En una reunión que tuvimos los
trabajadores de varios colegios privados con las respectivas direcciones, en un
momento determinado uno de ellos expuso los problemas existentes y aludió a que
todos estábamos en el mismo barco, a lo que un compañero mío argumentó en el
sentido de que estaba de acuerdo con lo expuesto, pero que había una diferencia
fundamental que merecía la pena destacar, y dijo lo siguiente, que pese a los
años pasados, que son muchos, no se me ha olvidado: unos llevan el barco y
otros mueven los remos.
Un silencio sepulcral sobrevoló
por encima de cuantos allí estábamos. Nosotros con una sonrisa de suficiencia
triunfal y ellos con una cara de circunstancias que les obligó a cambiar de
tema para pasar al punto siguiente. A partir de ese momento se endureció la
reunión que no tardó mucho en terminar y que posiblemente fuera con un anuncio
de huelga por nuestra parte, algo de lo más habitual en aquella época heroica.
Hablo de la década de los setenta, durante la cual las huelgas y las manifestaciones eran de lo más habitual, y sobre todo, casi unánimes, ya que la mayoría se unía a tan drásticas medidas que además duraban un mínimo de una semana y que solían acabar a palos en las manifestaciones, en la comisaría o en la Dirección General de Seguridad, cuyos subterráneos visitamos la mayor parte de los profesores de mi colegio, que durante unos días entró en vacaciones forzosas, ya que los profes estaban en la Puerta del Sol, disfrutando no del Astro Rey, sino de la sombra de los sótanos de la DGS, léase Dirección General de Seguridad, que por entonces solía estar llena, merced a la buena acogida que allí daban a sus ocupantes.
Hablo de la década de los setenta, durante la cual las huelgas y las manifestaciones eran de lo más habitual, y sobre todo, casi unánimes, ya que la mayoría se unía a tan drásticas medidas que además duraban un mínimo de una semana y que solían acabar a palos en las manifestaciones, en la comisaría o en la Dirección General de Seguridad, cuyos subterráneos visitamos la mayor parte de los profesores de mi colegio, que durante unos días entró en vacaciones forzosas, ya que los profes estaban en la Puerta del Sol, disfrutando no del Astro Rey, sino de la sombra de los sótanos de la DGS, léase Dirección General de Seguridad, que por entonces solía estar llena, merced a la buena acogida que allí daban a sus ocupantes.
Ni que decir tiene que los
movimientos sociales de protesta de hoy en día nada tienen que ver con
aquellos, fundamentalmente porque entonces nos encontrábamos en una férrea
dictadura que consideraba que más de tres personas juntas en la calle ya
constituían una reunión ilegal, por lo que podían pedirte la documentación o
acabar en comisaría. Pero con todo, lo peor era sin duda el hecho de que te
jugabas el puesto cada vez que ibas a una huelga, por lo que podías encontrarte
en la calle a la vuelta de la misma. Claro que hasta eso ha cambiado, ya que si
tomaban medidas con alguien, el resto íbamos a por todas en su defensa. Eran
otros tiempos.
Mientras escribo estas líneas
contemplo en televisión, el Estado del Tú Más, es decir, el que debería ser el
Estado de la Nación, con un gobierno y una oposición comprometidos en salvar
una situación política, económica y social para la que ya resulta complicado
encontrar adjetivos que la califiquen en toda su extensión y tremenda gravedad.
Se dedican a tirarse los trastos a la cabeza y a acusarse mutuamente de no
hacer nada o aquello tan manido de la herencia recibida, como si el gobierno
actual no tuviese responsabilidad alguna, sino que simple y llanamente puede
dedicarse a echar la culpa al anterior gobierno y aquí paz y después gloria.
Acabo de oír decir al
Presidente del Gobierno que este barco no se hunde, y razón no le sobra, ya que
hundido ya lo estaba, luego le sobra la primera proposición y por lo tanto no
nos vale, por lo que yo le sugeriría que se lo contase directamente a una
audiencia en la que se encontrasen los seis millones de parados, las personas
que se han quedado sin su casa, los funcionarios a los que están vilmente esquilmando,
los pensionistas, los trabajadores en precario, las decenas de miles de
autónomos y pequeñas empresas que han tenido que cerrar porque ni cobraban de
la administración si de ellas eran proveedores ni podían acceder a los créditos
que los bancos se niegan a conceder después de sanearlos con unas cifras que
causan espanto y sonrojo y que de alguna forma pagaremos los de siempre.
Decididamente mi amigo llevaba
razón cuando decía aquello de que unos pocos llevan el timón y otros, el resto,
los demás, mueven los remos para que el barco avance. Todos son necesarios, por
supuesto, pero no pueden ser siempre los remeros los que paguen el pato si el
barco se hunde. Es más, las probabilidades de que el culpable sea el timonel, son
muy elevadas. Blanco y en botella.
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