viernes, 2 de enero de 2015

CAMINO DE GUADALUPE

Son muchos ya los viajes, y numerosos los recorridos llevados a cabo y disfrutados por la hermosa tierra de Extremadura, la misma que en los textos del bachillerato que estudié en su tiempo, describían como un paisaje desolado, maltrecho y desértico, con las Hurdes como telón de fondo que todo lo parecía llenar ante nuestros asombrados ojos, que contemplaban las ilustraciones que de esa pobre zona de España nos mostraban los libros de texto, con unos miserables pueblos, donde apenas las encinas que los rodeaban parecían suavizar y humanizar un campo donde los cerdos disfrutaban de las bellotas, frutos que les proporcionaban el alimento que degustaban con fruición, y donde las rocas y las sierras, abundantes por doquier, impedían la labranza y el cultivo de una árida tierra que parecía mostrarse injustamente dura con sus pobladores que se veían así inmersos en una pobreza extrema.
Tanta como la que parece describir el nombre de esta región del oeste de España, que en absoluto se muestra así ante el agradecido viajero que tiene hoy el placer de conocerla, de disfrutarla y de darla a conocer a todo aquel que quiera escuchar cuanto aquí se narra, y que no es otra versión que la verdadera, la del que ha tenido la inmensa satisfacción y el gran honor de gozar con la prodigiosa belleza de sus campos, el encanto de sus paisajes, la extrema amabilidad de sus gentes y la exquisita y sutil degustación de una deliciosa y amplia gama de productos de la tierra, que hacen de su gastronomía un canto al buen yantar, y al mejor paladar, que dejan un imborrable recuerdo de esta Extremadura tan injustamente tratada en el pasado y que hoy se ofrece con los brazos abiertos a quien de ella quiera disfrutar con todos los sentidos dispuestos a gozar de una tierra privilegiada.
Cierto es que la mayoría de mis viajes han sido a la provincia de Cáceres, pero también conozco la otra provincia, Badajoz, digna hermana, de conocer su eterna Emérita Augusta, Mérida, capital de la región extremeña, con un brillante pasado romano, con numerosos tesoros arqueológicos que nos legó la más brillante de las civilizaciones que han dejado su huella a su paso por esta Extremadura, limítrofe con Portugal, con poblaciones como Olivenza, Albulquerque y la capital Badajoz, como ejemplos de tantas otras que completan el hermoso panorama de este región del oeste de España.
Camino de Guadalupe, enfilamos la carretera que la une con la autopista, apenas sesenta kilómetros, en un continuo y vistoso zigzag, entre encinas, olivos y pueblos colgados de unos bellísimos cerros, poblados de una densa vegetación que nos hace recordar otra vez, que no es esta la Extremadura que estudiamos, un auténtico vergel, alfombrada de hermosas dehesas con encinas y praderas coloreadas de un intenso verde que nos alegra la vista cuando viajamos por la comarca de la Vera, del Valle del Jerte, del Valle de Ambroz, pasando por Trujillo, Plasencia, Losar de la Vera, Jaraíz de la Vera, Jarandilla de la Vera, Cuacos, Yuste.
Nuestra mente viaja por esos lugares ya conocidos, mientras continuamos viaje a Guadalupe, nuestro destino, dejando que todos los sentidos gocen y disfruten del paisaje que nos brinda este agradecido recorrido, pasando por la comarca de los Ibores, de afamados quesos, con numerosos pueblos que llevan su nombre, por las Villuercas, entre el Tajo y el Guadiana, subiendo y bajando continuamente, describiendo una tras otra cuantas curvas se nos presentan, a cuya salida, un nuevo, sereno y encantador paisaje de cerros y preciosos valles, nos hace disfrutar de un plácido viaje en un día hermoso y radiante.
Hasta que al fin, desde un mirador privilegiado, divisamos Guadalupe, abajo, en el valle, en una hondonada, un pequeño pueblo de apenas dos mil habitantes, donde las blancas casas del casco urbano, rodean, como en un cálido y agradecido abrazo, al monasterio, que todo lo preside con su esbelta y noble figura, adosado a la Hostería, con la que conforma un conjunto monumental que impresiona por su tamaño y sus enormes y vistosas torres, que desde la lejanía lo asemejan a una imponente fortaleza defensiva.
Visitar el monasterio es descubrir multitud de tesoros de todo orden, dentro de una construcción original del siglo XIII, en la que se mezclan los estilos mudéjar, gótico, renacentista y barroco. Impresiona descubrir y contemplar cada una de sus estancias, como el claustro mudéjar del monasterio con un bello minarete en su centro, así como el claustro gótico de la hostería, ambos edificios comunicados entre sí.
El viajero no sale de su asombro cuando contempla con sus propios ojos obras de Goya, El Greco, Rubens, y Zurbarán, así como un museo de capas, casullas, estolas y demás ropajes religiosos, que poseen un enorme valor por la calidad de sus bordados, así como numerosos objetos litúrgicos, todos ellos con una antigüedad de siglos, frescos, pinturas, bellísimos libros miniados y todo ello envuelto en una arquitectura ecléctica, que asombra profundamente, haciendo las delicias de un viajero que quizás no esperaba tanta belleza, tanta historia y tanto valor monumental y artístico, en un lugar, que en su día, visitaron personajes, como los Reyes Católicos, Colón, Carlos I y Felipe II, por citar algunos de ellos.
Termina la visita, después de más de una hora de asombro y admiración, con la visita a la Virgen de Guadalupe, objeto de peregrinación y culto, por la que la mayoría de los viajeros viajan a este hermoso lugar. El fraile que nos guía, tilda a la virgen de muy milagrera, invitando, a quien así lo desee, a besar una efigie de ella que posa en su mano y a tocar su manto, lo que llevan a cabo numerosos viajeros con una evidente emoción que les embarga, fruto de una fe que les mueve a visitar este lugar tan representativo para los creyentes, y tan atractivo para los amantes del arte en general.

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