lunes, 12 de enero de 2015

LOS LÍMITES DE LA INDIGNACIÓN

Absolutamente todo en esta vida tiene unos límites que no deben traspasarse, porque una vez superada la frontera que los delimita, se entra en un terreno sumamente incierto y totalmente resbaladizo, dónde el control pasa a manos de quienes no se sienten sometidos a derecho de ningún tipo, con lo que su libertad de acción queda fuera de toda legalidad, ya que una vez situados más allá de los confines, de la línea divisoria que los delimita, se establecen de facto, ocultándose tras las invisibles cortinas que la impunidad les depara, o utilizando a las masas de cuya indignación se alimentan y a las cuales utilizan e instrumentalizan, remitiéndose a ellas cuando a sus intereses les conviene, amparándose y resguardándose en la fuerza que les da el movimiento ciudadano que han promovido, manejado y utilizado con el objeto de conseguir unos intereses que no siempre coinciden con los de la ciudadanía que arrastran tras de sí y a la que manipulan, sacándola a la calle, acelerándola o frenándola, al tiempo que les proporcionan las consignas, que según sus inductores, son los que la plebe, léase la gente, léase la muchedumbre, son las que necesitan.
Pero dichos cotos se traspasan, se vulneran y se derriban las lindes establecidas y los espacios se tornan oscuros, tétricos e inextricables, a la par que inexplicables, alejados de un control popular que no tiene acceso alguno a cuanto allí va a suceder. Mientras los poderes públicos tratan de minimizarlo todo, amparándose en la ley, a la que recurren una y otra vez, a la que todo lo fían, pero que suele mostrarse, como siempre, lenta, ineficaz y sumamente comprensiva con quienes la transgreden, dependiendo claro está de quién se trate, de quién la haya vulnerado, en un indignante y despectivo acto de una desfachatez, que deja perplejo e indefenso al ciudadano que todo lo contempla con un gesto de incredulidad permanente.
Vemos así, cómo en Cataluña, se están traspasando todos los límites imaginables, con una deslealtad constitucional y una transgresión de la ley, que resultan inexplicables para el ciudadano que observa los acontecimientos con una progresiva indignación que alcanza unos límites que se aproximan a la incredulidad y al desánimo más absolutos, al contemplar cómo actos de indisciplina y rebelión que están culminando con una desobediencia prístina en unos dirigentes que  manejan a su antojo a la población, y que parecen tener la seguridad total de que la ley y la justicia, no van actuar en su contra. Tal es el desparpajo y la inaudita seguridad con la que actúan.
Al tiempo que esto sucede, que esta transgresión tiene lugar, y sin tiempo de hallar un mínimo y reparador tiempo de necesario y sano respiro, nos encontramos con un hecho más del vergonzoso y descontrolado despilfarro – este situado en el lado oscuro e invisible de la superación de los límites – que afecta a este País, que parece no tener fin, y que está logrando que la indignación ciudadana deje de contenerse civilizadamente y salga a la calle con otros modos, otras actitudes y otras exigencias, con el objeto de pedir las cabezas de los indignos consejeros de Caja Madrid, que han utilizado a su antojo y sin control alguno las tarjetas de crédito que la entidad les suministraba, sin límite alguno, sin fiscalidad conocida, con las que se han pagado desde la compra del hipermercado, hasta ropa, pasando por viajes y peajes, hasta dinero en efectivo que sacaban de los cajeros automáticos, todo ello con un montante total, que nos ha supuesto a los contribuyentes, un total de quince millones y medio de euros.
El País se desangra con tanta anarquía y tanta corrupción. Pero la indignación tiene un límite.

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