martes, 30 de enero de 2024

Magia y seducción del Acueducto

 

A esta alturas, debería resultar materialmente imposible describir una vez más esta hermosa y soberbia obra que nos ha correspondido disfrutar a los habitantes de esta hermosa ciudad, de esta afortunada provincia, de este agradecido País, que tiene la suerte y el inmenso placer de compartir el más excelso monumento romano que tan formidable civilización erigió en sus largos siglos de historia, a lo largo y ancho del inmenso imperio dónde llevaron a cabo formidables obras del calibre de nuestro querido acueducto, pero que de ninguna manera pueden con él compararse, tanto por su esbelta y prodigiosa verticalidad, como por su bellísima estampa y su excelente estado de conservación, que hacen de esta maravilla, el mejor ejemplo de este fascinante tipo de obras que los romanos manejaron como nadie.

Acabo de leer un pequeño pero edificante y erudito libro, que recomiendo encarecidamente, que lleva por título: “Misterio del acueducto de Segovia”, de Dominica Contreras López de Ayala, que se lee con inmenso y agradecido interés, dónde describe y relata con acierto pleno y documentación exhaustiva acerca de la organización administrativa de Roma, de sus gobernantes, y por supuesto, de la Segovia de la época y de su grandioso acueducto, con una genial y docta descripción del mismo en todos los órdenes y, como no, y una vez más, acerca de su origen y datación.

Algo que logra rejuveneciendo a un coqueto acueducto en varias décadas, y asignando su comienzo a la dinastía Flavia (Vespasiano, Tito y Domiciano), correspondiendo al primero de ellos el honor de ser el emperador bajo cuyo mandato se ordenó su construcción, acompañando su amena lectura con multitud de ilustraciones y fotografías, con las que se ayuda a entender y comprender dicho origen, y sobre todo a valorar  la magnífica obra que disfrutamos, al compararla con otros similares construidos por todo el imperio, que de ninguna forma pueden equipararse a nuestro acueducto.

Jamás dejará de sorprenderme un acueducto que a lo largo de mi vida habré contemplado en miles de ocasiones, que lo he recorrido completo en varias ocasiones, que, extasiado, he dedicado largos y emocionados momentos a disfrutar de su imponente y hermosa planta, que incluso, ahora que la autora del citado libro ha pedido que se aleje la circulación unas decenas de metros, porque como afirma, se puede y se debe, recuerdo con pesar cuando la circulación pasaba impune y nocivamente bajo sus arcos, algo que se desterró muy tarde, pero que afortunadamente se llevó a cabo en su momento.

Lo veo tan sólo, tan indefenso, sometido a los dañinos efectos de una cruel intemperie como la que soporta este magnífico coloso sufriendo un clima tan duro y despiadado como el de la meseta castellana, que ya en alguna otra reseña acerca del acueducto, pedía yo, con ingenua desesperación, cubrirlo en su parte más elevada con un armazón invisible y dotarlo con transparentes y estilizados arbotantes como los que soportan el empuje de las bóvedas de las naves de nuestra bellísima catedral, con el objeto de preservarlo de los perversos agentes atmosféricos que pugnan por maltratar al gigante en su titánica lucha por conservar su poderosa verticalidad.

Mágico y seductor, el acueducto enamora a primera vista, y a partir de entonces jurarle fidelidad resulta tarea grata y edificante, con una necesidad constante de regresar, de contemplarlo desde una prudente distancia que te permita recrear la vista con la hermosa visión que te regalan sus perfectas arcadas que llevan dos milenios contemplando esta incomparable y espléndida ciudad, orgullosa de su inigualable acueducto que tenemos el inexcusable deber de cuidar, admirar y disfrutar, y que pese al paso del tiempo y sus inevitables inclemencias, aún disfruta de una juventud, que como tal, promete un alentador devenir para el disfrute de las afortunadas generaciones que han de contemplarlo en el futuro.

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