Hay
temas tan complicados a la hora de pasarlos al papel, a la hora de transmitirlos,
y posteriormente de asimilarlos, dónde intervienen el escribiente, el
comunicante y el lector, todos ellos generalmente tan distintos y tan distantes,
que la posibilidad de entrar en contacto, es sencillamente nula, por lo
que cada uno ha de ceñirse a su función,
confiando entre ellos de tal modo y manera que cada uno se limite a su campo de
actuación, sin extralimitarse lo más mínimo, guardándose una fidelidad y una
lealtad absoluta entre ellos, que los garantice una amable paz social, sin la cual
nada es posible, ni en este contexto, ni en ninguno.
Tema
delicado el presente, con dos regiones históricas tan relevantes a lo largo de
nuestra dilatada historia, que en 1883 constituían por separado dos regiones, Castilla La Vieja, con ocho
provincias – Santander, Burgos, Logroño, Soria, Segovia, Ávila, Valladolid y
Palencia – y León, con tres provincias – León, Zamora y Salamanca. Después, Logroño
se constituyó en La Rioja y Santander en Cantabria.
En
1983 Castilla y León se unieron, para continuar así hasta un presente incómodo
para muchos, que reniegan de esta situación que no ha resultado satisfactoria desde
sus orígenes para un importante sector de la población de ambas comunidades,
que se opusieron entonces y lo hacen ahora con más ímpetu y decisión, y a
quienes habrá que dar cumplida respuesta.
La denominación de ambas regiones históricas,
proviene del latín. Castilla lo hace de Castellum, tierra de castillos,
mientras León proviene de Legione, legión, ya que allí se asentó la Legio
Séptima Gemina Romana, y en cuanto al gentilicio, a los habitantes de las
regiones anexionadas se las denominaría castellanoleoneses, y se expresa aquí en
condicional, ya que no existe unanimidad al respecto.
Iniciamos
así las hostilidades que augurábamos al principio, en gran medida justificadas,
al resultar como mínimo, estética y éticamente inadecuado semejante término,
que no contenta ni satisface a nadie, ni a castellanos ni a leoneses, que no se
sienten representados en una denominación forzada y vulgar, falta de rigor
histórico que mezcla y combina gentilicios de una manera tal, que resulta ajena,
extraña y ausente por completo a un
necesario respeto por la historia, la cultura y la ciudadanía de ambas regiones.
Con
derecho a conservar su gentilicio, que
nadie les puede hurtar, y con un sentimiento de apego a su tierra, historia y
costumbres que nadie les ha de impedir ni puede negar, y al margen de consideraciones
jurisdiccionales, de servicios, económicas, políticas y sociales, que no vamos
a tomar aquí en consideración, por exceder de la intención meramente formal de
estas líneas, y teniendo en cuenta que la Constitución permite, ampara y regula
la posible alteración de la composición de las Comunidades, y obviando los
avatares históricos en común, del reino de Castilla y del reino de León a
través de los tiempos, que fueron numerosos y que dejaron su huella en su
tierra y en sus gentes, deberían ser ellos, los ciudadanos que habitan sus
campos, sus pueblos y sus ciudades, quienes decidan cómo han de plantearse su
convivencia en el futuro.
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