Que las palabras se las lleva
el viento, es una de las muchas afirmaciones, que como tantas, me atrevo a
calificarlas de dislates, de expresiones sin fundamentar, sin comprobar amplia
y exhaustivamente, sin apoyo que corrobore una aseveración, que como tantas, se
utiliza con ánimo de generalizar, de extenderlas universalmente con el
propósito inapelable y rotundo de zanjar toda disputa y controversia a que
pudieran dar lugar, dando por hecho que el asunto queda zanjado, sentando de
esta forma las supuestas sólidas bases del que siempre se ha considerado un
principio inmutable en cuanto a los dichos, refranes y sabidurías populares
varias, en el sentido de que afirma que son poco menos que inapelables.
El refranero está lleno de inexactitudes,
errores, falsedades, ambigüedades e incorrecciones, que no lo invalida por
completo, faltaría más, pero que consiguen que el receptor de los mismos se
lleve las manos a la cabeza en un gesto de incredulidad y perpleja extrañeza,
que manifiesta su sorpresa ante tamaños exabruptos, que aunque no superan a los
veraces, creíbles y aplicables a la humana actividad, no por ello dejan de ser
un buen puñado, que no vamos a citar aquí, no tanto por prolijos y numerosos,
como por el hecho de que pudiéramos herir sensibilidades o caer en el error de
una subjetividad de la que no nos podemos desprender, por mucho que lo
intentemos, y que como humanos que somos, puede inducirnos a error, hecho que
confesamos, humildemente, al que no somos ajenos, pues sólo el que expresa lo
que piensa y siente, está expuesto a semejante avatar, propio de una especie
que ha tenido la fortuna de disponer de la palabra para su uso y disfrute.
Si el viento se lleva las
palabras, literalmente podríamos interpretar que nada de lo que se diga,
independientemente del emisor, salvo que pase a papel o a cualquier tipo de
soporte de almacenamiento digital, quedará invalidado y anulado de inmediato,
como si nunca hubiera tenido lugar, como si jamás se hubiera explicitado,
pronunciado, emitido, como si todo rastro del mensaje hubiese sido fusionado
con el viento y esparcido por él a lo ancho y alto de la atmósfera de un
Planeta que sabrá mantener el secreto para siempre.
Pero hay un error persistente
en este razonamiento. Existen frases y sentencias que podrían no ser escritas y
que perdurarán para siempre. Todo depende de quien las enuncie para que
permanezcan en el tiempo y en la memoria de las gentes, o definitivamente se
fundan con el viento de donde no retornarán jamás.
Imaginemos a los políticos
prometiendo a diestro y siniestro, sin sentido de la medida, de la ética y la
estética, ni de la trascendencia de unas promesas que saben y sabemos que no
van a cumplir. Cuanto digan se lo llevará el viento, por mucho que sus palabras
queden impresas en cuantos medios tecnológicos existentes queden registradas.
Se da una paradoja en este
último caso, cuando queda constancia escrita, y sin embargo la memoria
colectiva se encarga de olvidar casi con efectos inmediatos, de tal forma que
será el viento, una vez más, quien se apropie del texto, pues el rechazo
popular obrará el milagro de desterrar de sus mentes unos textos que nunca
existieron, salvo que con el tiempo pudieran ser utilizados contra sus autores,
con la sabia intención de recordarles sus mentiras y falsedades que no
obstante, como damos por hecho en la mayoría de los casos, no habrá lugar para
ello, no habrá sitio ni siquiera para el recuerdo pues caerán en el olvido.
Quedaron atrás aquellos tiempos
en los que la palabra dada bastaba para llegar a un acuerdo, asegurar un
contrato o sellar un compromiso. El honor y la dignidad personal estaban a una
gran altura, a un nivel tal como en el que en sentido contrario les falta a
nuestros representantes políticos, sociales y económicos, desprovistos de una
honradez y una seriedad de la que carecen en su mayoría.
La palabra de aquellos,
permanecía, era sagrada, no se la llevaba el viento. La de estos, apenas
emitida, desaparece, es transportada por el Dios Eolo y depositada allí donde
habitan el engaño y la mentira, de donde jamás saldrán, en aras de la dignidad
y la honradez humanas.
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