jueves, 15 de agosto de 2013

LA UNIDAD NECESARIA

Parece ser que fue Napoleón el autor de la frase que afirmaba que no hay nada como una guerra para hacer que los corazones latan al unísono. De dura, como mínimo, debería calificarse esta expresión que sin embargo adquiere tintes de realidad a lo largo de la historia de la humanidad y se sustancia también en otros hechos como catástrofes de diferentes orígenes causados tanto por los hombres como por la naturaleza y que efectivamente logran con ella la unión de las masas en torno a las víctimas de dichos desastres, que aunque con motivaciones muy diferentes, consiguen los mismos efectos en la población.
No había huelgas ni barricadas en las calles de las principales ciudades de la Rusia de comienzos de la primera guerra mundial, cuando los altercados de todo tipo asolaban las calles de Moscú y San Petersburgo – según texto de una novela de Carmen Posadas - en protesta por las miserables condiciones de vida en las que se desenvolvían los ciudadanos rusos, hasta el extremo de que políticos y agitadores varios, se sumaron a la algarabía popular y todo porque la Patria estaba en peligro y había que acudir en su ayuda, porque el Zar de todas las Rusias, Nicolás II, había decidido entrar en una espantosa contienda que causaría millones de muertos.
Hoy las guerras se nos antojan harto improbables, al menos en nuestro occidental y tecnológico mundo, pese al peligro latente y siniestramente escondido de un armamento nuclear existente, capaz de conseguir borrarnos del mapa, no una, sino miles de veces, lo cual constituye una pavorosa muestra de la imparable y decadente estupidez humana, que no obstante no ceja en su empeño de armar continua y miserablemente a los países del tercer mundo, merced a una fabulosa industria de armamento que incluso nuestro País posee y que resulta imposible de detener, ya que su gigantesco potencial es tan desmedido, tan espantosamente desmesurado, que paralizarlo supondría un desastre económico y laboral de gigantescas y demoledoras proporciones a nivel mundial.
Afortunadamente no es preciso llegar a estos violentos extremos para lograr la unidad de la población en una idea de País común y solidario. La situación extremadamente difícil por la que atravesamos desde hace ya demasiados años, unido a sucesos puntuales vividos a título personal por familias desahuciadas, la existencia de comedores sociales para la gente sin recursos, la desnutrición infantil que ya acosa a una parte de la población, el desorbitado e imparable desempleo y otros acontecimientos que recientemente han tenido lugar en forma de graves accidentes con numerosas víctimas, han conseguido suscitar un sentimiento y una conciencia de solidaridad, que hace tiempo no se lograba conseguir.
Continúa pendiente de resolver un tema de interés nacional que puede provocar serios trastornos que podrían trastocar la unidad de la que hablamos e incidir negativamente en el panorama social y político de esta España acuciada severamente por unos desequilibrios económicos y laborales que acentúan aún mas el problema latente expuesto, que no es otro que el de los territorios que reclaman la independencia del País.
Asombra comprobar cómo ante el desafío planteado por Cataluña, el gobierno de la nación se muestra con una pasmosa tranquilidad ante un problema que debería enfrentarse directa, seria y frontalmente, como han hecho hace tiempo Inglaterra y Escocia, ante la independencia planteada por ésta última, con un acuerdo firme y sereno en el sentido de celebrar una consulta vinculante a celebrar dentro de un año, que decidirá si Escocia se separa del Reino Unido.
El tema es de tanta relevancia, de tanta importancia y trascendencia – después vendrá, sin lugar a dudas el País Vasco – que no pude esperar más. Abórdese ya sin demora alguna, con la seriedad y responsabilidad que el tema exige y hágase de tal forma que no lesione ese sentimiento de unidad tan necesario siempre, y más ahora con los tiempos que corren, que exigen soluciones que no supongan cambios traumáticos que puedan alterar aún más la ya difícil vida de las gentes.

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