viernes, 19 de septiembre de 2014

LA ESPAÑA DESAFIANTE

Son ya, y no lo parecen, setenta y cinco años los que median entre la muerte de nuestra más grande y sublime poeta, Antonio Machado, autor del verso que encabeza estas líneas, perteneciente a su vibrante poema la España de charanga y pandereta, cuyos versos, millones de veces replicados y cantados desde entonces por los amantes del Poeta, por cantantes de canciones y cantares que siguen poblando los campos de su amada Andalucía dónde nació, de su Castilla dónde residió y  vivió sus dos grandes amores, Leonor y Pilar, Guiomar, y dónde ejerció de profesor en Soria y Segovia, así como en Baeza, lugar en el que se conserva intacta la encantadora aula dónde enseñó a sus alumnos, que parece conservar su sutil y delicada presencia, como si por ella no hubiese transcurrido el tiempo y se hubiera detenido para siempre, convirtiendo en efímero, el ya pasado.
Y después de tanto tiempo, esta España a la que tanto cantó y a la que tantos versos dedicó, las más de las veces impregnados de una serena y crítica añoranza, aderezados con una melancolía, que era más bien el reflejo de una pesadumbre, de una soledad existencial que experimentaba al contemplar a una España desgarrada, dividida y estancada en sus más férreas y ancestrales tradiciones y costumbres, a veces bárbaras, a veces desgarradoramente humanas, impregnadas de una fanática y absorbente religiosidad, que la alejaban del progreso y de la cultura, empeñada una y otra vez en desgarrarse a sí misma, en negarse a la apertura de las mentes de las gentes, a una convivencia en paz y libertad y a integrarse en la civilización occidental a la que sin duda pertenecía.
La España de charanga y pandereta, devota de Frascuelo y de María, la España inferior que ora y embiste cuando se digna usar la cabeza. Así la describía Machado, y pese al tiempo ya pasado, casi cien años desde que escribió estos atribulados versos, apenas nada parece haber cambiado, como si el tiempo se hubiera detenido, como si no hubiera tenido tiempo de experimentar una transformación necesaria en un País donde el carácter de las gentes y las ancestrales costumbres se mantienen incólumes, como si hubiese sufrido un proceso de paralización social y humano, que impidiera que cualquier cambio, cualquier manifestación dirigida hacia la modernidad en todos los órdenes,  hubiera sido desechado para siempre en aras de mantener una España distinta, distante y desafiante ante una Europa que ve cómo somos el único País que mantiene costumbres, maneras y tradiciones impropias del siglo en que vivimos.
Cómo entender que en un País, donde hay tres millones de niños que pasan hambre, donde la cifra de parados llega a los cinco millones y existen millón y medio de familias en la que todos sus integrantes están desempleados, se sigan celebrando abundantes y largas fiestas a lo largo y ancho de todo el territorio nacional, con unos enormes gastos, sin que su presupuesto apenas se haya reducido, ni se hayan acortado los muy acostumbrados siete días de jolgorio y desenfreno, fiestas basadas casi siempre en la violenta y mal llamada fiesta nacional, con el agravante de que donde lo han intentado, se han producido en ocasiones auténticos levantamientos populares en contra de dicha decisión.
Cómo comprender, que los jóvenes, pese al tremendo paro juvenil existente, o quizás, por este motivo, en lugar de llenar las bibliotecas y los museos, se dediquen los fines de semana a la cultura del botellón, en un acto injustificable, donde la búsqueda de la cultura brilla por su ausencia, en un País que sigue manteniendo un aire de un insoportable folclorismo,  vulgar e inculto, que continúa campando por sus respetos y que se manifiesta en grupos y artistas cutres y barriobajeros, cuyas letras denotan una falta de cultura y buen gusto alarmantes, donde continuamos almorzando a las tres, cenando a las once y desayunando frugal y conventualmente, para al final hacer más horas que cualquier trabajador europeo, pero con la contrapartida de una menor producción según citan las encuestas de la Comunidad Europea.
Un País que continúa siendo fiel a aquella denostada y malévola sentencia de que inventen ellos, donde la investigación siempre está en pañales y donde España, que es uno de los mayores productores de automóviles del mundo, no posee ni una sola marca propia, y donde sólo parece que se vele y confíe en el turismo de playa y los pasos de una semana santa que durante siete días al año y en todo el País, parece gozar de una patente de corso para ocupar las calles, en una aparente demostración de fervor religioso, muy lejos de una realidad social que se mantiene al margen de una iglesia católica, injustificadamente sostenida por el Estado, y que continúa omnipresente en un claro desafío a una sociedad que cada vez más la rechaza.
Desafíos todos estos que mantienen a nuestros compañeros de viaje europeos con un continuo gesto de sorpresa y extrañeza, que los divierte y asombra al mismo tiempo, que resultan inverosímiles a estas alturas, y que a Antonio Machado, si ahora retornara a los Campos de Castilla y a su Andalucía natal, le daría la impresión de que en poco o nada hemos cambiado pese al tiempo transcurrido.
Más otra España nace / la España del cincel y de la maza  / con esa eterna juventud que  se hace / del pasado macizo de la raza – Antonio Machado -

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