martes, 28 de agosto de 2012

EL MEJOR CONSEJO QUE JAMÁS OÍ

Según Einstein, el tiempo absoluto no existe, sino que cada uno de nosotros tiene una medida personal del tiempo que junto con el espacio forman una unidad espacio-tiempo, que tiene la propiedad de ser deformado por la materia en él existente, contrayéndose y dilatándose, hasta el extremo de que a velocidades próximas a la de la luz, el tiempo se ralentiza, es decir, se dilata, de tal forma que para un viajero interestelar que viajase a esa velocidad durante años, al regresar a la Tierra encontraría que para a sus allegados el tiempo habría transcurrido más rápidamente, hasta el extremo de que todos ellos habrían envejecido en mayor medida que él mismo.
No es ciencia ficción, ni teoría científica, es una realidad demostrable que debido a la imposibilidad de que los vehículos espaciales logren esa velocidad, los científicos han conseguido reproducirla en laboratorio con partículas subatómicas acelerándolas hasta aproximarse a los trescientos mil kilómetros por segundo, velocidad que la física ha demostrado que no puede ser superada por ningún objeto en movimiento.
El tiempo es por lo tanto una propiedad mutable y maleable, que en la práctica nos afecta en la vida diaria y que luchamos por pausar, detener o al menos ralentizar con el objeto de que avance lo más lentamente posible. No siempre lo conseguimos, aunque demostrado está que para cierta gente el tiempo parece haberse detenido, parece progresar más despacio, dando la impresión de que corre más lentamente que para el resto de sus semejantes que lo contemplan con envidia y admiración a partes iguales.
Claro que el hecho de cuidarse tiene mucho que ver en el tema que nos ocupa, que la buena vida y las buenas costumbres, así como la ausencia de preocupaciones y, sobre todo, la suerte de no pertenecer a un tercer mundo con condiciones de vida miserables, influye poderosamente, pero también es cierto que todos experimentamos esa sensación de que el tiempo pasa más despacio o todo lo contrario, dependiendo de diversos factores que influyen en esa percepción.
No obstante, el paso del tiempo es inexorable y aunque desearíamos demorarlo el máximo posible, día a día, aña a año, contemplamos cómo se nos escapa de entre las manos con las que querríamos atraparlo y congelarlo durante un tiempo que nos permitiera volver la vista atrás sin avanzar hacia delante, y regresar a la añorada infancia donde el tiempo no tenía cabida, donde su paso no tenía sentido, donde simplemente no existía.
Pero podemos soñar, volver la vista atrás y recordar tiempos pasados en un viaje que nos permitirá rememorar épocas y etapas de nuestra vida por las que ya pasamos hace tiempo. Ejercitando esta maravilla de la memoria, me encuentro en mis primeros años de ávido lector de una revista que no he conseguido saber cómo llegaba a mis manos, pero que lo hacía con harta frecuencia, denominada Selecciones del Reader`s Digest, que contenía extractos o resúmenes de artículos de ciencia y temas varios que conseguían atraparme y que devoraba con asiduidad.
Uno de aquellos artículos cuyo título “el mejor consejo que jamás oí”, se me quedó grabado desde entonces y no lo he olvidado, dado que el hecho de seguir dicho consejo que ilustraba con varios ejemplos su contenido, me ha dado un óptimo resulta en la vida. El consejo en cuestión decía lo siguiente: “nunca te adelantes a los acontecimientos”. Gran consejo, que he intentado seguir siempre en la vida y que ha resultado ser una poderosa y gran verdad.
Pues bien, gracias a Internet, y realizando una exhaustiva búsqueda, he conseguido encontrar el artículo en cuestión, así como la portada de la revista donde se incluyó dicho artículo. Pero lo realmente sorprendente, ha sido comprobar con emoción no exenta de una alegre añoranza, que la revista, cuyo precio era de 15 pesetas, tiene fecha de agosto de 1959.
Efectivamente, el tiempo es relativo como afirma Einstein. Yo tenía entonces ocho años.

No hay comentarios: