Confieso que no puedo ocultar mi
atracción hacia determinadas series televisivas, indefectiblemente Británicas,
que narran las vicisitudes de las vidas de los dos grupos de seres humanos que
conviven en las grandes y lujosas mansiones Victorianas donde se desarrolla la
vida diaria de los dos grupos humanos que las habitan, los señores por un lado
y los criados por el otro, unos arriba y otros abajo - una de estas series
llevaba por título precisamente esta última expresión - que ocupan espacios
diferentes, unos en las cocinas y otros en los salones, unos servidos y otros
sirvientes, unos lacayos, cocineros, chóferes, damas de compañía, ayudantes de
cámara y jardineros, todos ellos bajo el estricto mando del estirado,
ceremonioso e imperturbable mayordomo, y otros, los señores, ya sean milord o
milady, configurando todos ellos, una representación perfectamente válida que
recrea la sociedad en la que vivimos, en la que los de abajo mueven los remos y
los de arriba manejan el timón del barco en el que todos navegamos.
Me impresiona sobre manera, la
solemnidad y la afectación profundamente servicial y digna del mayordomo,
vigilante de un severo protocolo que ha de seguir en todo momento con sus
señores y que ha de procurar que todos los trabajadores a su cargo observen,
sin la menor concesión a la improvisación o a la ligereza en el trato y en el
servicio, con una rigidez y una elegancia que han de seguir en todo momento,
respetando los más rigurosos cánones en cuanto a la estricta relación que
mantienen con quienes llevan una vida de ceremonia y rígida etiqueta, que
siguen en una vida diaria en cuantos actos y situaciones se llevan a cabo, en
una sociedad de clases profundamente diferenciadas, donde se siguen una
parafernalia de formalidades y ritos que llegan a extremos que nos sorprenden
por su sorprendente exquisitez, no exenta de una elegancia que no se les puede
negar, con una clase indiscutible y un saber estar, que al margen de otras
consideraciones que no vienen al caso, es de justicia reconocer, y que no dejan
indiferente a un espectador que experimenta sentimientos encontrados de
admiración y rechazo a partes iguales.
Por encima de todo el lujo, del
derroche de las riquezas expuestas, y de la relación entre los amos y los
sirvientes, se erige la insigne y grave figura del mayordomo, personaje clave
en estas series, que ostenta el cargo de encargado del personal y de persona de
confianza del jefe de la mansión, exquisito en su comportamiento, en su
relación con los habitantes de la casa y hasta en el trato hacia el resto de
los trabajadores, de los cuales es responsable, sumamente respetado por todos
ellos y auténtico coprotagonista de unas series realizadas con una sutil
delicadeza, donde los detalles se cuidan con una exquisita observancia de todos
los aspectos que rodean una recreación de esa época, tan severa, austera y
cerrada como la Victoriana, pero que en definitiva, y pese a la confianza que
en él deposita el milord de la casa, no deja de ser el mayordomo un componente
más del servicio, a otro nivel, con más responsabilidad, con algo más de proximidad
respecto de los señores, pero en definitiva, un integrante más de los de abajo,
de los que sirven a los de arriba, a los señores de la casa.
Trasladar este planteamiento de
estas series televisivas a la sociedad actual, resulta quizás excesivo, pese a
que el contraste entre esos dos mundos es una constante en la historia de un
mundo que ha pasado por épocas en las que hubo intentos de llevar a cabo una
sociedad igualitaria, sin clases, que acabaron en auténticos desastres, donde
la libertad individual quedaba relegada al servicio del Estado, al someter al
individuo a sus dictados, acabando por convertirse en propiedad del mismo, como
si de un objeto más se tratara. Hoy en día, las clases sociales han ido in
crescendo, con una clase mísera – que siempre ha existido - que nada posee y varias bajas, medio bajas y
medio altas, que desembocan progresivamente en las más altas, que limitadas en
número, poseen una riqueza absolutamente desproporcionada, ya que unos cuantos
son los adjudicatarios de una inmensa riqueza que desborda cualquier cálculo y
medida proporcional.
Lacayo, mayordomo o milord. Tres
opciones que generalmente no admiten posibilidad alguna de elección.
Simplemente te ha tocado estar arriba o abajo. Y eso es todo, salvo
excepciones, claro está, siempre deseables. Pero esa es otra historia, que aquí
no toca relatar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario