lunes, 13 de agosto de 2012

NO ES ESO, DON MARIO


Vaya por delante y quede rotunda y suficientemente claro, mi inmenso y absoluto respeto por quien aquí me atrevo a replicar, contradecir e incluso criticar abiertamente, después de haber leído detenidamente, con pausa y atención extrema cuantos razonamientos considero son erróneos, inexactos y equivocados, siempre claro está, al contrastarlos con mi ideario y mi sensibilidad, en cuanto al contenido del artículo se refiere y que publica mi admirado y respetado Mario Vargas Llosa en un periódico de alcance nacional.
Constituye para mí un inextricable misterio, cómo personas de todas las clases sociales, con una preparación y formación exquisitas, cultas, dotadas seguramente de una especial sensibilidad, puedan mantener detenidos idearios tan alejados de la tolerancia y la libertad y tan próximos al fanatismo y a la rigidez más extremas en campos como la política, la religión y el análisis social.
En absoluto incluyo a Vargas Llosa en ese sector de personajes a los que acabo de calificar, ya que en absoluto puedo encuadrarle en un grupo con el que nada tiene en común, y para los que la única explicación posible es la de la educación recibida y el ambiente social, educativo y formativo en el que se desenvolvieron, aunque ello no es obstáculo para que me sorprendan las argumentaciones de don Mario.
El artículo al que me refiero lo titula así: La “barbarie” taurina, entrecomillando el término “barbarie”, con la clara intención de dejar constancia de su connotación irónica en respuesta al artículo publicado anteriormente en el mismo medio por Rafael Sánchez Ferlosio, que bajo el título Patrimonio de la humanidad, propugnaba justamente lo contrario, exhibiendo razonamientos con los cuales estoy de acuerdo, opuestos totalmente al autor de La Fiesta del Chivo y premio Nóbel de literatura. Sánchez Ferlosio afirmaba en dicho artículo que deberían desaparecer los toros, no por compasión, sino por vergüenza de los hombres.
Empiezo por el final de los argumentos de Vargas Llosa, cuando afirma que hay que amar a los toros, no odiarlos, argumentación pobre donde las haya, ya que dudo que existan muchos seres humanos que odien por principio a los animales, seres inofensivos en su inmensa mayoría, incluido el toro bravo, si no se le desafía, animal por otra parte hermoso y majestuoso, que de ninguna forma desaparecería si lo hiciese la mal llamada fiesta nacional, argumento que aducen sus defensores, y que adolece de verosimilitud y de sentido de la realidad.
Fue una tarde muy bonita, comenta Don Mario en una expresión excesivamente simplona para un escritor de su talla, añadiendo después que toro y torero gozaron e hicieron gozar – dudo que el toro disfrutara en exceso – a la afición. Sobran comentarios sobre esto último. El toro está demostrado que sufre y además gratuitamente, mientras los asistentes corean al insensatamente denominado maestro.
Se esfuerza en explicaciones técnicas del pretendido arte – no menciona éste término, sino que afirma que posee valencia artística – así como en implicar a poetas, músicos, cantantes, pintores, escultores, novelistas y danzarines, comparando éstos últimos con los banderilleros cuando se encargan de llevar a cabo su misión que no es otra que la de zaherir al noble animal. La danza es otra cosa, es una bella manifestación artística, donde no cabe ni la crueldad ni la violencia.
¿Qué diálogo secreto puede existir entre un individuo inteligente y armado, y un animal irracional que es puro instinto?
¿Cómo un talento como el de Vargas Llosa puede afirmar que suprimir los toros equivale a anular la libertad de prensa, de libros y de ideas?
¿Cómo es posible que encuentre multitud de aficionados hasta en lugares tan recónditos como los países Nórdicos?
¿Cómo se puede estar de acuerdo con la afirmación de Ortega y Gasset en el sentido de que no se puede comprender la historia de España sin tener en cuenta la historia de las corridas de toros?
¿Cómo se puede, en definitiva, justificar esta abominación cruel y sádica con argumentos tan peregrinos?
Termina calificando la supresión de los toros como la última ofensiva autoritaria disfrazada de progresismo. Ni una cosa ni otra, Don Mario. Ve usted gigantes donde sólo hay molinos y, no entiendo que califique de progresistas a quienes no conciben, como yo, que un espectáculo cruel y en el que el derramamiento de sangre es inherente al mismo, coexista con un museo, una biblioteca o una catedral, templos del arte y de la cultura.
Mis respetos, Sr. Vargas Llosa, tanto hacia su persona como hacia su ingente y valiosa obra literaria, que sinceramente admiro y valoro.

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