Al margen de esta endiablada
crisis que todo lo contamina con sus nefastos y persistentes efectos que nos
limitan y ponen freno a la hora de emitir juicios, críticas y valoraciones
sobre temas diversos, como los que versan sobre las esencias más humanas que
nos obligan a adoptar una determinada postura, a elegir una posición con la que
más nos identificamos, ignoro, decía, si en estos tiempos que nos ha tocado
vivir, la farsa constituye una forma de vida cada vez más notoria y notable,
hasta el punto de haberse convertido en una filosofía de vida que asumimos sin
haberlo racionalizado de una forma plenamente consciente.
Una farsa, una dramatización
continua y constante, interpretando cada uno el papel que le ha correspondido
dentro de una obra que no ha escrito, donde asume el rol asignado, con escasas
oportunidades de alterar las situaciones donde se desenvuelve y con una nula
capacidad de improvisación, salvo que nos erijamos en autor e intérprete, en
creador y protagonista, en escritor y actor, logrando con ello un auténtico y
decidido control sobre nuestra existencia, algo que nos permitiría un margen de
maniobra tal que nos abriría los espacios de la farsa de tal forma que
podríamos movernos en ella con suma facilidad.
Pero la realidad es,
generalmente, otra muy distinta y distante, donde muy pocos tienen plena
posibilidad de decisión sobre sus vidas, dejándose llevar por una corriente que
les arrastra sin remisión, y más en los tiempos actuales, donde las gentes se
encuentran inermes, a la defensiva, sin posibilidad alguna, salvo contadas
excepciones, de poder elegir y poner en valor sus potencialidades, que en la
mayoría de los casos quedan ocultas, veladas por unas perspectivas de futuro
tan oscuras que impiden el desarrollo de unas mentes que podrían brillar si
tuvieran la oportunidad de demostrar unas capacidades que se les niega ya de
partida al no poder ponerlas en cuestión ante un mercado laboral que parece
haber desaparecido, dejando en un absoluto vacío las esperanzas de unos ciudadanos
que buscan un trabajo para sobrevivir.
Los pocos que lo logran, han de
pasar unos filtros tan agudos y sutiles, que rozan la perfección en todos los
sentidos, tanto técnicos y de capacidad, como éticos y estéticos, habiendo adquirido estos últimos una importancia de
tal calibre, que sin una buena presencia, sin un porte más que correcto, sin un
estilismo muy determinado por las exigencias sociales imperantes por la empresa
moderna, no tendrá la mínima oportunidad de lograr su objetivo.
Admiro profundamente a esas
gentes que todo lo han tenido en contra, que se les ha negado hasta la
apariencia externa, hasta el aspecto físico, que pertenecen al grupo de los más
desvalidos, de los minusválidos en suma, en mayor o menor grado, con los que la
naturaleza se ha ensañado, hasta el punto de la crueldad más reprobable, más
injusta y condenable, alterando su cuerpo de tal forma, que los ha condenado a
la marginación social, donde encuentran barreras de todo tipo que les hacen la
vida difícil, incómoda e insoportable
Conozco a una persona, a una
admirable mujer, cuyo cuerpo es una tortura, una víctima de esas páginas
torcidas de la naturaleza que en ocasiones parece esmerarse en retorcer con
saña en un violento ejercicio de destrucción corporal que los convierte en un
edificio en ruinas, en un suplicio constante y perverso que los impide caminar
con normalidad, que los priva de los movimientos más habituales más necesarios,
donde el simple hecho de sentarse, de ponerse de pie, de subir o bajar a un
automóvil, se convierte en una acción complicada y desesperante, que no
obstante llevan con infinita resignación.
¡Pero qué mente tan brillante y
lúcida habita en tan atormentado cuerpo! Inteligente y sumamente capaz, es
exigente consigo misma hasta la perfección, la mismo que espera de sus
subordinados, que la admiran y respetan precisamente por ello, por su tesón
y fuerza de voluntad y por el hecho de
que haya sido capaz de llegar a un puesto directivo a base de esfuerzo, inteligencia
y capacidad.
Me veo en la necesidad de
puntualizar que esta admirable mujer trabaja en la Administración, donde ha ido
escalando puestos a base de superar duras y complicadas oposiciones, una tras
otra hasta lograr sus objetivos. Muy distinto sería en la empresa privada,
donde la farsa a la que aludíamos en principio adquiriría pleno sentido, y
donde personas como la que cito, casi con absoluta seguridad, no pasarían el
primer filtro, el del aspecto físico, donde serían rechazadas sin permitirles
demostrar sus brillantes capacidades.
La estética en este caso, está
por encima de todo. La inteligencia, puede esperar.
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