martes, 2 de enero de 2024

El esnobismo progresista

Esnobistas suelen ser aquellos que se sienten fascinados por lo que en cada momento se lleva, porque imitan cuanto la moda impone, porque son incapaces de dirigir su vida según sus convicciones de las que adolecen, ya sea en el marco personal, social o político, admiran lo que los deslumbra, lo que les fascina, son incapaces de pensar por sí mismos, obran con arreglo a aquello que es diferente, según ellos original, diferente a la mayoría a la que consideran vulgar, ordinaria y ramplona, sintiéndose así diferentes al resto, únicos e irrepetibles, al margen de la masa que pueda desprestigiarlos, igualarlos, contaminarlos, en suma.

Se consideran por ello modernos, diferentes, distintos, poseedores de la autenticidad más incontrovertible, alejados de la simplicidad que caracteriza y domina  al común de los humanos, incapaces de ponerse a su nivel, con un atisbo de desprecio mal disimulado, que les otorga un aire de superioridad sobre el resto, que manifiestan constantemente cuando con ellos se dignan hablar, debatir o simplemente cambiar impresiones sobre un tema, que al margen de su contenido, ellos se esforzarán por denotar una seguridad que los sitúa por encima de los demás, tratando de deslumbrar a su auditorio.

Más que un diálogo,  lo suyo suele convertirse en un pedante monólogo, dónde la verdad siempre estará de su lado, sin concesiones al asombrado interlocutor que no suele hacerse escuchar, dándole la impresión de que habla con alguien convencido de estar en posesión de la verdad, en un ejercicio de comunicación que no es tal, ya que la obsesiva seguridad en sí mismo, y en su pretendido razonado mensaje, impedirá que exista una efectiva, lógica y fructífera conversación de la que pueda desprenderse conclusión positiva alguna.

Se sienten por ello modernos, diferentes, auténticos, progres en definitiva, sin detenerse ni por un sólo momento a analizar su ególatra y absolutista posición, obsesionados como están de poseer la razón, que según ellos suele estar fuera de cuestión, incontrovertible y absoluta, lo que en la mayoría de los casos no es sino fruto de un esnobismo desaforado que los despersonaliza y pone en evidencia, y que acostumbra a dejarlos a los pies de los caballos a poco que su interlocutor los contradiga con la fuerza que la lógica de la razón y la inteligencia imponen.

Pero es en el terreno de la política dónde los esnobistas se explayan a sus anchas, campando por sus respetos, y luciéndose desaforadamente, todo ello con un auténtico y desaforado baño de masas que unido a su soberbio e inconmensurable ego, los lleva a considerarse progresistas, avanzados en su ideas, líderes de una modernidad revolucionaria que los aleja de las conservadores mentes que altaneramente desprecian por aquello de la superioridad moral de una izquierda ideológica que ni practican ni creen excesivamente en ella, pero que consideran deben exhibir porque es lo político y socialmente conveniente,  a la vez que moderno, brillante y  atractivo a la hora de lucirse ante los suyos.

Denotan una alarmante falta de personalidad, de la que, posiblemente no son conscientes, aunque saben, cuando compiten con otros “progresistas” como ellos, que, efectivamente son diferentes, que la razón última los ampara, que juntos no solamente  pueden con todo ideológicamente hablando, que son invencibles, que están a salvo de los retrógrados del extremo opuesto, derechistas, reaccionarios, cavernícolas, que están a años luz de su esnobismo galopante, imbuidos como están de su soberbia convicción de que la superioridad moral les pertenece.

Pero dónde resulta realmente patético el esnobismo, es en sus dirigentes, cuando desde el presidente del gobierno, hasta el último de sus palmeros, léase ministros, alzan una y mil veces la voz para proclamar ante la prensa y demás medios de comunicación, que conforman un gobierno progresista – logrado a base de utilizar como moneda de cambio la amnistía  y concesiones de todo tipo al mejor postor - utilizando para ello las instituciones y lo que sea menester, sin escrúpulo alguno, ya que todo vale si con ello se consigue el cielo, es decir, el ansiado y venerado poder.

 Progresismo falaz y embustero, que nadie ha sometido a prueba ni examen alguno, que no es comprobable, porque dicho calificativo que se autoimponen graciosa y gratuitamente, sin el menor complejo ni sonrojo alguno, ni es real, ni tiene contenido alguno, ni entra dentro de la consideración de si es bueno o malo, positivo o negativo para los ciudadanos de un país que los eligen no por su progresismo ni por su conservadurismo, sino por su capacidad para mejorar la vida de los ciudadanos, su honradez, y una honestidad a toda prueba, que en demasiados casos suele brillar por su ausencia, por muy progresistas que se empeñen, no en serlo, sino en parecerlo, que es como suelen prodigarse hoy, más que nunca, los esnob de toda la vida.


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