Las suspicacias más diversas, teñidas de la casi necesaria y
correspondiente incredulidad, llena nuestras mentes atormentadas por lo que nos
está pasando, tratando de encontrar respuestas a una angustiosa situación que
estamos viviendo, a la que nos resistimos preguntándonos por qué nos ha tocado
vivir estos desolados tiempos, y sobre todo qué y quienes, si los hubiere, han
provocado está espantosa pandemia.
Es una reacción instintiva y espontánea que nos asalta a un
amplio sector de la población más o menos pensante que se aleja de quienes por
diversas razones de índole variada, no se lo plantean, sino que, o bien se
resignan, o lo admiten como un designio supra terrenal, que bien pudiera ser un
castigo, o simplemente algo irremediable que pronto o tarde había de llegar,
que ya tocaba, que es cíclico e inevitable.
Muchos piensan que el Planeta ha dicho “basta”, que está
harto de unos seres que no han parado de maltratarla de múltiples y malvadas
maneras, que la han hecho reaccionar, con el objeto de avisarnos, quizás por
última vez, que no está dispuesta a soportarnos más, si seguimos por este
camino de destrucción a la que la sometemos diariamente, y que lleva
advirtiéndonos con la subida de los niveles de los océanos, como una de las
muchas amenazas con las que quiero hacernos ver lo lejos que hemos llegado en
nuestra loca carrera hacia un desastre que quiere evitar por el bien la
Humanidad.
Otros, mantienen la teoría cada vez más extendida, de que
somos objeto de diabólicos experimentos de la guerra química, que o bien se les
ha ido de las manos, o bien forma parte de una mezquina y ruin infamia de una
maldad extrema, que persigue un fin perverso, infame y voluntario, de probar la
eficacia, ahora limitada, de provocar una pandemia para observar los resultados
en la sociedad y la economía mundial, con la intención de llevar a cabo
sus pavorosos resultados en una futura
guerra mundial.
Pero cada vez menos creen, que toda esta atroz y
escalofriante pandemia, tenga su origen en un pequeño mercado chino de pescados
y mariscos, dónde vendían también animales salvajes, atribuyendo el origen del
virus a un pequeño animal llamado pangolín, que al consumirlo hubiera
transmitido el virus, y de ahí, a todo el Planeta, lo que resulta francamente
difícil de asumir como una teoría creíble.
Por último estarían, los que, dada la magnitud de la
tragedia, quieren pensar que nada es real, que todo es un sueño del que
despertaremos un venturoso día. Resistiremos entonces, que remedio nos queda, a
la espera de que todo acabe, y volvamos a una vida que ignoramos ahora si
volverá a una completa normalidad, y podamos olvidarnos, aunque quizás no
debamos, las sospechas que nos acechan
Mientras tanto, nuestro más cálido, sincero y agradecido
homenaje, a los que luchan cada día en los hospitales, supermercados,
transportes, oficinas y demás héroes, que arriesgan su vidas, y nuestro pésame
a todos los que han perdido a algún ser querido. Y a los que aquí seguimos,
ánimo, valor y constancia para sobrevivir, para no olvidar jamás, y para pedir
las responsabilidades que corresponda para que nunca más vuelva a repetirse
esta tragedia.
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