domingo, 30 de agosto de 2009

SIN PERSPECTIVAS DE FUTURO

Es una constante en la historia del ser humano, tratar de contactar con otras civilizaciones, con otros mundos, con otros seres que amplíen nuestro horizonte, que justifiquen nuestra existencia dándole un sentido a la vida, a tantas preguntas sin respuesta que nos acechan sobre nuestra existencia para compartir, aliviar y soportar la inmensa soledad a la que nos enfrentamos los habitantes de un diminuto planeta solitario perdido en un oscuro rincón del formidable y gigantesco universo ante el que nos sentimos insignificantes pese a la ridícula soberbia con la que nos mostramos y que la naturaleza por un lado y la contemplación del cosmos por otro, se encargan de recordarnos que no somos más que un diminuto soplo de vida en la inmensidad del infinito universo.
En la novela del genial y desaparecido científico Carl Sagan, denominada “Contacto”, una civilización mucho más avanzada que la nuestra nos envía señales de su existencia desde el sistema planetario de la luminosa y hermosa estrella Vega, situada a veintiséis años luz de nuestro planeta. Sabiendo de nuestra existencia, nos envían señales en principio ininteligibles, y que después consiguen descifrar, plantean la construcción de una enigmática máquina que después se revelará como una nave con la cual podríamos contactar con su civilización.
Los gobiernos de todo el mundo se reúnen ante tamaño desafío, mostrando reacciones que van desde la alerta y la desconfianza más absolutas a la ilusionada esperanza de establecer contacto con otros seres de otros mundos, con otra civilización distinta a la nuestra, lo cual confirmaría que no estamos solos, que otros seres han sabido de nuestra civilización y quieren compartir con nosotros su existencia.
Dudo que ninguna civilización extraterrestre, de cuya existencia pocos científicos dudan en un universo de dimensiones descomunales que nuestra mente no puede ni siquiera concebir, deseen contactar con un hermoso planeta pleno de vida, pero con unas contradicciones terribles que acucian a una sociedad tremendamente injusta, que nunca debió haber sido bendecida con el milagro de la vida.
Vivir en un mundo sin esperanza, sin un futuro claro por delante, sin expectativas ilusionantes que le den sentido a la vida, limitándose a sobrevivir, es caer en la desesperación y el abandono existencial; es morir poco a poco. Desgraciadamente, y más en los terribles tiempos actuales que vivimos, en los que la riqueza y la pobreza cada día son más extremos, el número de seres humanos que sufren esta situación aumenta cada día sin que los mínimos esfuerzos que se hacen tengan el menor éxito.
Pienso en los jóvenes, con escasas expectativas laborales, lo cual crea el desánimo y la inquietud entre ellos, sobre todo en los más conscientes que han logrado emerger por encima de la alienable red tecnológica que los tiene atrapados y que no les permite manifestar todo el potencial que la juventud lleva consigo. Deberían comerse el mundo y sin embargo muchos de ellos se encierran en su supercomunicación dedicada entre ellos mismos y que les aísla del mundo real, de su familia y de toda la energía creadora y productiva que es inherente a su edad.
Y pienso en los trabajadores que han cumplido los cuarenta y a los que este estúpido mundo considera ancianos laborales, y no porque se olvide de que son poseedores de una experiencia que toda empresa debería valorar, sino porque ese trabajo pueden dárselo a los pocos jóvenes que contratan con un costo mucho menor e inmensamente más dóciles y manejables.
No me olvido de los ancianos, a los que se les ha exprimido durante toda su vida y a los que se les arrincona, a la inmensa mayoría, por cuatro euros y cuatro viajes del Inserso en espera de que cobren durante los mínimos años posibles, cuando deberían ser los ciudadanos privilegiados y mimados de cualquier Estado Social y de Derecho que reconozca la labor llevada a cabo durante toda su existencia.
Un inmenso y desgarrador grito en favor de las mujeres maltratadas, ultrajadas, esclavizadas y sometidas por el simple hecho de ser mujeres y una última y desgarradora llamada a la especie humana para recordarle a los seres más indefensos e inocentes de este patético planeta que son los niños y para los que no existe ni piedad ni compasión ante la miseria y el horror que sufren. Todos, absolutamente todos los seres humanos sin exclusión, somos culpables de esta incalificable barbarie.
Nadie, nunca, en ningún lugar del universo nos admitirían si un día pudiésemos abandonar el nuestro huyendo de la autodestrucción que estamos generando día a día. No nos lo merecemos, no tenemos perspectivas de futuro.

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