domingo, 16 de agosto de 2009

TODO PARA EL PUEBLO

Cuando escucho a los caudillos bolivarianos sudamericanos, a los iluminados de las guerrillas que, para su desgracia, también abundan en aquel atormentado continente, o a los fanáticos, violentos e integristas patrioteros que se erigen en libertadores de los pueblos oprimidos según ellos por este país, entro en un estado de ánimo tal, que podría describirlo como una mezcla de risa burlona, gesto despectivo y cabreo generalizado ante tanta estupidez anacrónica causante de tanta desolación.
Tiempos hubo en los que el tan socorrido término “Pueblo”, nos llenaba la boca hasta extremos insospechados e increíbles hoy en día. Nos sentíamos plenos de un entusiasta fervor que nos elevaba el espíritu hasta extremos delirantes. Estábamos hermanados con nuestro “pueblo” en una armonía casi religiosa, solidaria y mística que nos proporcionaba tal euforia que nos llenaba, por otra parte, de un justificado y ansiado deseo de libertad que lo hacíamos extensible a todos los pueblos oprimidos del planeta.
Tan deficitarios en libertad y derechos sociales eran aquellos tiempos de hierro, que de la necesidad surgieron como por encanto una innumerable cantidad de cantautores que reflejaban esa situación en las letras de sus canciones donde las palabras pueblo y libertad abundaban por doquier y por lo que se veían abocados con frecuencia a visitar las comisarías, las cárceles o, como mínimo, a ser pasados por el filtro de la omnipresente censura que todo lo abarcaba, tachaba y prohibía, arrasando con el más mínimo atisbo de libertad y de actividad cultural que tanto temían los prebostes dictatoriales de entonces.
Quisiera cantar ser flor de mi pueblo / que me quisiera una niña de mi pueblo / que me paciera una vaca de mi pueblo / porque yo no soy nada sin mi pueblo. Son unos versos de uno de los cantautores de aquellos tiempos heroicos. Recorrían los pueblos y aldeas llenando las plazas o los pequeños locales, si es que se los cedían, para cantarle a las gentes las canciones que componían con toda la ilusión y el entusiamo de que eran capaces. La mayoría de estos modernos juglares, lo hacían de forma gratuita o a lo sumo cobraban para pagar la gasolina.
Les bastaba con que escuchasen sus canciones-protesta y se uniesen con ellos en un acto reivindicativo que solía acabar con aquel afamado grito de guerra “el pueblo unido jamás será vencido”, con cientos de cerillas encendidas componiendo un inenarrable cuadro descompuesto a veces por las carreras a la desbandada de los presentes debido a la presencia de la fuerza pública que se hacía presente, porra en mano, con intenciones tan poco disimuladas, que no precisaban de consulta alguna por nuestra parte sobre el motivo de su inesperada visita, aunque no tanto si el acto no contaba con el obligado permiso o se corearon demasiadas consignas revolucionarias.
Por entonces, la dictadura agonizaba en nuestro país con los últimos coletazos azotando a diestro y siniestro a todo medio de comunicación que se atreviera a salirse lo más mínimo de la senda marcada por la estricta censura. Llegó entonces la ilusionante “Revolución de los Claveles” en Portugal – Grándola villa morena terra do fraternidade – con los claveles prendidos en las bocas de los fusiles de los revolucionarios soldados y la felicidad inundó nuestros corazones pensando en el traslado de dicha situación a nuestro país. Tardó lo mismo en desinflarse la revolución portuguesa como en abrirse el proceso democrático en España.
Con ello se cerró también el proceso reivindicativo que tanta ilusionada esperanza despertó y congregó en nuestra sufrida España. Tardamos en darnos cuenta de que les dejamos el terreno libre demasiado pronto a los que tomaron las riendas. Todo para el pueblo pero sin el pueblo, preconizaban en el Despotismo Ilustrado.Hoy aquel pueblo está representado por los ciudadanos y ciudadanas que gobiernan a través de sus representantes libremente elegidos, los cuales dicen velar por nosotros y por nuestros intereses y haciendas justo hasta el momento de introducir el voto en la urna. Lo que sigue después es ya otra historia que se resume con el popular dicho de si te he visto no me acuerdo.

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