Aferrados
están con uñas y dientes a un poder que aman sobre todas las cosas, con un
concepto del mismo que nada tiene que ver con la ética, ni con la estética,
aunque traten de cuidar ésta última, sin conseguirlo, ya que la desmedida
ambición desbarata por completo sus planes supuestamente progresistas, término
que continuamente dejan en mal lugar, tergiversándolo y vaciándolo de contenido
hasta dejarlo absolutamente irreconocible.
Todo
ello debido a que ni el desmedido afán de poder, ni las malas artes que
utilizan para ejercerlo, ni la falta de respeto por los contrincantes
políticos, ni la ausencia total de consideración por la lealtad debida a la
separación de poderes, ni la grosera utilización de insultos chabacanos
dirigidos a la oposición y a sus dirigentes, ni el incalificable desdén hacia
el poder judicial y sus representantes, los jueces – ahora descalifican al
Supremo por su sentencia a favor de aplicar la malversación como delito no
amnistiable – no permiten aplicarles ese excesivo título, que de ninguna forma
merecen.
Etiqueta
que se han colgado y adjudicado a sí mismos, en una ceremonia más de la
confusión que notablemente los domina, y que denota una soberbia insoportable
que los caracteriza, que comenzando en el ególatra jefe del ejecutivo, termina en
todos y cada uno de sus ministros, auténticos ídolos de su venerado jefe, al
que halagan, alaban y vitorean hasta extremos que provoca sonrojo a propios y
extraños.
Poco
de progresismo tiene, y sí mucho de miserable decisión, la injustificable
acción de dejar en la estacada, abandonados a su suerte frente a nuestro vecino
del sur, al indefenso pueblo Saharaui, así como la actuación vergonzosa y
sangrienta que tuvo lugar en el asalto a la valla de Melilla, dónde murieron
más de treinta migrantes, sin dar más explicaciones que las de evadir toda
responsabilidad, o en otro orden de cosas, la infame concesión de una injusta
amnistía, que no fue sino una compraventa de inmunidad a cambio de votos, para
mantenerse en el poder, cuando habían afirmado por activa y por pasiva que no
se llevaría a cabo.
Así
como la continua concesión de privilegios a Cataluña por el mismo motivo, o la
utilización del servil fiscal general para el logro de oscuros, siniestros e
inconfesables objetivos, que no obstante a nadie se le escapan, como los
ímprobos esfuerzos para facilitar la situación jurídica de los huidos con causas
pendientes, y la búsqueda de miserias varias que puedan cargar sobre sus opositores, con el fin de
desacreditarlos, algo que no les supone obstáculo alguno, dada la absoluta
falta de escrúpulos de la que suelen hacer gala.
No
se puede obviar, de ninguna manera, la estrafalaria e incalificable espantada
llevada a cabo por el presidente, el showman, según le calificaron en Europa con
motivo de su monacal retiro de cinco días, y de sus dos posteriores y absurdas
misivas, que no tiene parangón en la historia de la gobernanza de un presidente
de gobierno en Europa que se precie de serlo, y más ahora que amenaza con unas
normas de regeneración democrática, que se supone ya se aplica, y lo que es
peor y más alarmante, con unas lecciones de calidad democrática con las que nos
amenaza, de la que ellos tienen mucho que aprender antes de hacer pedagogía al
efecto. Decididamente, el progresismo está claramente sobrevalorado.
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