Sr. Presidente:
Acabo
de leer su segunda carta, y le confieso sinceramente que me ha decepcionado honda
y profundamente. He esperado unos días
antes de leerla, escuchando y leyendo comentarios de toda índole y procedencia,
en todos los medios, algunos muy sesudos, otros más banales, parciales e
imparciales, de medios próximos a su partido, y de los situados en el extremo
contrario.
Todos
llevan a cabo una narración similar de lo que usted escribió, pero como es
lógico, las interpretaciones difieren, algo perfectamente normal y esperado,
que no obstante no influyen en absoluto, ni en mi ánimo, ni en mi voluntad y
capacidad de ejercer mi libre interpretación sobre lo que expone en el
contenido de su carta, que, como he dejado entrever al comienzo de esta misiva,
ni me ha sorprendido, ni me ha deleitado, sino que me ha defraudado
ostensiblemente.
Con
un estilo que no deja vislumbrar en usted al escritor avezado que cabría
esperar de quién ya ha publicado varios libros, el lamento, el victimismo la inquina, y en ocasiones
las malas formas al referirse a opositores políticos, llenan su carta, que no
tiene justificación alguna, que es impropia de un presidente del gobierno, que
jamás debería recurrir a estas perversas artes para tratar de justificar el
hecho de que a su esposa puedan llegar a imputarla judicialmente – la
presunción de inocencia acoge a todos los ciudadanos – como medio para desprestigiarle
a usted, utilizándola arteramente para arruinar su carrera política.
Es
relevante el hecho de que usted se erige en defensor a ultranza de su esposa,
olvidándose de que ella, como ciudadana y como mujer, tiene todo el derecho, y
nos atrevemos a decir, toda la obligación, a defenderse de las acusaciones de
las que sea objeto, ya que la ley la protege, como a todos sus conciudadanos.
Esa ley y esos jueces, de los que tanto se permite dudar usted, a los que
tantos ataques ha dedicado junto con sus ministros, y con los que con tanto
ensañamiento se ha enfrentado con continuas faltas de de respeto.
Por
todo esto, he de recordarle que su gobierno ha sido objeto de varias llamadas
de atención por parte de la Unión Europea por poner en cuestión al poder
judicial, al que ahora se le recrimina el hecho de imputar a su esposa a cinco
días de las elecciones europeas, algo absurdo y fuera de lugar, y que ha
molestado profundamente a los jueces. Además, usted califica, sin más, las acusaciones
formuladas por determinadas asociaciones, como un zafio montaje.
Pero
usted, en lugar de animar a su esposa para que se defienda, de alguna forma ha
instrumentalizado esta situación, para beneficio suyo, pretextando que al ir
contra ella, van contra usted, para defenestrarle políticamente, y así,
aprovecha para lanzar su inclasificable y siempre rechazable verborrea
insultante, a la que ya nos tiene acostumbrados, y que se basa en las malas
formas acostumbradas – usted que habló después de su pasado retiro conventual
de regeneración política – recurriendo a la “máquina del fango” y vulgaridades
pretendidamente despectivas, como la “coalición reaccionaria”, citando
expresamente y en varias ocasiones a dos de sus opositores políticos, en una
ceremonia de la confusión, que le deja en muy mal lugar, y denota una absoluta
falta de educación, dignidad y sobre todo, de una completa falta de respeto y
elegancia que se deja sentir en toda la carta, y que a mi juicio, son impropias
de un presidente del gobierno.
Finalmente,
la conclusión que observo se desprende de todo este despropósito, Sr.
Presidente, es el hecho de que usted, de alguna forma ha intentado conseguir un
rédito político de esta kafkiana situación, ya que conociendo su desmedida
ambición política, y yo le sigo desde hace mucho tiempo, apostaría por ello, dado
el hecho de que las elecciones europeas están a la vuelta de la esquina, y
posiblemente considera que esta situación podría movilizar a su electorado.
Poco
más que añadir, presidente. He manifestado en esta carta lo que pienso una vez
leída la suya. No pretendo ofender, no es mi estilo, aunque un punto de
agresividad crítica y de ironía, no suelen faltar en mis escritos. Pero siempre
con el debido respeto, en este caso hacia el ciudadano y hacia el presidente. Le
rogaría, no obstante, abandone su novedoso estilo de gobernar a través de
cartas y retiros monacales, que considero, no benefician a nadie, incluido
usted. Atentamente.
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