Ha
roto todas las barreras, ha traspasado cuántas líneas rojas ha encontrado a su
paso y ha destrozado todas las esperanzas de quienes aún creían en usted, ha llevado
a cabo una temeraria huida hacia adelante que inexorablemente le conducirá a un
precipicio sin fondo dónde terminará su alocada carrera que comenzó hace ya
demasiado tiempo, y adónde pretende arrastrarnos a todos los que hemos tenido
la desdichada suerte de compartir su tiempo, y a los que no nos queda otra,
como a él, que pedirle una dimisión que en cualquier caso llegaría ya tarde dadas
las circunstancias, pero que estaríamos encantados de aceptar.
Y es
que sería sumamente deseable, ya que lograría ahorrar a este país, y por ende a
sus ciudadanos, mas frustración y desconsuelo, al tiempo que una indignación y
un agobio, que resultan insuperables para una población harta ya de la soberbia
y la chulería ególatra que destila por todos los poros de su cuerpo, que no se
cansa de decorar de un arrogante y pedante progresismo, cuando su vida y obra
como político no dan sino para una altiva y acelerada demostración de un
autoritarismo galopante del que hace gala constantemente, hasta extremos que ha
levantado en los medios de comunicación adjetivos extremadamente duros que lo sitúan en
posiciones muy alejadas del personaje político demócrata que ostenta y
representa.
Nada
le ha detenido en su desmedida ambición de mantener el poder a toda costa,
desde la amnistía, léase inmunidad por votos, hasta cesiones de todo tipo, a quién
fuese y cuando fuere, ya sean de tipo político, económico o del signo que sea.
Jamás renunciará a negociar su permanencia en el poder. No conoce la honestidad
y la honradez en política, no posee
escrúpulos de ningún tipo, la soberbia es su razón de ser, y la ambición por el
poder su objetivo absoluto e irrenunciable. Jamás renunciará a una ocasión de
afirmar su posición, cueste lo que cueste, no importa lo que ello suponga para
el Estado, ya que da la impresión de que le pertenece en exclusiva y sus objetivos
coinciden con los suyos.
Si a
todo esto sumamos un gobierno compuesto por fieles entregados al cien por cien a su jefe, que lo ha diseñado a su medida, con
una vicepresidenta primera ejerciendo de hooligan permanente, siempre dispuesta
a alabar y halagar a su venerado jefe, a gritarle que no se vaya, que se quede,
cuando llevó a cabo la bufonada del retiro conventual que le ha desacreditado
en Europa, dónde desde entonces lo conocen como el “showman”, dada la
excentricidad de su ridículo comportamiento impropio de un presidente del
ejecutivo.
Impresentable
el ministro de transportes, auténtico bulldog del gobierno, siempre dispuesto a
enfrentar y bregar lo que sea menester, y al intrigante e inquietante superministro
con tres carteras, entre ellas la de justicia, que se permite el lujo, como los
demás, de hacer causa común con la esposa del presidente en su causa judicial,
en un ejemplo de discriminación y de una absoluta imparcialidad que no se pueden permitir, a la
par que convierten estos hechos en una asunto de Estado, cuando es un asunto particular
de ellos como ciudadanos sujeto a la acción de la justicia. Mención aparte,
porque no pertenece al gobierno, es el intrigante fiscal general, fiel siervo
de su amo.
Destacar
corresponde, porque es de suma relevancia, la falta de respeto de todo el ejecutivo
por el poder judicial y los jueces, a los que no desaprovecha ocasión de ningunearlos y que le ha supuesto
reiterados avisos de la Unión Europea, algo que debería sumirlos en la vergüenza
más absoluta pero que a ellos no les inmuta. Destacar la declaración del
presidente ante el juez, al que no respondió a sus preguntas, y al que a
renglón seguido, y de inmediato, soberbia incluida, denunció por prevaricación.
Si a
todo lo expuesto sumamos la última algarada del presidente, concediendo unos
privilegios fiscales a Cataluña que suponen una insoportable e inadmisible afrenta
a la equiparación fiscal entre las comunidades de este sufrido país, que ha
levantado airadas protestas entre algunos barones del partido, una concesión más,
un pago más, como siempre, para comprar los votos de los catalanes para la
consecución de los objetivos, que en última instancia coinciden como de
costumbre con los suyos propios, no nos queda más remedio, y es por lo tanto nuestra
decisión ineludible, y siempre por nuestro bien y el de nuestro país, pedir la
inmediata dimisión del presidente del gobierno.
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