martes, 7 de agosto de 2012

UN MINISTERIO PARA LOS AUGURES

En la antigüedad se consultaba al oráculo, al hechicero, al mago, al augur de turno o se elevaba la vista al universo, tan extasiante y misterioso como siempre y deducían en función de la posición de los astros, de las estrellas, el porvenir de los acontecimientos, la toma de importantes decisiones de gobierno o el devenir de una batalla a la hora de decidir la estrategia a seguir.
Importantes políticos y personajes históricos de todos los tiempos han confiado en signos de todo tipo que ellos interpretaban como relevantes para modificar o iniciar sus campañas guerreras, sus iniciativas políticas o la toma de decisiones que en momentos críticos pudieran beneficiarle, y así, desde Alejandro Magno hasta Hitler, pasando por Ramsés y Churchill, los políticos han recurrido a toda clase de oráculos y signos, tratando de interpretar sus manifestaciones como si los Dioses tratases de comunicarse con ellos con el objeto de guiarles por el buen camino.
Leyendo las incalificables y siempre equívocas centurias del inefable Nostradamus, muchos creyeron, o quizás más bien quisieron, ver el relato que desde el pasado se hacía de acontecimientos y hechos de lo más variopinto que se desarrollarían en el futuro y que piensan se siguen desarrollando hoy en el presente inmediato y en el futuro aún por llegar, siempre analizando los supuestos pronósticos con lo que las siempre posibles coincidencias maravillaban a los ingenuos de siempre, incapaces no obstante de interpretar a priori los versos portadores de las intrincadas, retorcidas y supuestamente misteriosas predicciones del supuesto visionario.
Pues bien, vayamos al asunto que nos ocupa y que nos atañe directamente, porque se refiere a nuestros País y porque la trascendencia, dada la relevancia que ha alcanzado, debería llamar poderosamente nuestra atención y dedicarle un mínimo de nuestro tiempo, ya que podría ser trascendental para nuestro futuro y que se refieren a unos hechos, sucedidos todos en el mismo día, que para muchos no son meras coincidencias ni simples hechos insignificantes sin relevancia alguna.
Que la bandera nacional situada en la plaza de Colón de Madrid, de colosales proporciones, se desplomara vertiginosamente descolgándose del mástil que la soportaba, que el máximo representante de la Monarquía decida una vez más tirarse en plancha a besar el suelo patrio, que la bolsa marque bajos históricos, que la prima de riesgo vuele por los aires, y que nuestras atletas olímpicos apenas cosechen un par de medallas – una catalana y otra vascas, como dicen los titulares de periódicos catalanes – al cabo de unos cuantos días de competición, se presta a interpretar que los Dioses se han aliado contra nosotros, y que nuevos desastres se ciernen sobre los sufridos ciudadanos.
Seguro que los seguidores de Nostradamus y compañía buscarán y posiblemente encontrarán los susodichos vaticinios en la forma más o menos siguiente – mirar, dirán, donde afirma que se desmoronarán y caerán los símbolos que rigen los destinos...... – pretendiendo con ello que nadie podría negar que hace quinientos años ya lo adivinaba el ilustre oráculo al que sólo puede dar crédito quien se mueva en las frágiles y mediocres aguas donde habita la insensatez, la ignorancia y la incultura más injustificable.
Es por ello que definitivamente debemos desterrar toda posibilidad de darle el menor de los créditos a los agoreros de siempre. Son hechos que no vaticinan nada que pueda empeorar una situación que no necesita de signo alguno para continuar su imparable estado de deterioro.
Solamente me preocupa la coincidencia en el tiempo, la simultaneidad y la testarudez en la repetición de algunos de los acontecimientos aquí narrados, que me hacen pensar que este Gobierno, al que cada vez le salen más canas y adopta una posición más perpleja, incrédula y de una suma actitud de indecisión y duda, en cualquier momento nos sorprenda con la creación de una dirección general de augurios en todos y cada uno de los ministerios.
Podrán adelantarse así a los acontecimientos cuyo devenir podrán conocer con antelación, adelantándose a ellos para de esta manera evitar que Su Majestad se la pegue al primer escalón que acometa, que las banderas ondeen por los suelos, que la famosa prima de riesgo se quede en Alemania con la Merkel, que la bolsa se transforme en una gran saca donde nadie meta la mano con oscuras y perversas intenciones y, finalmente, que a los juegos olímpicos vayan quienes de verdad lo merezcan.

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