lunes, 15 de diciembre de 2014

LA MADRE

He leído recientemente la  novela de John Steinbeck, Las uvas de la ira, de la cual se hizo una película, que posteriormente a la lectura del libro, tuve el placer de ver, y que se ciñe escrupulosamente al libro en cuanto a los hechos, incluso los diálogos, aunque no así a su final, que acorta considerablemente, omitiendo parte de la narración original, que dudo si se debe a la versión que yo vi, la que dirigió John Ford, cosa que dudo, o es una copia, que vaya usted a saber por qué, se decidió cortar, lo cual se podría calificar como mínimo de craso error, pues elimina escenas de especial intensidad que le restan emoción y un cierto y necesario dramatismo al texto original.
La narración, es un estremecedor testimonio de los incontables y sufridos avatares sin cuento, por los que una familia americana compuesta por nueve miembros, tiene que pasar al tener que abandonar la casa y las tierras que cultivaban, al expulsarles los propietarios de las mismas, los grandes terratenientes, para los cuales trabajaban, y de las que vivían miserablemente, debido a la reciente introducción de la mecanización de las tareas de labrado y recolección de las tierras, que hacía innecesaria a mucha gente, según ellos, los amos de la tierra, de tal forma que el trabajo que llevaba a cabo la familia entera, un solo tractor y una sola máquina recolectora, podían desarrollarlo.
De esta manera, miles de familias del este de Estados Unidos, se vieron obligados a emigrar al oeste, hacia California, adonde según les decían mediante una engañosa publicidad, había trabajo para todos en los fértiles valles de un Estado, donde les aseguraban, todo era esplendor, con posibilidades de prosperar, entre campos de fruta y algodón, con casas blancas, limpias y secas que con el tiempo podrían comprar y establecerse definitivamente en busca de una felicidad que se les negaba en sus lugares de origen.
Enormes caravanas de destartaladas camionetas, cargadas hasta los topes con los bártulos que pudieron llevarse, con la familia al completo, entre los colchones y los viejos muebles, alojados en la caja de los viejos vehículos, y con las esperanzas puestas en la tierra prometida, se dirigieron a través de la ruta 66 que a través de más de dos mil kilómetros les llevaría a California, después de pasar hambre y necesidades de una miseria extremadamente cruel, pasando hambre, durmiendo al raso y ganando apenas unos centavos con los que lograban cada día sobrevivir, conseguidos en algún esporádico trabajo que conseguían en el camino, explotados miserablemente, en una desconocida América del Norte de principios del siglo XX.
Por encima de las continuas adversidades, de todos los problemas que se presentaban a diario, surge en la novela la portentosa figura de la Madre, auténtica heroína que jamás decae pese a todas las miserias que acucian a la familia, levantándose por encima del desánimo que las penalidades lograban hacer mella en todos sus componente, hasta el punto de que el padre, presa de la desesperación ante la imposibilidad de encontrar trabajo y dar de comer a su prole, ha de reconocer a la Madre como la única capaz de sobrellevar la carga de una familia que ve desfallecer cada día, a lo cual se opone con una determinación y un enérgico y tenaz coraje, que consigue contagiar al resto de los miembros de la familia.
Es la Madre la gran protagonista de esta narración, basada en acontecimientos reales, y que bien hubiera podido titularse La Madre, como ya lo hicieron Máximo Gorki y Pearl S. Buck, en sus respectivas narraciones. Este libro y estas líneas, son un agradecido y emocionada homenaje a todas las madres.

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