lunes, 18 de febrero de 2013

UN ALTO EN EL CAMINO

Recuerdo haber visto una película, por otra parte muy conocida y de notable éxito, en la que el protagonista, cuando se narra su época de niño, siempre aparece corriendo por las calles de su ciudad, siempre volando para hacer los recados, para ir al colegio, para ir a su casa, para cualquier desplazamiento, y cómo los viejos sentados en sus tumbonas a la puerta de su casa, comentan entre ellos el hecho de que nunca lo viesen andando. Más adelante, ya en su época de juventud y dado el hecho de que continuaba con la misma actitud, pudieron al fin preguntarle el motivo de andar siempre con tanta prisa, a lo que él respondió con la ingenuidad y sinceridad propias de quien no anda sobrado de muchas luces  – y así se le caracteriza en la película – “no lo sé, pero la verdad es que después de tanto correr durante tantos años, no he visto que llegara a ningún sitio”.
Ingenuo y sabio al mismo tiempo, ya que sin saberlo ni por supuesto pretenderlo, había expresado una verdad rotunda, casi un axioma, una expresión nada falaz, ni vacía, ni mucho menos ausente de contenido, sino una auténtica declaración filosófica de intenciones llevada a cabo por alguien que no la expresa después de una detenida y profunda reflexión, ni es el resultado de una transmisión de una frase de un texto por él conocido. Es el fruto de la naturalidad, la frescura y la espontaneidad de quien dice lo que piensa, sin apoyarse en frases hechas.
Y sin embargo acierta plenamente, lo considero así y de este modo lo entiende tanta gente que tiende a rechazar el absurdo y vertiginoso ritmo de vida a la que nos somete esta sociedad que se conduce de una manera tal que parece que ha de llegar a su destino antes de salir del origen, que cada segundo perdido es una eternidad irrecuperable, todo un mundo perdido, por el que nos lamentamos de inmediato de una forma imprudentemente irreflexiva, sin mediar meditación alguna.
Considero que no incurre en el absurdo quién así piensa, aquel que desearía bajar el listón harto ya de sobrepasarlo y reducir la celeridad con la que nos movemos y manifestamos y reposar nuestros actos mirando un poco más hacia el interior de nosotros mismos y así, cerrando los ojos y aislándonos del mundo que nos rodea, aunque sea brevemente, aunque sólo sea por un instante, alejarnos del mundanal ruido que nos devora cada día, con la ayuda de los prodigiosos y a menudo mal empleados medios tecnológicos de comunicación que están logrando que nos alejemos cada vez más de nosotros mismos, a base de permanecer en constante y  pertinaz contacto con los demás.
Hacer largas caminatas mientras analizamos nuestra arqueología interior, conversar sin prisa, contar historias alrededor del fuego, observar con mucha atención, durante mucho tiempo, cómo se mueve la hoja de un árbol, o de qué forma pasa el viento sobre la hierba, porque ahí está la verdadera información, la verdadera noticia que es el misterio del mundo. Pertenecen estas sabias, relajadas y afortunadas palabras que ilustran este párrafo, al escritor Jordi Soler, y que reflejo aquí, porque las hago totalmente mías, ya que con ellas me identifico plenamente.
Posiblemente hayamos ido demasiado deprisa, sin tiempo apenas para meditar adonde nos conduce tan desenfrenado viaje. La verdad es que es difícil que con este infernal ritmo de vida, la mayoría de la gente pueda permitirse el lujo de pararse a meditar sobre el tema que nos ocupa. Ustedes mismos. 

No hay comentarios: