Repasando la historia de la
Humanidad y profundizando en la consideración y el respeto por la vida que los
hombres han tenido por sus semejantes a lo largo de los siglos, se llega a la
conclusión de que el avance ha sido evidente, de que la vida ha dejado de ser
un patrimonio de aquellos que podían decidir sobre la de los demás en medio de una
barbarie donde el hombre tenía la consideración de un objeto al servicio de un
poder absoluto que no estaba sometido a regla moral ni legal alguna, para el
que la vida no era un bien intocable sino un capital propio del que poder
disponer libremente y que solamente merecía su consideración en la medida en
que pudiera ser útil a sus intereses por muy inconfesables y crueles que pudieran
ser.
Los tiempos de la esclavitud
quedaron atrás de manera formal, es decir, las leyes internacionales a nivel
mundial la prohíben, pero ello no supone que haya desaparecido de la faz de la
Tierra, donde no obstante sigue manteniéndose esa odiosa actividad, solapadamente,
disfrazada de múltiples maneras que no logran disimular una espantosa sumisión
a la que están sometidos millones de seres humanos y en la que los niños y las
mujeres se llevan la peor parte, allí donde la vida no vale nada.
Sobrecoge la brutalidad con que
eran tratados los seres humanos, bien por el poder establecido, bien por el
fanatismo religioso que asoló Europa durante siglos, que para su desgracia y en
la mayoría de los casos sin garantía judicial ni proceso alguno, llenaban las
espantosas prisiones durante las épocas más remotas de la antigüedad, hasta
hace apenas un siglo. Aterra el extremo salvajismo, el incalificable sadismo,
la impiedad, la iniquidad y la insensibilidad más extremas e inhumanas, con las
que se trataba a los infelices que caían en las mazmorras, cebándose con ellos
en un acto de atrocidad inexplicable e injustificable, que rebajaba a los verdugos
y a sus mentores, al nivel de las bestias más despiadadas.
¿Cómo el ser humano puede
llegar a los citados extremos de crueldad y sadismo? ¿Cómo es posible que
conocidos sátrapas, dictadores y tiranos varios, que han asolado y pisoteado
los derechos más elementales del hombre, sean capaces de mostrar ternura,
afecto y delicadeza por un familiar, por un animal al que acarician con dulzura y mimo y por el
que sienten un especial afecto, cuando a la vuelta de la esquina se convierten
en los seres crueles y despiadados que en realidad son? No podemos negar por
ello al ser humano, ni a desterrarlo definitivamente como el ente justo y
bondadoso que puede llegar a ser, pero el desconcierto ante estas actitudes, nos
mantiene en una duda razonable.
Leo con profunda consternación,
pasmo y desconcierto, que en el foro democrático donde estamos todos
representados, en el Congreso de los diputados, se va a discutir y casi con
toda seguridad aprobar, una triste y sombría propuesta del gobierno actual,
declarando las corridas de toros bien cultural, quedando a la misma altura y
consideración que los museos, las catedrales, las bibliotecas, y todos los
bienes culturas que rinden culto a la belleza creada por el ser humano a lo
largo de la historia.
Es una ofensa frontal e
incalificable a la sensibilidad y a la capacidad del ser humano para mostrar
admiración y respeto por todo lo bello, hermoso y delicado que nos rodea, por
su inagotable capacidad de mostrar sentimientos de amor y amistad y por su
permanente e innato rechazo hacia una cruel violencia que ésta mal llamada
fiesta nacional representa, amparada por una derecha, que como siempre, es
incapaz de manifestar sensibilidad alguna y por una oposición de izquierda hipócrita
y falsa que sólo vela por sus inconfesables intereses.
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