jueves, 14 de febrero de 2013

UNA LLAMADA A LA SENSIBILIDAD

Repasando la historia de la Humanidad y profundizando en la consideración y el respeto por la vida que los hombres han tenido por sus semejantes a lo largo de los siglos, se llega a la conclusión de que el avance ha sido evidente, de que la vida ha dejado de ser un patrimonio de aquellos que podían decidir sobre la de los demás en medio de una barbarie donde el hombre tenía la consideración de un objeto al servicio de un poder absoluto que no estaba sometido a regla moral ni legal alguna, para el que la vida no era un bien intocable sino un capital propio del que poder disponer libremente y que solamente merecía su consideración en la medida en que pudiera ser útil a sus intereses por muy inconfesables y crueles que pudieran ser.
Los tiempos de la esclavitud quedaron atrás de manera formal, es decir, las leyes internacionales a nivel mundial la prohíben, pero ello no supone que haya desaparecido de la faz de la Tierra, donde no obstante sigue manteniéndose esa odiosa actividad, solapadamente, disfrazada de múltiples maneras que no logran disimular una espantosa sumisión a la que están sometidos millones de seres humanos y en la que los niños y las mujeres se llevan la peor parte, allí donde la vida no vale nada.
Sobrecoge la brutalidad con que eran tratados los seres humanos, bien por el poder establecido, bien por el fanatismo religioso que asoló Europa durante siglos, que para su desgracia y en la mayoría de los casos sin garantía judicial ni proceso alguno, llenaban las espantosas prisiones durante las épocas más remotas de la antigüedad, hasta hace apenas un siglo. Aterra el extremo salvajismo, el incalificable sadismo, la impiedad, la iniquidad y la insensibilidad más extremas e inhumanas, con las que se trataba a los infelices que caían en las mazmorras, cebándose con ellos en un acto de atrocidad inexplicable e injustificable, que rebajaba a los verdugos y a sus mentores, al nivel de las bestias más despiadadas.
¿Cómo el ser humano puede llegar a los citados extremos de crueldad y sadismo? ¿Cómo es posible que conocidos sátrapas, dictadores y tiranos varios, que han asolado y pisoteado los derechos más elementales del hombre, sean capaces de mostrar ternura, afecto y delicadeza por un familiar, por un animal  al que acarician con dulzura y mimo y por el que sienten un especial afecto, cuando a la vuelta de la esquina se convierten en los seres crueles y despiadados que en realidad son? No podemos negar por ello al ser humano, ni a desterrarlo definitivamente como el ente justo y bondadoso que puede llegar a ser, pero el desconcierto ante estas actitudes, nos mantiene en una duda razonable.
Leo con profunda consternación, pasmo y desconcierto, que en el foro democrático donde estamos todos representados, en el Congreso de los diputados, se va a discutir y casi con toda seguridad aprobar, una triste y sombría propuesta del gobierno actual, declarando las corridas de toros bien cultural, quedando a la misma altura y consideración que los museos, las catedrales, las bibliotecas, y todos los bienes culturas que rinden culto a la belleza creada por el ser humano a lo largo de la historia.
Es una ofensa frontal e incalificable a la sensibilidad y a la capacidad del ser humano para mostrar admiración y respeto por todo lo bello, hermoso y delicado que nos rodea, por su inagotable capacidad de mostrar sentimientos de amor y amistad y por su permanente e innato rechazo hacia una cruel violencia que ésta mal llamada fiesta nacional representa, amparada por una derecha, que como siempre, es incapaz de manifestar sensibilidad alguna y por una oposición de izquierda hipócrita y falsa que sólo vela por sus inconfesables intereses.

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