Tenemos los seres humanos la
arraigada costumbre de recordar y celebrar los hechos notables que caracterizan
y marcan nuestras vidas, en unos casos como una forma de anotar un año más en
nuestro casillero - también hay quien no lo conmemora para tratar de evitar así
el paso de un tiempo – en otros, la efemérides ensalza o reverencia un hecho
digno de destacar por sus bondades humanas, ya sea el nacimiento o la
desaparición de un célebre personaje de las artes o las ciencias o la de un
determinado descubrimiento científico que repercutió en beneficio de la
humanidad, la de un hito histórico, ya sea el descubrimiento de un nuevo
continente, la primera llegada del hombre a un cuerpo celeste ajeno al nuestro
o la independencia de un País sometido durante cientos de años a la potencia
extranjera que lo retuvo contra la voluntad de su población doblegada a la
fuerza.
Según la afirmación tan
conocida y no siempre suficientemente valorada en su justa medida, que afirma
que los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla, existen
numerosos casos a lo largo de la historia de la humanidad que le conceden auténtica
veracidad, ya que las civilizaciones han caído una y otra vez en los mismos
errores, dando carta de naturaleza a esta expresión, tan elementalmente
predicada y tan sutilmente descartada por quienes han llevado a la humanidad a
trágicos desastres, y por quienes han vuelto la cara ante sus autores y ante
unos hechos que se avecinaban, que podían prever y cuyos efectos podían conocer
con la suficiente antelación como para tratar de evitarlos y que no lo hicieron
por oscuros e inconfesables intereses,
por cobardía, o por simple e inexplicable dejación.
Se cumplen este año, dos
importantes hechos bélicos, terribles y atrozmente dolorosos para quienes
tuvieron la desdicha de vivirlos y que sufrieron sus devastadores efectos, cuya
repercusión continúa aún latente en la memoria de las gentes, hasta el punto de
que en uno de los casos, en el nuestro, en el del setenta y cinco aniversario
del final de la feroz, sangrienta y cruel guerra civil que devastó nuestro
País, aún las heridas siguen abiertas, como sucede con los descendientes de
quienes sufrieron la injusta y brutal represión desatada por parte de los
vencedores, cuando la guerra ya había terminado.
El otro acontecimiento ahora
rememorado es el de los cien años del comienzo de la espantosa primera guerra
mundial, la llamada gran guerra, que durante cuatro terribles años asoló los
campos y las ciudades de medio mundo en un acto bárbaro y de una extrema dureza
debido a los métodos empleados que supusieron un espantoso sufrimiento para los
soldados atrapados en la inmundicia de las trincheras de donde salían para
enfrentarse en unos inhumanos combates cuerpo a cuerpo, en medio de unos campos
donde el aire estaba contaminado por el empleo masivo de gases letales y de
armas químicas salvajemente utilizadas, que dejaron el campo de batalla sembrado
de millones de muertos.
Los setenta y cinco años del
final de la guerra civil y los cien años del comienzo de la primera guerra
mundial, son hechos que ahora se recuerdan, y que aportan luz y firmeza a la
teoría de la debilidad humana en cuanto a su capacidad para olvidar los hechos
pasados con el consiguiente peligro de volver, sino a repetirlos, sí a caer en
un estado de dejación que puede llegar a favorecer esa desmemoria que tan
fatídicos resultados puede llegar a acarrear con el paso del tiempo.
La segunda guerra mundial, poco
más de veinte años después de finalizada la primera, es un ejemplo de cómo los
seres humanos están dotados de una incalificable capacidad para repetir los
mismos hechos al no haber aprendido de los errores cometidos con anterioridad.
La negación a acometer y enfrentar las responsabilidades habidas después de
nuestra guerra civil, constituye otro lamentable error. Debió llevarse a cabo
en la transición, pero se pasó por alto, se obvió entonces y ahora sigue
latente, con importantes e injustificables obstáculos que se deberían eliminar,
porque la memoria histórica sigue presente en los descendientes de quienes
sufrieron la violencia por parte de los vencedores, que no contentos con ello,
se empeñaron en una cruel venganza contra los vencidos, demostrando con ello
una bajeza moral sin límites.
Ambos casos demuestran que el
ser humano no parece querer aprender de sus errores, pese a que una y otra vez
haga propósito de enmienda, demostrando con ello una debilidad inherente a
nuestra especie, que sigue cayendo una y otra vez en sus persistentes errores.
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