miércoles, 27 de febrero de 2013

ANACRÓNICO SIGLO XXI

Parece claro que las sociedades cuanto más avanzadas, con mayor celeridad llevan a cabo los cambios que en su seno tienen lugar, mientras que las más atrasadas ralentizan sus cambios, llevándolos a cabo más lentamente, con más sosiego, con una lentitud tal que tienden a estancarse durante largas épocas, suspendiéndose su progreso, de tal forma que este hecho las conduce irremediablemente a un retraso social, económico, científico y tecnológico que arrastrará a los ciudadanos a un estado de inanición y de falta de motivación que conllevará una actitud de falta de superación individual, que repercutirá en la sociedad en su conjunto, así como en el bienestar personal de sus integrantes, y en último término, en su libertad individual.
A lo largo de la historia ha habido largas épocas durante las cuales apenas las civilizaciones existentes avanzaron técnicamente, aletargándose de tal manera que tan sólo una actividad como la guerra parecía movilizar a la sociedad. Aparte del fuego, la rueda, el arado, el papel y la brújula, cinco de los primeros grandes inventos, la humanidad dejó pasar períodos de tiempo de una larguísima duración hasta la invención del telescopio y la imprenta, a partir de la cual, ya en el siglo XV, su influencia para la transmisión del conocimiento fue fundamental para acelerar un progreso estancado, lo cual supuso una nueva época de descubrimientos como el microscopio o el termómetro, por ejemplo, y fue a partir de la aparición de la máquina de vapor a finales del siglo XVIII, cuando la humanidad dio el gran salto que conllevó la aparición de números inventos de todo tipo, que condujeron a la llamada revolución industrial que nos condujo a la época actual, de tal forma que en los últimos cien años, la humanidad ha progresado más que en toda la historia desde los albores de la aparición del hombre sobre un planeta igualmente vivo, que también ha estado sujeto a cambios continuos desde su formación, hace cuatro mil quinientos millones de años, hasta ahora.
Pese al progreso, hoy imparable, con una tecnología que apenas nos da tiempo a maravillarnos, asombrados por sus avances, la sociedad no está exenta de defectos, carencias e imperfecciones que arrojan sobre ella demasiadas sombras que oscurecen en parte los avances conseguidos en todos los órdenes, que son indudables, pero que no obstante no son extensibles a toda la humanidad, ya que una gran parte de ella está marginada y abandonada a su suerte por un mundo rico que aborrece la pobreza y que prefiere volver la vista ante lo que le desagrada, en un vergonzoso acto que no tiene justificación alguna.
Esta actitud del mundo rico hacia el pobre, constituye toda una anacronía, una auténtica incongruencia cuando observamos la superabundancia, que pese a la crisis actual, sigue mostrando el mundo desarrollado, haciendo una bochornosa ostentación de la misma, no sólo en sus cifras económicas, en su desarrollismo salvaje y en general en su opulencia que podemos contemplar sobre el terreno cuando vamos a los supermercados, donde la exhibición de productos alimenticios y de todo tipo, no digamos ya en cuanto a los numerosísimos aparatos tecnológicos que nos invaden, causan sonrojo y vergüenza, ante cuya visión casi obscena, deberíamos reflexionar y cambiar esta anacrónica actitud por un reparto más equitativo de una riqueza tan exuberante para unos y tan escasa para otros.
Anacronía culpable y espantosa la del mantenimiento en casi todos los países ricos de una industria armamentística cuyo fin y objetivo único es el de matar, el de vender a los países pobres los artefactos que necesitan para que las guerras no sean un hecho del pasado, sino una actividad del presente, donde los más poderosos experimentan su industria bélica, el comercio de la muerte, consiguiendo no sólo una rentabilidad económica enorme, sino que de paso, tratan de eliminar el problema de conciencia que tiene su origen en la miseria de los países más atrasados, lo cual supone un auténtico ejercicio de hipocresía.
Anacrónico es el hecho de que pese a los avances indudables alcanzados en el terreno de los derechos humanos, quede aún tanto por hacer, cuando vemos cómo se pisotean por parte de determinadas sociedades y países a sus propios ciudadanos, y en concreto y sobre todo a la mujer, que se ve relegada a un mero objeto al servicio del hombre, así como a otro nivel, los que se empeñan en no reconocer a naciones sin territorio que se ven oprimidas, vejadas y maltratadas por los más fuertes y poderosos que amparándose en su fuerza, impiden la libertad de todo un pueblo.
Anacrónico sin reservas, el hecho de que existan aún países con regímenes dictatoriales impropios del siglo XXI, como Cuba, Corea del Norte y China, donde no existe la democracia, y donde los tiranos de turno se erigen en pretendidos salvadores y amados líderes que no representan a nadie, dedicándose a pisotear los derechos humanos de unos ciudadanos que están sometidos a un poder omnímodo, déspota y opresor que rige caprichosamente sus destinos.
Anacrónicas resultan a estas alturas, determinadas instituciones como la Iglesia Católica, anclada en el pasado, incapaz de de adaptarse y amoldarse a unos tiempos que requieren otros usos y comportamientos, convertida en una sociedad mercantil más con oscuros interese económicos, a años luz de las tareas que se le suponen encomendadas y que no son otras que la de dar ejemplo con la pobreza para ayudar a los más necesitados, abandonando el boato, la ostentación y la riqueza de la que hacen gala con tanta frecuencia.
Anacrónica en fin, una civilización humana, que se ve incapaz de detener el espantoso deterioro de un planeta sometido a una injustificable plaga de contaminación y podredumbre ambiental, ante la cual es incapaz de llegar a acuerdos internacionales con el fin de detener la progresiva y fatal degeneración de este hermoso Planeta, al que hace ya mucho tiempo perdimos el respeto que se merece. 

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