He leído recientemente la novela de John Steinbeck, Las uvas de la ira, de
la cual se hizo una película, que posteriormente a la lectura del libro, tuve
el placer de ver, y que se ciñe escrupulosamente al libro en cuanto a los
hechos, incluso los diálogos, aunque no así a su final, que acorta
considerablemente, omitiendo parte de la narración original, que dudo si se
debe a la versión que yo vi, la que dirigió John Ford, cosa que dudo, o es una
copia, que vaya usted a saber por qué, se decidió cortar, lo cual se podría
calificar como mínimo de craso error, pues elimina escenas de especial
intensidad que le restan emoción y un cierto y necesario dramatismo al texto
original.
La narración, es un
estremecedor testimonio de los incontables y sufridos avatares sin cuento, por
los que una familia americana compuesta por nueve miembros, tiene que pasar al
tener que abandonar la casa y las tierras que cultivaban, al expulsarles los
propietarios de las mismas, los grandes terratenientes, para los cuales trabajaban,
y de las que vivían miserablemente, debido a la reciente introducción de la
mecanización de las tareas de labrado y recolección de las tierras, que hacía
innecesaria a mucha gente, según ellos, los amos de la tierra, de tal forma que
el trabajo que llevaba a cabo la familia entera, un solo tractor y una sola
máquina recolectora, podían desarrollarlo.
De esta manera, miles de
familias del este de Estados Unidos, se vieron obligados a emigrar al oeste,
hacia California, adonde según les decían mediante una engañosa publicidad,
había trabajo para todos en los fértiles valles de un Estado, donde les
aseguraban, todo era esplendor, con posibilidades de prosperar, entre campos de
fruta y algodón, con casas blancas, limpias y secas que con el tiempo podrían
comprar y establecerse definitivamente en busca de una felicidad que se les
negaba en sus lugares de origen.
Enormes caravanas de
destartaladas camionetas, cargadas hasta los topes con los bártulos que
pudieron llevarse, con la familia al completo, entre los colchones y los viejos
muebles, alojados en la caja de los viejos vehículos, y con las esperanzas
puestas en la tierra prometida, se dirigieron a través de la ruta 66 que a
través de más de dos mil kilómetros les llevaría a California, después de pasar
hambre y necesidades de una miseria extremadamente cruel, pasando hambre, durmiendo
al raso y ganando apenas unos centavos con los que lograban cada día sobrevivir,
conseguidos en algún esporádico trabajo que conseguían en el camino, explotados
miserablemente, en una desconocida América del Norte de principios del siglo
XX.
Por encima de las continuas adversidades,
de todos los problemas que se presentaban a diario, surge en la novela la
portentosa figura de la Madre, auténtica heroína que jamás decae pese a todas
las miserias que acucian a la familia, levantándose por encima del desánimo que
las penalidades lograban hacer mella en todos sus componente, hasta el punto de
que el padre, presa de la desesperación ante la imposibilidad de encontrar trabajo
y dar de comer a su prole, ha de reconocer a la Madre como la única capaz de
sobrellevar la carga de una familia que ve desfallecer cada día, a lo cual se
opone con una determinación y un enérgico y tenaz coraje, que consigue
contagiar al resto de los miembros de la familia.
Es la Madre la gran
protagonista de esta narración, basada en acontecimientos reales, y que bien
hubiera podido titularse La Madre, como ya lo hicieron Máximo Gorki y Pearl S.
Buck, en sus respectivas narraciones. Este libro y estas líneas, son un
agradecido y emocionada homenaje a todas las madres.
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