sábado, 20 de diciembre de 2014

UNA SANIDAD DECADENTE

En los albores de la civilización, alrededor del año cuatro mil antes de Cristo, la medicina estaba basada en la magia contra los espíritus malignos de los que el hombre tenía que ser protegido mediante conjuros para exorcizar al demonio y sacarlo fuera del cuerpo. Fue Hipócrates el primero en crear un método de aprendizaje en medicina consistente en apoyarse en la experiencia, observando cuidadosamente al paciente, interrogándolo, conociendo sus costumbres y la forma en cómo éstas habían repercutido en su salud y explorándolo cuidadosamente.
En el año 300 antes de Cristo en la escuela médica de Alejandría, surgió el fundador de la anatomía, el griego Herófilo. Este médico fue el primero en hacer disecciones de cadáveres en público. Reconoció el cerebro como sede de la inteligencia al igual que lo había señalado Hipócrates y en contra del criterio de Aristóteles que lo ponía en el corazón. Asoció a los nervios la sensibilidad y los movimientos y diferenció las arterias de las venas. A partir del año 150 después de Cristo, el griego Galeno, de la ciudad de Pergamo, que seguía la escuela hipocrática, al parecer hizo algunas pocas disecciones de cadáveres y conocía bien los huesos y los músculos y era el mejor fisiólogo de su época. Lamentablemente debido a su mal genio y egolatría no tuvo alumnos y no fundón ninguna escuela.
 Los romanos contribuyeron a la medicina con la construcción de grandes hospitales, al principio militares y luego municipales. Inventaron un sistema de cloacas subterráneas para eliminar las materias fecales y distribuyeron el agua potable mediante los acueductos que abastecían a Roma con millones de galones diarios. Crearon el puesto de médico de pueblo para atender a los pobres con salarios pagados por la municipalidad. Los ricos tenían ya para esa época un médico familiar.
Los Árabes comenzaron a estudiar las fuentes médicas griegas, y el persa Avicena, allá por el año 1000 después de Cristo, escribió una enciclopedia del saber médico llamada El Canon, que se utilizó durante siglos, hasta que en el siglo XVIII, se llevaron a cabo el descubrimiento de diversas vacunas para luchar contra las frecuentes epidemias que asolaban Europa, así como los antibióticos e importantes hallazgos médicos, y con ello la medicina sufrió un continuo e imparable avance que no se ha detenido desde entonces, con el amparo y la inestimable ayuda de las nuevas tecnologías de las que disponemos hoy en día.
Y aquí estamos, en el siglo XXI, con una sanidad en continuo retroceso, en cuanto a prestaciones se refiere, con unas esperas de varios días para la prestación ambulatoria, que tanto deja que desear en lo que a satisfacción del usuario se refiere, y con unos retrasos en las operaciones quirúrgicas que llegan hasta los cuatro y cinco meses – hablo siempre de Madrid - durante los cuales el paciente tiende a empeorar, debiendo llevar la sonda, el oxígeno, la adaptación provisional correspondiente, hasta que se dignen llamarle de un hospital a veces infrautilizado, en ocasiones colapsado, y siempre excesivamente distante para el paciente que sufre las consecuencias de una sanidad que parece haberse olvidado del ciudadano que ha contribuido durante toda su vida al sostenimiento de la sanidad pública y que ahora se ve rechazado y maltratado por ella.
Conozco, porque lo he vivido muy de cerca, tanto la situación de la atención primaria de la seguridad social, demasiado lenta en la espera y excesivamente ligera en la atención, como en la atención privada, rápida, atenta y efectiva.  He podido comprobar cómo pacientes de la atención primaria han tenido que recurrir a su seguro privado al no resolverles su afección y haber empeorado notablemente, con el resultado de una notable e inexplicable diferencia a favor de éste último, tanto en cuanto a la atención inmediata, como a la exploración inicial, como al diagnóstico rápido y certero. Es decir, páguese usted un seguro médico privado y será debidamente atendido.
Olvídese pues de la sanidad pública y váyase a la privada, y ya de paso quizás deba costearse un plan de jubilación, y un seguro de vida, porque el tan cacareado estado social y de derecho, parece estar en horas bajas, y usted, que debería ser el principal beneficiario ha dejado de serlo. Ya no es el protagonista. Apenas ejerce ya de actor secundario.

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