martes, 2 de septiembre de 2014

ARRIBA Y ABAJO

Confieso que no puedo ocultar mi atracción hacia determinadas series televisivas, indefectiblemente Británicas, que narran las vicisitudes de las vidas de los dos grupos de seres humanos que conviven en las grandes y lujosas mansiones Victorianas donde se desarrolla la vida diaria de los dos grupos humanos que las habitan, los señores por un lado y los criados por el otro, unos arriba y otros abajo - una de estas series llevaba por título precisamente esta última expresión - que ocupan espacios diferentes, unos en las cocinas y otros en los salones, unos servidos y otros sirvientes, unos lacayos, cocineros, chóferes, damas de compañía, ayudantes de cámara y jardineros, todos ellos bajo el estricto mando del estirado, ceremonioso e imperturbable mayordomo, y otros, los señores, ya sean milord o milady, configurando todos ellos, una representación perfectamente válida que recrea la sociedad en la que vivimos, en la que los de abajo mueven los remos y los de arriba manejan el timón del barco en el que todos navegamos.
Me impresiona sobre manera, la solemnidad y la afectación profundamente servicial y digna del mayordomo, vigilante de un severo protocolo que ha de seguir en todo momento con sus señores y que ha de procurar que todos los trabajadores a su cargo observen, sin la menor concesión a la improvisación o a la ligereza en el trato y en el servicio, con una rigidez y una elegancia que han de seguir en todo momento, respetando los más rigurosos cánones en cuanto a la estricta relación que mantienen con quienes llevan una vida de ceremonia y rígida etiqueta, que siguen en una vida diaria en cuantos actos y situaciones se llevan a cabo, en una sociedad de clases profundamente diferenciadas, donde se siguen una parafernalia de formalidades y ritos que llegan a extremos que nos sorprenden por su sorprendente exquisitez, no exenta de una elegancia que no se les puede negar, con una clase indiscutible y un saber estar, que al margen de otras consideraciones que no vienen al caso, es de justicia reconocer, y que no dejan indiferente a un espectador que experimenta sentimientos encontrados de admiración y rechazo a partes iguales.
Por encima de todo el lujo, del derroche de las riquezas expuestas, y de la relación entre los amos y los sirvientes, se erige la insigne y grave figura del mayordomo, personaje clave en estas series, que ostenta el cargo de encargado del personal y de persona de confianza del jefe de la mansión, exquisito en su comportamiento, en su relación con los habitantes de la casa y hasta en el trato hacia el resto de los trabajadores, de los cuales es responsable, sumamente respetado por todos ellos y auténtico coprotagonista de unas series realizadas con una sutil delicadeza, donde los detalles se cuidan con una exquisita observancia de todos los aspectos que rodean una recreación de esa época, tan severa, austera y cerrada como la Victoriana, pero que en definitiva, y pese a la confianza que en él deposita el milord de la casa, no deja de ser el mayordomo un componente más del servicio, a otro nivel, con más responsabilidad, con algo más de proximidad respecto de los señores, pero en definitiva, un integrante más de los de abajo, de los que sirven a los de arriba, a los señores de la casa.
Trasladar este planteamiento de estas series televisivas a la sociedad actual, resulta quizás excesivo, pese a que el contraste entre esos dos mundos es una constante en la historia de un mundo que ha pasado por épocas en las que hubo intentos de llevar a cabo una sociedad igualitaria, sin clases, que acabaron en auténticos desastres, donde la libertad individual quedaba relegada al servicio del Estado, al someter al individuo a sus dictados, acabando por convertirse en propiedad del mismo, como si de un objeto más se tratara. Hoy en día, las clases sociales han ido in crescendo, con una clase mísera – que siempre ha existido -  que nada posee y varias bajas, medio bajas y medio altas, que desembocan progresivamente en las más altas, que limitadas en número, poseen una riqueza absolutamente desproporcionada, ya que unos cuantos son los adjudicatarios de una inmensa riqueza que desborda cualquier cálculo y medida proporcional.
Lacayo, mayordomo o milord. Tres opciones que generalmente no admiten posibilidad alguna de elección. Simplemente te ha tocado estar arriba o abajo. Y eso es todo, salvo excepciones, claro está, siempre deseables. Pero esa es otra historia, que aquí no toca relatar.

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