Es inútil e imposible tratar de
huir en un vano intento por dejar atrás el continuo y pertinaz sobresalto que
tanto tiempo lleva acosándonos, en un País donde a fuerza de despertarnos con
nuevas y frustrantes noticias, desalentadoras casi siempre, los ciudadanos
asimilan con estoica actitud cuanto se les viene encima, en una alarde de
infinita y resignada paciencia que resulta difícil de explicar, sobre todo si
tenemos en cuenta las denigrantes circunstancias socio económicas que nos
envuelven y atrapan, nada halagüeñas, pese a los consabidos datos
macroeconómicos que tan lejanos quedan de los ciudadanos, a los que no tienen
en cuenta en absoluto, ya que no existe paralelismo alguno entre esas cifras y
las que configuran y determinan sus atribuladas vidas.
Con todo ello presente, y sin
apenas tiempo para lamentos, nos desayunamos con un nuevo escándalo, con un
nuevo suceso que ya no sabemos cómo calificar, porque se nos agotan los
adjetivos a fuerza de su continua y desalentadora utilización, proveniente esta
vez, o más bien, una vez más, de esa Cataluña que tanto se empeña en acusarnos
y recriminarnos del robo del que son objeto por nuestra parte, y que ahora,
después de la auto inculpación de Pujol, quizás, aunque lo dudo, giren su mirada
ciento ochenta grados hacia ellos mismos, hacia su gente, hacia lo honorables
Padres de una Patria que han deshonrado, hacia unos ciudadanos que han engañado
una vez más, empapados esta vez de indignidad hasta la médula, y envueltos en
un halo de falsa respetabilidad y deshonesta honorabilidad, revelándose como
unos falsos e indignos próceres, consiguiendo con ello sobrepasar todos los
límites conocidos hasta ahora.
Se ha llegado a tales extremos,
que pese a que los ciudadanos de este País parecían estar curados y a salvo de
todo espanto, por tanto y tan supremo desvarío, y tanta iniquidad fraudulenta,
que en este caso han adoptado una actitud de enorme incredulidad, que no
obstante no ha durado mucho tiempo, una vez analizados los hechos después de leer
y escuchar con esmerada y sobrecogida atención los diversos medios de
comunicación, que apenas han comenzado a desmenuzar los entresijos de un turbio
asunto, donde una vez se ha tirado del hilo, y siendo éste largo y consistente,
seguro que dará mucho juego durante un largo período de tiempo, y que seguro
tocará de lleno a multitud de personajes e instituciones, de tal forma que no
nos van a dar tregua, y que esperamos se sustancie con una decidida y sólida
investigación, que culmine con una eficaz determinación de una Justicia que
esperamos no defraude, como en tantas ocasiones, a unos ciudadanos que están lo
suficientemente hartos de tanto fraude, como para salir a la calle a gritar a
los cuatro vientos, que se desenmascare y se castigue a tantos autores de
guante blanco, protagonistas de fechorías sin cuento que aún quedan libres
campando por sus respetos.
Todo el mundo lo sabía. Tanto
políticos como instituciones estaban al tanto, y desde hace demasiado tiempo –
ahí está el famoso tres por ciento - pero
que nadie ha sido capaz de airear. Muchos lo sabían y otros lo intuían
poderosamente, incluida una parte de la ciudadanía catalana, que algo creía
saber, porque para ellos era de dominio público, acerca de una familia de la
élite, que se supone representaba las esencias más nobles, dignas y honorables
de una región empeñada en una falsa enemistad con el resto de una España que
nada tiene contra sus ciudadanos, sino contra quienes les han embarcado en una
loca aventura independentista y que se han revelando como impostores en aras de
sus privilegiados intereses.
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