martes, 7 de agosto de 2012

VOLVER A EMPEZAR

Me asalta la duda razonable de si son tres, cuatro o más años, los que llevo pasando un par de semanas en el mismo rincón Levantino, en paralelo con la ya veterana crisis, tratando de analizar la situación actual y compararla con los años anteriores. Nada parece haber cambiado aquí, donde la impresión es de que nos encontramos las mismas personas en los mismos lugares a las mismas horas.
No cabe duda de que la situación económica se ha deteriorado un año más, lo cual puede parecer inverosímil dado el tiempo que ha pasado desde que comenzó el hundimiento imparable de las estructuras económicas de un País al borde colapso, del desastre, no sólo de la economía, sino de las estructuras sociales, de las infraestructuras a todos los niveles y de lo que es peor, de la capacidad de una sociedad maltratada, para soportar tanto sufrimiento.
Paseando por los habituales lugares donde todos coincidimos más o menos a las mismas horas, da la impresión de que los afortunados veraneantes caminamos con la cabeza un poco más baja que el año anterior, más abstraídos en nuestras cuitas internas, más absortos en las permanentes zozobras que se van acumulando y que nos golpean sin descanso, sin un ápice de consideración, sin compasión, sin un mínimo atisbo de piedad humana.
La más férrea, injusta e insoportable crueldad se ceba como siempre con los más débiles y desheredados de una forma tal que mueve a la compasión a los que aún pueden sentirse afortunados por conservar su trabajo, su casa, su dignidad permanentemente ultrajada.
La tragedia del paro, de la marginación social y el trastorno anímico que ello supone, del abandono institucional, de los incalificables y dolorosos desahucios, machacan diariamente a multitud de ciudadanos que simultáneamente escuchan y contemplan en los medios de comunicación, las nuevas corruptelas, los derroches, los supersueldos y las macro jubilaciones de los jerifaltes de siempre, los fraudes y los defraudadores que se ven premiados en forma de exención de responsabilidad ante la cual el Estado cierra los ojos, a cambio de que abonen un porcentaje ridículo de cuanto han escondido, robado y defraudado a la hacienda pública.
Un año más, en definitiva, resbalando por un precipicio al que no se le ve fondo alguno ni final a un sufrimiento inacabable ni salida al oscuro túnel hasta el que nos condujeron entre unos y otros y del que no parece tengan ni capacidad ni ganas ni intención de llevarnos hasta el otro extremo para ver la luz que nos señale un final que por ahora se no antoja inexistente.
Miedo me da el pensar que el próximo año, el quinto o el sexto, ya perdí la cuenta, si es que puedo volver, me vea obligado a relatar unos hechos que para entonces, desgraciadamente se habrán agravado aún más. Sólo nos queda la esperanza, la confianza y la remota ilusión de que algo habrá cambiado para entonces. Confiemos en ello, pero mientras tanto hay que vivir y ésta es una labor que cada día se torna más difícil y complicada. Ánimo.

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