Absolutamente todo en esta vida
tiene unos límites que no deben traspasarse, porque una vez superada la
frontera que los delimita, se entra en un terreno sumamente incierto y
totalmente resbaladizo, dónde el control pasa a manos de quienes no se sienten sometidos
a derecho de ningún tipo, con lo que su libertad de acción queda fuera de toda
legalidad, ya que una vez situados más allá de los confines, de la línea
divisoria que los delimita, se establecen de facto, ocultándose tras las
invisibles cortinas que la impunidad les depara, o utilizando a las masas de
cuya indignación se alimentan y a las cuales utilizan e instrumentalizan,
remitiéndose a ellas cuando a sus intereses les conviene, amparándose y
resguardándose en la fuerza que les da el movimiento ciudadano que han
promovido, manejado y utilizado con el objeto de conseguir unos intereses que
no siempre coinciden con los de la ciudadanía que arrastran tras de sí y a la
que manipulan, sacándola a la calle, acelerándola o frenándola, al tiempo que les
proporcionan las consignas, que según sus inductores, son los que la plebe,
léase la gente, léase la muchedumbre, son las que necesitan.
Pero dichos cotos se traspasan,
se vulneran y se derriban las lindes establecidas y los espacios se tornan
oscuros, tétricos e inextricables, a la par que inexplicables, alejados de un
control popular que no tiene acceso alguno a cuanto allí va a suceder. Mientras
los poderes públicos tratan de minimizarlo todo, amparándose en la ley, a la
que recurren una y otra vez, a la que todo lo fían, pero que suele mostrarse,
como siempre, lenta, ineficaz y sumamente comprensiva con quienes la
transgreden, dependiendo claro está de quién se trate, de quién la haya
vulnerado, en un indignante y despectivo acto de una desfachatez, que deja
perplejo e indefenso al ciudadano que todo lo contempla con un gesto de
incredulidad permanente.
Vemos así, cómo en Cataluña, se
están traspasando todos los límites imaginables, con una deslealtad
constitucional y una transgresión de la ley, que resultan inexplicables para el
ciudadano que observa los acontecimientos con una progresiva indignación que alcanza
unos límites que se aproximan a la incredulidad y al desánimo más absolutos, al
contemplar cómo actos de indisciplina y rebelión que están culminando con una
desobediencia prístina en unos dirigentes que
manejan a su antojo a la población, y que parecen tener la seguridad
total de que la ley y la justicia, no van actuar en su contra. Tal es el
desparpajo y la inaudita seguridad con la que actúan.
Al tiempo que esto sucede, que
esta transgresión tiene lugar, y sin tiempo de hallar un mínimo y reparador
tiempo de necesario y sano respiro, nos encontramos con un hecho más del
vergonzoso y descontrolado despilfarro – este situado en el lado oscuro e
invisible de la superación de los límites – que afecta a este País, que parece
no tener fin, y que está logrando que la indignación ciudadana deje de
contenerse civilizadamente y salga a la calle con otros modos, otras actitudes
y otras exigencias, con el objeto de pedir las cabezas de los indignos consejeros
de Caja Madrid, que han utilizado a su antojo y sin control alguno las tarjetas
de crédito que la entidad les suministraba, sin límite alguno, sin fiscalidad
conocida, con las que se han pagado desde la compra del hipermercado, hasta
ropa, pasando por viajes y peajes, hasta dinero en efectivo que sacaban de los
cajeros automáticos, todo ello con un montante total, que nos ha supuesto a los
contribuyentes, un total de quince millones y medio de euros.
El País se desangra con tanta
anarquía y tanta corrupción. Pero la indignación tiene un límite.
No hay comentarios:
Publicar un comentario