miércoles, 24 de julio de 2024

Un gobierno pseudoprogresista

 

Aferrados están con uñas y dientes a un poder que aman sobre todas las cosas, con un concepto del mismo que nada tiene que ver con la ética, ni con la estética, aunque traten de cuidar ésta última, sin conseguirlo, ya que la desmedida ambición desbarata por completo sus planes supuestamente progresistas, término que continuamente dejan en mal lugar, tergiversándolo y vaciándolo de contenido hasta dejarlo absolutamente irreconocible.

Todo ello debido a que ni el desmedido afán de poder, ni las malas artes que utilizan para ejercerlo, ni la falta de respeto por los contrincantes políticos, ni la ausencia total de consideración por la lealtad debida a la separación de poderes, ni la grosera utilización de insultos chabacanos dirigidos a la oposición y a sus dirigentes, ni el incalificable desdén hacia el poder judicial y sus representantes, los jueces – ahora descalifican al Supremo por su sentencia a favor de aplicar la malversación como delito no amnistiable – no permiten aplicarles ese excesivo título, que de ninguna forma merecen.

Etiqueta que se han colgado y adjudicado a sí mismos, en una ceremonia más de la confusión que notablemente los domina, y que denota una soberbia insoportable que los caracteriza, que comenzando en el ególatra jefe del ejecutivo, termina en todos y cada uno de sus ministros, auténticos ídolos de su venerado jefe, al que halagan, alaban y vitorean hasta extremos que provoca sonrojo a propios y extraños.

Poco de progresismo tiene, y sí mucho de miserable decisión, la injustificable acción de dejar en la estacada, abandonados a su suerte frente a nuestro vecino del sur, al indefenso pueblo Saharaui, así como la actuación vergonzosa y sangrienta que tuvo lugar en el asalto a la valla de Melilla, dónde murieron más de treinta migrantes, sin dar más explicaciones que las de evadir toda responsabilidad, o en otro orden de cosas, la infame concesión de una injusta amnistía, que no fue sino una compraventa de inmunidad a cambio de votos, para mantenerse en el poder, cuando habían afirmado por activa y por pasiva que no se llevaría a cabo.

Así como la continua concesión de privilegios a Cataluña por el mismo motivo, o la utilización del servil fiscal general para el logro de oscuros, siniestros e inconfesables objetivos, que no obstante a nadie se le escapan, como los ímprobos esfuerzos para facilitar la situación jurídica de los huidos con causas pendientes, y la búsqueda de miserias varias que puedan  cargar sobre sus opositores, con el fin de desacreditarlos, algo que no les supone obstáculo alguno, dada la absoluta falta de escrúpulos de la que suelen hacer gala.

No se puede obviar, de ninguna manera, la estrafalaria e incalificable espantada llevada a cabo por el presidente, el showman, según le calificaron en Europa con motivo de su monacal retiro de cinco días, y de sus dos posteriores y absurdas misivas, que no tiene parangón en la historia de la gobernanza de un presidente de gobierno en Europa que se precie de serlo, y más ahora que amenaza con unas normas de regeneración democrática, que se supone ya se aplica, y lo que es peor y más alarmante, con unas lecciones de calidad democrática con las que nos amenaza, de la que ellos tienen mucho que aprender antes de hacer pedagogía al efecto. Decididamente, el progresismo está claramente sobrevalorado.

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