viernes, 1 de febrero de 2013

LA HISTORIA INVEROSÍMIL

Es de aceptación general que la historia miente con relativa frecuencia, que los relatos que hoy leemos sobre tiempos pasados remotos, por muy documentados que estén, y generalmente no lo están en su mayoría, salvo los muy próximos, están viciados y tergiversados a la hora de transmitirlos a la posteridad, bien por sus observadores directos, bien por quienes estaban encargados de ponerlos en conocimiento de las generaciones futuras, con el objeto de dar a conocer la versión más acorde a sus oscuros intereses, la cual los dejaría, en unos casos en mejor lugar, en otros dándole un giro completo al inconfesable suceso, al bochornoso desastre, al inmoral, vergonzoso y deshonroso hecho, cuando no a la ocultación más cicatera y falsa del humillante desastre.
Esta concepción de la historia no es patrimonio exclusivo de tiempos pasados que hoy podemos leer en los libros y documentos que nos legaron nuestros antepasados, sino que está sucediendo ahora mismo, con la historia que vivimos y escribimos cada día, que pese a estar apoyada por los modernos medios técnicos de comunicación, continúa exactamente igual que en el pasado, es decir, cada uno cuenta la historia como le interesa, apoyándose precisamente en esos medios tecnológicos que se prestan tanto para afirmar la verdad convirtiéndola en incontrovertible, como para falsear, tergiversar y cambiarla al antojo del emisor correspondiente que genera la notica. Nos hará ver lo que él considere que debemos ver.
No hacemos referencia solamente a los hechos históricos, sino a los personajes que formaron parte de ellos, de los cuales fueron protagonistas, bien principales, bien secundarios, de los cuales jamás conoceremos la verdad, salvo de aquellos, muy pocos, que a base de investigación, pese a la poca documentación existente, y de un ímprobo esfuerzo por conocer la verdad, se ha llegado a conocer su auténtica trayectoria vital e histórica, verdad que en la mayoría de los casos suele empeorar la figura idílica que nos habíamos formado del personaje, emborronando y empobreciendo su imagen hasta el extremo de dejarla irreconocible a nuestros incrédulos ojos.
Soy un apasionado de la historia que procura mantener una pertinaz y perpleja distancia de cuanto leo sobre el tema, con una actitud permanente de análisis discriminatorio, siempre a la defensiva, salvo en determinados y honrados casos que me ofrecen toda la confianza y verosimilitud histórica contrastada, con los cuales disfruto, en la casi total seguridad, con las oportunas reserva, de que lo narrado corresponde a la realidad, merced a una seria y exhaustiva investigación y apoyo documental de los hechos tratados.
Hablamos de bibliografía, de la narración histórica plasmada en los libros, en papel, no de su tratamiento en documentales y sobre todo, en el cine, donde los personajes adquieren una realidad material, un aspecto humano, a quienes se les hace hablar, moverse, gesticular y expresar emociones y sentimientos, que casi con toda seguridad, sobre todo si pertenecen a épocas remotas, no se corresponden en absoluto con los personajes a los que se da vida en la ficción.
He seguido parcialmente la serie televisiva sobre Isabel la Católica. Existen retratos y descripciones de la Reina que han llegado hasta nosotros y que desmienten absolutamente el aspecto con la que nos la presentan. Era baja de estatura, con un rostro no muy agraciado, algo regordeta y con unos labios finos, pequeños y pronunciados que le daban un aspecto característico que nos es familiar desde los estudios de bachillerato, y que en nada se corresponden con la actriz que da vida al personaje, una joven agraciada, joven y esbelta, que en nada se asemeja a Isabel de Castilla.
Me resulta harto complicado admitir que el comportamiento y la soltura con el que se desenvuelven los émulos de lsabel  y Fernando, ella con un desparpajo y una actitud cuasi liberal que no se corresponde con la Isabel severa, fría y calculadora, fanática religiosa, que no dudó en expulsar a los judíos de España en lo que constituyó una tremenda intolerancia, error histórico donde los haya, decisión que tomó junto con su esposo Fernando, al que presentan en la serie siempre sonriente, alegre y dicharachero, cuando lo más seguro es que mantuviera una actitud más grave y austera, en definitiva, más seria, más egregia.
Afortunadamente los escenarios donde se desarrollaron los hechos, y me refiero sobre todo a los de la hermosa ciudad de Segovia, que son los que conozco, se corresponden fielmente con la realidad, lo cual resulta al menos tranquilizador. Allí se desarrollaron en verdad los hechos que se narran, tal como los contemplaron Isabel y Fernando.
Me sigue cabiendo la duda de si efectivamente fue el diablo, y no los romanos, quién en una noche puso en pie el soberbio y majestuoso Acueducto que hoy nos sigue maravillando en esta nuestra querida ciudad de Segovia. Pero confieso que no me preocupa en exceso. Si se hubiese atribuido su origen a los infieles árabes, quién sabe si se hubieran hecho con él como con tantas mezquitas y edificios musulmanes en su tiempo, es decir, sobre sus cimientos se habría edificado un templo cristiano o se habría cubierto para evitar su pecaminosa contemplación, como tantos ejemplos podemos contemplar hoy en día, y eso sí sería absolutamente insoportable.
Quién sabe, quizás un día haya que proteger el Acueducto con una cristalina, limpia y purísima cubierta de cristal con el objeto de protegerlo y que las generaciones futuras disfruten de una joya única que nos legaron nuestros antepasados y que tenemos la obligación de transmitir a las generaciones futuras. Con ello no estaríamos cambiando la historia ni tergiversándola, si no intentando prolongar en el tiempo un legado histórico absolutamente irrepetible.

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