Escuchar
a la portavoz del gobierno, tras el consejo de ministros, defendiendo a la
esposa del presidente del gobierno, tras su imputación, de la que afirman se
han enterado por los medios de comunicación, como mínimo causa sorpresa y asombro,
ya que constituye una inadmisible y rechazable manera de instrumentalizar el
ejecutivo para justificar a una persona con una vinculación familiar directa
con el presidente del gobierno.
Y lo
ha llevado a cabo, con el siguiente aserto literal: “absoluta tranquilidad porque
aquí no hay nada de nada”, en una brillante e incalificable toma de postura, no
exenta de la correspondiente influencia en la opinión pública que dicha decisión puede tener a tan alto nivel, que de
ninguna manera le corresponde, pues no atañe a sus funciones, excediéndose absolutamente
en las mismas, en algo que solamente compete a la justicia.
Órgano
al que la falta de respeto que muestran hacia él, ha llevado a la Unión Europea
a darles varios toques de atención en respuesta a las denuncias llevadas a cabo
por dicho motivo, tanto por organismos privados como públicos, justicia que es
quién tiene la palabra en este asuntos y otros similares, pero que nunca puede
ser sustituida, de ninguna manera por parte interesada.
Y no lo puede ser en ningún caso, ya sea por
razón familiar, como en este que nos ocupa, ni en ningún otro, y menos aún cuando
como en el presente caso se trata de la representación de la voz del gobierno a
través de su portavoz, que solamente debe conocer de los asuntos tratados en
dicho Consejo, y no de la defensa de la esposa del presidente – que como todos
los ciudadanos goza de la presunción de inocencia -, y al que con estas
declaraciones ha querido arropar dicho consejo de ministros, con una defensa intempestiva
de su esposa, que no corresponde a dicho organismo, sino al poder judicial
correspondiente.
No
contentos con esta salida de tono, con esta intolerable e imparcial intromisión
en asuntos que no le competen, culpan de la posible imputación, a la tan
cacareada máquina del fango, en una acción chabacana y ordinaria más del
ridículo y arrabalero lenguaje que vienen utilizando los integrantes de un
gobierno, comenzando por su presidente, cada día más instalado en la
mediocridad y el esperpento impropio de un ejecutivo serio, sensato y
responsable, navegando a la deriva que hace agua por todas partes.
Vulgares
y codiciosos, éstos progresistas, que así graciosamente se hacen llamar, huyen de cualidades como la tolerancia
y la generosidad, que en consecuencia debiera adornar su obra y gobierno, y se
comportan con soberbia, egolatría, y una incalificable y desmedida ambición,
por el poder, al que con suma facilidad y rapidez se adaptan, lo que los descalifica
como progresistas, y sobre todo, como gobernantes dignos de ostentar esta condición.
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