martes, 22 de julio de 2014

LA DUDA PERMANENTE

Según Albert Camus, la verdad tiene dos caras, y una de ellas ha de permanecer oculta, lo que supone, y no nos permitimos dudar en este aspecto, que durante nuestras cortas vidas, los poderes tanto fácticos como de hecho, nos van a mentir al cincuenta por ciento en asuntos que califican, en unos casos de relevada importancia, que pueden afectar a la tan recurrida seguridad nacional, y en otros, aquellos que pueden llegar a tocar a grupos tanto políticos como económicos, interesados en ambos casos en que la verdad no llegue a conocerse quedando como materia reservada, que ni siquiera así llega a calificarse, en las mentes de quienes protagonizan dichos sucesos, que nos pertenecen a todos, porque a todos nos afectan, pero que seguramente jamás llegaremos a conocer. Se nos ocultarán en una maniobra enigmática, siniestra y sumamente oscura, cuyo conocimiento se nos niega a los ciudadanos de a pie, que en definitiva somos los verdaderos protagonistas de tantas historias, en las que al final quedamos como simples y vulgares espectadores, mudos, ciegos y sordos, sin derecho ni a voz ni a voto y a los que única y exclusivamente nos quedará el recurso a la duda razonable.
Invitados de piedra somos, en definitiva, por mucho que recurran a la privacidad y a la clasificación como materia reservada, según nos machacan con tanta frecuencia en unos casos y en otros en los que ni siquiera se molestan en ello, y que jamás llegaremos ni a sospechar. Sin duda que existe justificación para ello en determinados casos, y más aún, en un País sin gran relevancia en el mundo como es el nuestro, que muy poco figura en la esfera internacional, tanto a nivel político como económico, menos aún en el primero, donde se nos ignora y donde ninguna fuerza poseemos que pueda considerarse relevante entre las grandes naciones con peso específico considerable, no sólo a nivel planetario, sino simplemente a nivel Europeo, donde ocupamos un lugar secundario, que dada la población, la extensión y la historia de nuestro País, no tiene una fácil comprensión ni una razonable justificación.
Tenemos en España importantes acontecimientos vividos en el pasado, de cuya auténtica veracidad, tal como nos lo han mostrado los poderes públicos, existen motivos más que razonables para dudar de los mismos, existiendo diversas corrientes de opinión, que tanto los medios de comunicación como a nivel de la gente de la calle, vienen sucediéndose desde que tuvieron lugar los hechos hasta nuestros días, y que demuestran que no se ha arrojado luz sobre ellos y que la duda sigue planeando sobre unos acontecimientos tanto más oscuros cuanto más tiempo y más empeño se emplee en ocultar la verdad.
Uno de esos hechos mencionados, es sin duda el de cuanto acaeció durante el intento de golpe de estado del 23 de febrero de mil novecientos ochenta y uno, tanto antes de dicho intento, como durante el mismo y su posterior desarrollo. Es un hecho que nos marcó a todos los habitantes de este País, que todos recordamos y que algunos seguimos en su momento con total y absoluta dedicación, por lo que lo tendremos siempre in mente, con lo duda presente y permanente de que no conocemos, ni mucho menos, toda la verdad sobre un tema que nos afectó a todos los ciudadanos de un País que quedó atónito y confundido en su momento por tan traumático hecho, y que sigue tratando de conocer los verdaderos hechos que tuvieron lugar, sobre los que se sigue hablando y escribiendo en la actualidad.
Recientemente ha salido a la luz una de las numerosas publicaciones sobre aquellos acontecimientos, en este caso un libro de Pilar Urbano, cuyo título, La gran desmemoria, relata aquellos sucesos, después de dos años de investigación, que según la propia autora declara estuvo documentándose y que ha vertido en este libro que plantea interrogantes tales como la posición del Rey ante hechos como el de ausentarse en París cuando Suárez legalizó el partido comunista – la familia de Suárez ha pedido la retirada del libro – o hasta dónde estuvo informado sobre la Operación Armada – y recuerdo los insistentes rumores que hubo durante el golpe en cuanto a que el Rey estuvo en principio de acuerdo y que rectificó por presiones de D. Juan, su padre – o el simulacro del juicio militar a los autores, que fue una auténtico desatino en todos los sentidos y una farsa inadmisible y tantos otros interrogantes de cuya auténtica y clarificadora verdad parecemos estar muy lejos.
Estoy de acuerdo con la autora del libro cuando afirma que se niega a admitir las medias verdades. Son temas sumamente importantes que nos afectan a los verdaderos protagonistas, en definitiva, a los ciudadanos, al pueblo español, que tiene el derecho y el deber de exigir la verdad, que es la única opción admisible a la hora de relatar su historia.

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