Cuando los problemas o sucesos
traumáticos nos son ajenos, tendemos a relativizarlos, a marginarlos de
nuestras vidas, salvo que tengamos constancia plena de los mismos, bien por
cercanos, bien porque exista documentación
exhaustiva que no deje lugar a la duda acerca de sus verosimilitud y
certeza plenas, de tal forma que les damos carta de naturaleza real hasta el
punto de llegar a afectarnos, de solidarizarnos y de pasar a entrar a formar
parte de nuestra vida diaria, concediéndoles incluso un tiempo de la misma, en
aras de la confraternización y comprensión humanas.
Sin embargo, cuando tenemos
constancia de los sucesos desagradables y desgracias o contratiempos a nuestro
alrededor, de una manera sutil o incluso conocemos detalles con toda su
crudeza, pero no tenemos constancia material y visible de los mismos, tendemos
a mantener una actitud de incredulidad, de cierta sospecha sobre su veracidad,
casi de rechazo, renegando incluso de las fuentes que lo divulgan, pretendiendo
ver en ello una maniobra oscura y confusa por parte de quienes difunden unos
hechos que no se muestran ante nuestros ojos con toda su cruda realidad y que
nuestra mente se resiste a admitir.
Si además de todo lo expuesto,
los sucesos acontecidos se desarrollan en un tiempo y lugar que no debieran
corresponder, por insólitos, inusuales e incluso anacrónicos, la perplejidad
más absoluta está servida, acentuando la sensación de una persistente
incredulidad que podría resumirse en aquello de que aquí eso no puede suceder,
no es posible que esté ocurriendo, mienten los que lo afirman y exageran los
que así lo divulgan.
Pero más pronto que tarde, los
duros y tozudos hechos se confirman, se materializan en toda su cruda extensión
y nos encontramos frente a ellos, con una dura realidad que mantiene una
situación que parecía imposible pudiera darse lugar en un país como el nuestro,
avanzado, dentro de una Europa próspera en general, con un nivel de vida más que aceptable, pese a una crisis
que azota a gran parte del continente, pero que pese a todo, puede sentirse
satisfecho si se compara con el resto de un Planeta, en el que la miseria, el
atraso y el abandono a su suerte, campean por sus respetos.
La cruda realidad, nos dice que
en España, un sector cada vez más
numeroso de la población, se ve obligado a recurrir a los comedores
sociales porque carecen de medios de subsistencia para alimentarse. Muchas
familias se ven en la urgente necesidad de enviar a sus hijos a los comedores
que han tenido que habilitar los colegios para que puedan al menos tener
garantizada una de las comidas diarias, para evitar la desnutrición en un
sector de la población infantil.
Casi dos millones de familias
se encuentran en una situación desesperada con todos sus miembros en paro. Los
desahucios continúan a un ritmo absolutamente inaceptable y en unas condiciones
penosas que el Gobierno no debería permitir, mientras los despidos, el paro, y
las rebajas salariales continúan amenazando a los que tienen la fortuna de
mantener un trabajo cada vez mas en precario.
Todos estos hechos son reales y
están sucediendo aquí, a nuestro lado, posiblemente en nuestra comunidad de
vecinos, hechos que pese a la evidencia, nos cuesta admitir y de los que
tenemos noticia sólo a través de los medios de comunicación. Quizás un día nos
encontremos con una fila, una cola de espera y nos preguntemos por qué esa
gente espera pacientemente con la mirada resignada, ante un local desconocido
para nosotros. Sólo entonces creeremos
que está pasando, que está sucediendo aquí.
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