sábado, 10 de agosto de 2013

EL VIENTO EN LA PALABRA

        Que las palabras se las lleva el viento, es una de las muchas afirmaciones, que como tantas, me atrevo a calificarlas de dislates, de expresiones sin fundamentar, sin comprobar amplia y exhaustivamente, sin apoyo que corrobore una aseveración, que como tantas, se utiliza con ánimo de generalizar, de extenderlas universalmente con el propósito inapelable y rotundo de zanjar toda disputa y controversia a que pudieran dar lugar, dando por hecho que el asunto queda zanjado, sentando de esta forma las supuestas sólidas bases del que siempre se ha considerado un principio inmutable en cuanto a los dichos, refranes y sabidurías populares varias, en el sentido de que afirma que son poco menos que inapelables.
El refranero está lleno de inexactitudes, errores, falsedades, ambigüedades e incorrecciones, que no lo invalida por completo, faltaría más, pero que consiguen que el receptor de los mismos se lleve las manos a la cabeza en un gesto de incredulidad y perpleja extrañeza, que manifiesta su sorpresa ante tamaños exabruptos, que aunque no superan a los veraces, creíbles y aplicables a la humana actividad, no por ello dejan de ser un buen puñado, que no vamos a citar aquí, no tanto por prolijos y numerosos, como por el hecho de que pudiéramos herir sensibilidades o caer en el error de una subjetividad de la que no nos podemos desprender, por mucho que lo intentemos, y que como humanos que somos, puede inducirnos a error, hecho que confesamos, humildemente, al que no somos ajenos, pues sólo el que expresa lo que piensa y siente, está expuesto a semejante avatar, propio de una especie que ha tenido la fortuna de disponer de la palabra para su uso y disfrute.
Si el viento se lleva las palabras, literalmente podríamos interpretar que nada de lo que se diga, independientemente del emisor, salvo que pase a papel o a cualquier tipo de soporte de almacenamiento digital, quedará invalidado y anulado de inmediato, como si nunca hubiera tenido lugar, como si jamás se hubiera explicitado, pronunciado, emitido, como si todo rastro del mensaje hubiese sido fusionado con el viento y esparcido por él a lo ancho y alto de la atmósfera de un Planeta que sabrá mantener el secreto para siempre.
Pero hay un error persistente en este razonamiento. Existen frases y sentencias que podrían no ser escritas y que perdurarán para siempre. Todo depende de quien las enuncie para que permanezcan en el tiempo y en la memoria de las gentes, o definitivamente se fundan con el viento de donde no retornarán jamás.
Imaginemos a los políticos prometiendo a diestro y siniestro, sin sentido de la medida, de la ética y la estética, ni de la trascendencia de unas promesas que saben y sabemos que no van a cumplir. Cuanto digan se lo llevará el viento, por mucho que sus palabras queden impresas en cuantos medios tecnológicos existentes queden registradas.
Se da una paradoja en este último caso, cuando queda constancia escrita, y sin embargo la memoria colectiva se encarga de olvidar casi con efectos inmediatos, de tal forma que será el viento, una vez más, quien se apropie del texto, pues el rechazo popular obrará el milagro de desterrar de sus mentes unos textos que nunca existieron, salvo que con el tiempo pudieran ser utilizados contra sus autores, con la sabia intención de recordarles sus mentiras y falsedades que no obstante, como damos por hecho en la mayoría de los casos, no habrá lugar para ello, no habrá sitio ni siquiera para el recuerdo pues caerán en el olvido.
Quedaron atrás aquellos tiempos en los que la palabra dada bastaba para llegar a un acuerdo, asegurar un contrato o sellar un compromiso. El honor y la dignidad personal estaban a una gran altura, a un nivel tal como en el que en sentido contrario les falta a nuestros representantes políticos, sociales y económicos, desprovistos de una honradez y una seriedad de la que carecen en su mayoría.
La palabra de aquellos, permanecía, era sagrada, no se la llevaba el viento. La de estos, apenas emitida, desaparece, es transportada por el Dios Eolo y depositada allí donde habitan el engaño y la mentira, de donde jamás saldrán, en aras de la dignidad y la honradez humanas.

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