jueves, 13 de agosto de 2009

MENOS SAMBA Y MÁS TRABALLAR

Me indigna profundamente la estúpida costumbre de este país de cerrar en verano, con crisis, sin crisis y sin una razón lógica y comprensible que justifique un hecho que parece haberse enraizado desde tiempos inmemoriales y que no parece vaya a cambiar por mucho que todos los años muchos nos preguntemos el por qué de esta costumbre absurda que parece que, como tantas otras, jamás vamos a erradicar.
En agosto todo el mundo parece estar de vacaciones, como si no existieran julio y septiembre, más asequibles económicamente, y menos densamente ocupadas con lo que ello supone de ahorro y comodidad a la hora de disfrutarlas
Las instituciones oficiales y servicios de todo tipo, tanto privados como públicos, si trabajan lo hacen al ralentí. El colmo se presenta, sobre todo en servicios públicos, cuando aunque sigan trabajando, determinados trámites, no pueden llevarse a cabo, porque el jefe del servicio en cuestión está de vacaciones.
Nadie le sustituye, nadie tiene autorización para firmar esos documentos que aunque sea en agosto son imprescindibles para el sufrido ciudadano. Si se trata de pagos, el depositario, interventor o quién ordene los pagos, ha desaparecido y no ha dejado firmado nada, con lo cual espere usted a septiembre, que con suerte ya estará aquí y en cuanto se ponga al día verá como cobra usted a finales de octubre.
Leo con una mezcla de asombro e indignación contenida, que en algunos hospitales, las urgencias tienen una espantosa lista de espera porque un elevado número del personal médico está de vacaciones. El sufrido paciente se encuentra indefenso e impotente ante semejante tropelía. Solamente le queda enfrentar su indignación, con paciencia y resignación, confiando en que su dolencia no se agrave por la espera, que se llegue a tiempo de actuar y que no le salgan con el vuelva usted mañana, que hasta ahí podríamos llegar.
Pedir el libro de reclamaciones es otra opción, siempre altamente recomendable, al margen de que no queda otra, pero que suele caer en saco roto, o por decirlo con más claridad, rotundidad y a veces veracidad, en la papelera. Claro que puede que tenga suerte y le respondan al cabo de cinco meses, sin disculparse, faltaría más, ni excusándose, hasta ahí podríamos llegar, a lo sumo echarán las culpas al gobierno, a la Comunidad o quién tengan más a mano en ese momento.
Si a este panorama, sumamos un hecho que no tiene parangón en Europa como es el de la ingente cantidad de fiestas, casi todas religiosas, por cierto, como la inefable Semana Santa, las Navidades, los innumerables puentes, los inclasificables traslados a día laboral cuando la fiesta cae en sábado o domingo, y otras de carácter local, el resultado es un desastre en horas perdidas. Es impopular presentarlo así, pero los números cantan.
Hace tiempo que no se oye el famoso eslogan aquel de “España es diferente”, tan machacón en tiempos pero que ahora parece más claro y justificado que entonces. Toros, procesiones, puentes festivos, comida a las tres de la tarde y cena a las diez de la noche, entre otras originalidades patrias, nos hacen realmente diferentes ante una Europa que contempla con asombro como somos los primeros en legalizar el matrimonio gay y los últimos en la formación académica y cultural de nuestros jóvenes.
Cuestión de prioridades.

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