristemente continuamos soportando y que
últimamente se mantienen en torno a los cuatro asesinatos al mes, es decir, uno
a la semana.
Aún no hemos terminado el año
dos mil dieciséis, y ya son cuarenta y tres las mujeres que han sido víctimas
de un machismo insoportable, confirmando la tétrica y terrible media de muertes
violentas, siempre inexplicables, pese a que en todos los casos estas mujeres
habían denunciado a su agresor, lo que resulta aún más increíble, dado este
hecho, que debería actuar como freno y prevención de esa violencia que
fatalmente no se ha evitado.
Tratar de encontrar culpables
entre quienes tienen la función de velar por la seguridad de los ciudadanos, a
cargo siempre de los organismos públicos correspondientes, nos llevaría a dudar
de los mecanismos seguridad que estos aportan a las mujeres maltratadas que
denunciaron estos hechos, como el caso de las víctimas de este año, y que pese
a todo no han conseguido evitar su asesinato.
Posiblemente pueda mejorarse
dicha protección, algo que se reivindica constantemente por una sociedad que
cada vez entiende menos estos hechos, y que de ninguna manera puede llegar a
acostumbrarse o a relajarse por el hecho de que el número de víctimas esté
descendiendo progresivamente en los últimos años, ya que uno sólo de estos
actos violentos, ya es más que suficiente para reprobarlos como una acto vil y
profundamente cobarde.
No nos cabe la menor duda, de
que los organismos encargados de velar por la sociedad, llevan a cabo una labor
que no siempre es fácil ni efectiva, pues no siempre depende de ellos y de su
celo profesional, ya que las causas de estos lamentables sucesos, hay que
buscarlos precisamente en las entrañas de esa sociedad, educando y formando en
la escuela a ambos sexos, en el respeto y la consideración mutuas para que en
el futuro jamás aparezcan en ellos sombra alguna de discriminación por razón de
sexo.
De forma incomprensible, en nuestro país, y según
encuestas llevadas a cabo entre los jóvenes, un importante porcentaje llega a
admitir determinados comportamientos machistas que no son de recibo. Según
estos datos, el 22 % de los chicos y un 22 % de las chicas entre doce y
veinticuatro años, está “algo de acuerdo”, en que “el hombre que parece
agresivo es más atractivo”. Inadmisible a estas alturas.
¿Cómo comprender estas
actitudes en una juventud a la que se le supone cada vez más preparada? ¿Cómo
entender que una chica joven, con acceso a una preparación cultural y técnica
supuestamente avanzada, pueda aceptar unos comportamientos machistas por parte
de su pareja? ¿Y cómo un joven es capaz de exigir una cierta sumisión y
acatamiento a quién comparte con él sus ratos de ocio y su vida diaria?
Inexplicable, pero aunque este penoso
fenómeno de la violencia machista no es exclusivo de nuestro País, no por ello
podemos abandonar ni bajar la guardia ante un hecho que podemos considerar
universal, pues ello únicamente propiciaría que el problema fuese en aumento.
La Familia, la escuela, los
organismos públicos y la sociedad en general, deben implicarse.
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