lunes, 11 de febrero de 2013

LA PERVERSIÓN EN LA SONRISA

Quinientos años llevan tratando de descifrar la enigmática sonrisa de la Gioconda o Mona Lisa de Leonardo Da Vinci, aquellos que se empeñan en ver en ella algo más que un simple acto gestual de un rostro conocido universalmente y para los que continúa siendo un misterio, dónde tratar de adentrarse con el fin de interpretar esa intrigante mirada a la que se le atribuyen centenares de bondades en unos casos y de otras tantas aviesas perversiones en otras, en un desatado intento de penetrar en un enigma que tantos quisieran desentrañar, para el que tantas interpretaciones caben y para el que no hay solución definitiva alguna, ya que Leonardo no dejó rastro alguno, ni sobre el origen del cuadro, ni sobre la identidad del contenido, ni mucho menos proporcionó pista alguna sobre la intencionalidad supuesta de una mirada que tiene en ascuas a entendidos y profanos del arte, estudiosos o no, del Renacimiento Italiano.
No es el único caso, pero sí el más conocido, sin lugar a dudas, ya que es relativamente fácil y común a la hora de estudiar un cuadro, interpretar las poses, los gestos, y sobre todo las miradas de quienes lo componen, con la conclusión no siempre única, unánime y concluyente, acerca de la intencionalidad del autor a la hora de comunicar sus intenciones y pretensiones más o menos clarificadoras que no siempre sabremos interpretar, pues no es fácil deducir de una determinada actitud, gesto o pose concreta de los personajes representados, lo que el autor quería trascender a la posteridad, a la hora de crear su obra.
Sonrisa bondadosa, sonrisa irónica, soberbia, malvada, despectiva, dulce, altiva, familiar, cariñosa, rebelde, sincera, falsa, burlona, desdeñosa, atrevida, altanera, triste, alegre, temerosa, cordial, afectuosa, distante, explosiva, franca, abierta, forzada, coqueta, envidiosa, tierna, cómplice, tímida, sarcástica, sonrisa a medias o media sonrisa, tan habitual, tan discreta, elegante y formal que siempre queda bien, que no desentona en ningún ambiente, ni forzada, ni estrictamente espontánea, sencillamente una sonrisa cordial al alcance de todos.
Es sin duda alguna, trasladándonos a los tiempos actuales, una media sonrisa, mitad soberbia, mitad burlona, con tintes despectivos y con una suficiencia altanera que causa estupor e irritación a manos llenas y que habla por sí sola de la desfachatez y desvergüenza de este nuevo y último energúmeno corrupto, amasador de fortunas de dudoso origen y de sospechoso destino cuando a repartir sobres se dedica, a la par que evade ingentes cantidades a paraísos fiscales lejos de su País, lejos del alcance del control al que todos estamos sometidos, y todo ello sin abandonar esa apenas incipiente sonrisa que descoloca a cualquiera, sin exhibir el más mínimo nerviosismo mientras se dirige a declarar ante la oportuna autoridad judicial, entre los improperios de la gente que le recibe regalándole sus mejores adjetivos al uso, siempre con su carpeta bajo el brazo, también mínima, quizás para no despertar sospechas de tan abultado, suculento y próspero negocio al que se dedica.
Otro cuadro que hoy podemos contemplar, que como el anterior se puede apreciar sin visitar museo alguno y que está de máxima actualidad, el que representa a la altanería más acendrada, con una ausencia total de sonrisa perceptible alguna, pero con un talante y una soberbia, que aunque sumamente rebajada por los acontecimientos negativos que le han ido minando poco a poco, solía exhibir con frecuencia, a la par que añadía sin rubor, ante los medios de comunicación que iba a declarar para dejar bien claro que iba a defender su dignidad y su honorabilidad sin tacha, con una alteza y majestuosidad – curiosamente de ambos conceptos se aprovechó para sus lucrativos fines – que hoy ya no presenta, ante la abrumadora evidencia de los hechos de los cuales se acusa a este singular personaje.
Son dos ejemplos nada más del panorama actual que campa por sus sonrisas perversas y sus noblezas caducas de guante blanco. Nos quedamos con la indefinible sonrisa de la Mona Lisa, indescifrable pero no intrigante, enigmática pero sin soberbia alguna, con una pizca de ironía, segura, limpia, clara y elegante, como la mano de su genial creador, el gran maestro Leonardo da Vinci.

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