viernes, 1 de agosto de 2014

MI BANCO BAJO EL COLCHÓN

     Casi un millón de españoles, y seguramente las estadísticas cortas se quedan, guardan dinero en sus casas en lugar de ingresarlo en un banco en el que cada vez menos confían, pensando en los rufianes que los han desvalijado, en la inseguridad de unas cajas de ahorro a las que hemos tenido que rescatar, y en los numerosos escándalos en los que se han visto inmersos, tanto los bancos como los banqueros, y que han condicionado la actitud de unos clientes que han dejado de confiar en dichas entidades, que por otra parte continúan como siempre con una política de comisiones y gastos cargados a los usuarios, que los acercan a la usura más incalificable, al tiempo que recortan los créditos, de los que sólo se benefician los que son solventes o presentan avales más que suficientes, que la inmensa mayoría no tiene a su alcance, por lo que por todo lo expuesto, les han denegado una confianza que antes al menos, moderadamente existía y que ahora conduce a la gente a guardar sus pequeños ahorros, bajo el colchón, en la cocina, en cajones o en el trastero bajo alguna loseta o en algún agujero, pero siempre a buen recaudo de la voracidad de los bancos.
     Contaba mi padre, que nació como yo, en Duruelo, Segovia, y que fue secretario de este ayuntamiento y de otros como Santa Marta y Sotillo, y que en sus primeros años lo fue de la Velilla y de Valleruela de Sepúlveda, que a éstos últimos llegaba a lomos de una yegua, cuando no andando con la nieve a la cintura, que en uno de esto últimos ayuntamientos, se le dio una curiosa situación de las muchas que tuvo que abordar con aquellas buenas gentes, en la que los concejales, al verle tan jovencito, desconfiaban de su capacidad para llevar las cuentas, por lo que le reprendían cuando hablaba de partidas y conceptos, de arqueos, de activos y pasivos, de los que no querían ni oír. Qué sabrá usted, señor secretario, le decían, nosotros tenemos todo el dinero del ayuntamiento en una bolsa, y eso es la que hay y nada más.
     Y de ahí no había forma de sacarles, no existía otra contabilidad que la de las pesetas que había en aquella saca, ni debe, ni haber, ni débitos, ni créditos, ni activos, ni pasivos ni bancos, ni otros conceptos de una contabilidad que no existía para ellos, por lo que resultaba inútil explicarles que podía haber, pagos por realizar, créditos y otras zarandajas, conceptos vanos y vacuos que ellos no querían tomar en consideración. El dinero del que disponía el ayuntamiento del pueblo estaba en la susodicha saca y todo lo demás sobraba para ellos, por lo que se contaba lo que había en cada momento y de eso era de lo que disponía la corporación municipal para sacar adelante sus proyectos y sus pagos y si se trataba de ingresos, pues adentro, a la bolsa, se volvía a contar y santas pascuas.
     Contabilidad creativa donde las haya, pero a la que la sufrida población parece volver a recurrir cuando la situación ha llegado a unos extremos en los que la gente desconfía de las entidades encargadas de gestionar los numerosos y frecuentes pagos que el ciudadano ha de hacer frente, pese a los problemas que ello conlleva, pues las domiciliaciones están a la orden del día, y el pago directo para sufragar las numerosas facturas, resulta imposible de llevar a cabo, dada la automatización y gestión de los mismos que dejamos en manos de las entidades bancarias.
     Estamos pues, indefectiblemente atados a ellas, pese a la considerable distancia que existe entre ambos bandos, bancos y ciudadanos, implícitamente irreconciliables, pero irremisiblemente unidos por unos lazos creados por unos poderes económicos que nos atan sin posibilidad de elección alguna y que a poco que nos descuidemos, buscarán bajo el colchón, la baldosa o ese extraño azucarero que situado en el fondo de un armario de la cocina, nunca se ha utilizado para extraer de él su dulce contenido y que esperemos no hallen, porque en caso contrario, toda la fuerza de los recaudadores caerá sobre nuestros sufridos ahorros, que se verán así, aún más disminuidos, reducidos a la nada, y todo por tratar de salvarlos de la voracidad de unas insaciables instituciones que manejan nuestros dineros, nuestras haciendas y a nada que nos descuidemos nuestros más dulces sueños, aquellos en los que vivíamos una regalada vida de riquezas sin cuento.

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