miércoles, 22 de agosto de 2012

A LAS BARRICADAS

No es fácil desde nuestra más o menos cómoda posición, juzgar determinados hechos, acciones o sucesos que atañen a las gentes que una vez han llegado a determinados extremos de lucha por la supervivencia, deciden tomar la justicia por su mano y adoptar determinadas posiciones al margen de la ley, las cuales nos producen una doble impresión, mezcla de comprensión y rechazo, que nos obligan a posicionarnos a favor o en contra, sin que ninguna de las dos decisiones nos convenzan por completo, entendiendo a veces que se pueda llegar a esos extremos cuando la necesidad es extremadamente acuciante, y desechando en otras al reflexionar y llegar a la conclusión de que nadie puede saltarse las normas.
Y así nos encontramos ante un dilema ante el cual nos sentimos obligados a pronunciarnos, bien sea para nuestros adentros, sin exteriorizarlos, sin publicarlos, sin comentarlos con nadie, bien sea expresando pública y abiertamente lo que sinceramente pensamos, aunque con las lógicas dudas que dichas acciones puedan despertar en nuestra conciencia sometida a la doble moral que con frecuencia adoptamos ante hechos que consideramos incómodos y que vienen a alterar nuestra tranquila y pacífica existencia.
Lo que no podemos ni debemos manifestar, es nuestra indiferencia ante unos sucesos que nos tocan mucho más de cerca de lo que seguramente pensamos al observarlos desde lejos, desde una posición que podría pensarse que no nos atañe en absoluto y que sin embargo está muy lejos de la realidad ya que son el resultado de una situación en la que se encuentra una sociedad sometida a la tremenda presión de la inseguridad a la que está llegando, merced a una crisis que está consiguiendo que un importante sector de la población esté entrando en un oscuro túnel, víctima del paro y de los numerosos recortes de todo tipo que la están empobreciendo paulatinamente.
Recientemente hemos asistido a la ceremonia de la confusión más absoluta cuando tantas veces se había adelantado que algo así podía ocurrir, que más bien estaba ocurriendo, aunque solapadamente, aisladamente, en casos contados que los grandes supermercados ya habían comunicado al advertir pequeños robos que han ido aumentando en frecuencia e intensidad.
Ha sido en Andalucía, pero puede extenderse como una plaga si la situación empeora. Un sindicato obrero ha asaltado un supermercado llenando varios carros con alimentos de primera necesidad que ha repartido después entre los más necesitados de la zona. Los integrantes de la incursión fueron detenidos y hoy recorren los platós de las cadenas de televisión y las emisoras de radio relatando su experiencia, llámesele hazaña, robo o advertencia, que de todo ello se ha calificado a un hecho que tiene todas las posibilidades de que vuelva a suceder.
La indignación a la que han llegado las gentes que han protagonizado este suceso y tantas otras que lo han contemplado, les autoriza para justificarlo. Es comprensible y a muchos nos llega a lo más profundo de una sensibilidad maltratada por las penosas circunstancias actuales – el número de ciudadanos que acuden a los comedores sociales va en aumento – y si no aplaudimos, al menos transigimos con estos acontecimientos.
Admitir estos comportamientos, dándolos naturaleza de hechos justicieros, con patente de corso, crearía una elemental inseguridad en cuyas redes quedaríamos todos atrapados. No podemos tomarnos la justicia por nuestra mano, no podemos crear una inseguridad jurídica de la que todos seríamos víctimas.
Pero el Gobierno no puede quedarse con los brazos cruzados ante este severo aviso que han proclamado a los cuatro vientos estos obreros, llevados por su comprensible ira. La situación no puede sino empeorar, por lo que debe tomar las riendas de “Su País”, olvidarse de tanta presión como dice soportar de otros países y velar por sus ciudadanos que están aquí y ahora y que llevados a los extremos de abandono en los que se encuentran, podrían convertir estas advertencias en hechos, que multiplicados, podrían llegar a provocar una auténtica emergencia nacional en la que prácticamente ya nos encontramos.

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