martes, 16 de enero de 2024

Vendiendo humo

 

Inmersos estamos, a nuestro pesar, en esta perversa vorágine de los acuerdos de legislatura, cuando apenas ha echado a andar, con un mar de decretos comprimidos en una leyes, que aprueban unos, reprueban otros y los demás no saben por dónde se andan, esperando los oportunos acuerdos y desacuerdos mantenidos en vaya usted a saber dónde, léase siniestros cuartos oscuros, pasillos, escalinatas y otros recovecos varios, teléfono en mano, contactando con quién vaya usted a saber habrá  en esa ocasión al otro lado, que puede tratarse del titiritero jefe que mueve los hilos desde su palacio de invierno.

 Claro que quizás se trate de algún subalterno autorizado – mero intermediario sin mando en plaza – que le trasladará los penúltimos acuerdos habidos o por haber, y que deberá digerir cuidadosamente sobre la marcha para decidir, en función de la situación presentada, de su sentido del humor en ese momento, o de simple y llanamente, de su personal y real capricho, hasta dónde aprieta las tuercas a su títere favorito, a sabiendas de que algo conseguirá, de que algo logrará de quién tan necesitado suele estar de sus afectos en forma de votos y otros menesteres que en tanta estima tiene, y que tarde o temprano, a base de acumular favores, llenará de las suficientes competencias el despacho para poder emanciparse, de lograr una independencia, que es su máxima e irrenunciable aspiración.

Patético espectáculo nos está ofreciendo continuamente un gobierno desnortado, que se resiste a reconocer que se encuentra en una dramática situación que quiere salvar a toda costa, frente a unos apoyos puntuales que le chantajean a sabiendas de que conseguirán cuanto persigan, a consecuencia de la debilidad mostrada por un gobierno que está obsesionado por perpetuarse en el poder a toda costa, favoreciendo sus intereses en el sentido de obtener unos suculentos réditos que saben conseguirán, a nada que amenacen con romper una legislatura que pende de un hilo, y que está convirtiéndose en un auténtico suplicio para un presidente ególatra y soberbio que se resiste a reconocer la trágica posición de debilidad en la que se encuentra.

Y así sobrevive día tras día, aferrándose a una supervivencia que consiste en ceder más espacio a quienes paso a paso están llenando sus arcas y competencias a manos llenas, en un agravio comparativo cada vez mayor hacia el resto de las Comunidades, que contemplan cómo se les concede un trato de favor a quienes están en condiciones de mantener con sus votos a un gobierno que no actúa como tal, de un modo imparcial, justo y equitativo, sino como una entidad partidista que prima a quién le apoya y castiga a quién no tiene nada que ofrecerle, en una actuación egoísta, despectiva y profundamente impropia de un gobierno autoritario con un notable déficit del necesario y fundamental sentido democrático, del que parece carecer por completo.

Tan desesperado parece estar este atribulado ejecutivo, que es capaz de llevar a cabo ofertas cada día más ingeniosas y sorprendentes, que descolocan al receptor destinatario que mueve los hilos, en una ceremonia de la confusión que, al ciudadano que contempla con estupor este tétrico espectáculo, le lleva a pensar que se trata de una broma, de una cómica e insólita representación teatral, para su ocio y esparcimiento, ante tanta y tan excesiva exhibición de malas artes y manera mostradas por quienes tienen la alta responsabilidad de representar y defender los intereses, las vidas y las haciendas de todos los ciudadanos de un País, que asiste expectante, cansado y harto a estos acontecimientos que están dejando en un pésimo lugar a unos políticos, que sin duda, no nos merecemos.

Pero pese a todo lo expuesto, lo más sorprendente, lo que nos deja absolutamente sorprendidos y nefastamente descolocados es el hecho de que algunas de las cesiones concedidas por el gobierno a sus acreedores, léase las competencias en inmigración, parecen carecer de contenido, algo que ambas partes parecían conocer, pese a haber sido exigidas por los unos y concedidas por los otros, como si se tratara de un siniestro y ridículo juego acordado por ambas partes, como si quisieran jugar al ratón y al gato, al engaño inocente e infantil, al despiste, como si quisieran engañarse mutuamente, sabiendo que para perpetuar el juego por ambas partes necesitan de vez en cuando que aquello que venden y compran, sea simplemente humo.

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