Quinientos años llevan tratando
de descifrar la enigmática sonrisa de la Gioconda o Mona Lisa de Leonardo Da
Vinci, aquellos que se empeñan en ver en ella algo más que un simple acto
gestual de un rostro conocido universalmente y para los que continúa siendo un
misterio, dónde tratar de adentrarse con el fin de interpretar esa intrigante
mirada a la que se le atribuyen centenares de bondades en unos casos y de otras
tantas aviesas perversiones en otras, en un desatado intento de penetrar en un
enigma que tantos quisieran desentrañar, para el que tantas interpretaciones
caben y para el que no hay solución definitiva alguna, ya que Leonardo no dejó
rastro alguno, ni sobre el origen del cuadro, ni sobre la identidad del contenido,
ni mucho menos proporcionó pista alguna sobre la intencionalidad supuesta de
una mirada que tiene en ascuas a entendidos y profanos del arte, estudiosos o
no, del Renacimiento Italiano.
No es el único caso, pero sí el
más conocido, sin lugar a dudas, ya que es relativamente fácil y común a la
hora de estudiar un cuadro, interpretar las poses, los gestos, y sobre todo las
miradas de quienes lo componen, con la conclusión no siempre única, unánime y
concluyente, acerca de la intencionalidad del autor a la hora de comunicar sus
intenciones y pretensiones más o menos clarificadoras que no siempre sabremos
interpretar, pues no es fácil deducir de una determinada actitud, gesto o pose
concreta de los personajes representados, lo que el autor quería trascender a
la posteridad, a la hora de crear su obra.
Sonrisa bondadosa, sonrisa irónica,
soberbia, malvada, despectiva, dulce, altiva, familiar, cariñosa, rebelde,
sincera, falsa, burlona, desdeñosa, atrevida, altanera, triste, alegre,
temerosa, cordial, afectuosa, distante, explosiva, franca, abierta, forzada,
coqueta, envidiosa, tierna, cómplice, tímida, sarcástica, sonrisa a medias o
media sonrisa, tan habitual, tan discreta, elegante y formal que siempre queda
bien, que no desentona en ningún ambiente, ni forzada, ni estrictamente
espontánea, sencillamente una sonrisa cordial al alcance de todos.
Es sin duda alguna, trasladándonos
a los tiempos actuales, una media sonrisa, mitad soberbia, mitad burlona, con
tintes despectivos y con una suficiencia altanera que causa estupor e irritación
a manos llenas y que habla por sí sola de la desfachatez y desvergüenza de este
nuevo y último energúmeno corrupto, amasador de fortunas de dudoso origen y de sospechoso
destino cuando a repartir sobres se dedica, a la par que evade ingentes
cantidades a paraísos fiscales lejos de su País, lejos del alcance del control
al que todos estamos sometidos, y todo ello sin abandonar esa apenas incipiente
sonrisa que descoloca a cualquiera, sin exhibir el más mínimo nerviosismo
mientras se dirige a declarar ante la oportuna autoridad judicial, entre los
improperios de la gente que le recibe regalándole sus mejores adjetivos al uso,
siempre con su carpeta bajo el brazo, también mínima, quizás para no despertar
sospechas de tan abultado, suculento y próspero negocio al que se dedica.
Otro cuadro que hoy podemos
contemplar, que como el anterior se puede apreciar sin visitar museo alguno y
que está de máxima actualidad, el que representa a la altanería más acendrada,
con una ausencia total de sonrisa perceptible alguna, pero con un talante y una
soberbia, que aunque sumamente rebajada por los acontecimientos negativos que
le han ido minando poco a poco, solía exhibir con frecuencia, a la par que
añadía sin rubor, ante los medios de comunicación que iba a declarar para dejar
bien claro que iba a defender su dignidad y su honorabilidad sin tacha, con una
alteza y majestuosidad – curiosamente de ambos conceptos se aprovechó para sus
lucrativos fines – que hoy ya no presenta, ante la abrumadora evidencia de los
hechos de los cuales se acusa a este singular personaje.
Son dos ejemplos nada más del
panorama actual que campa por sus sonrisas perversas y sus noblezas caducas de
guante blanco. Nos quedamos con la indefinible sonrisa de la Mona Lisa,
indescifrable pero no intrigante, enigmática pero sin soberbia alguna, con una
pizca de ironía, segura, limpia, clara y elegante, como la mano de su genial
creador, el gran maestro Leonardo da Vinci.
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