miércoles, 27 de febrero de 2013

ANACRÓNICO SIGLO XXI

Parece claro que las sociedades cuanto más avanzadas, con mayor celeridad llevan a cabo los cambios que en su seno tienen lugar, mientras que las más atrasadas ralentizan sus cambios, llevándolos a cabo más lentamente, con más sosiego, con una lentitud tal que tienden a estancarse durante largas épocas, suspendiéndose su progreso, de tal forma que este hecho las conduce irremediablemente a un retraso social, económico, científico y tecnológico que arrastrará a los ciudadanos a un estado de inanición y de falta de motivación que conllevará una actitud de falta de superación individual, que repercutirá en la sociedad en su conjunto, así como en el bienestar personal de sus integrantes, y en último término, en su libertad individual.
A lo largo de la historia ha habido largas épocas durante las cuales apenas las civilizaciones existentes avanzaron técnicamente, aletargándose de tal manera que tan sólo una actividad como la guerra parecía movilizar a la sociedad. Aparte del fuego, la rueda, el arado, el papel y la brújula, cinco de los primeros grandes inventos, la humanidad dejó pasar períodos de tiempo de una larguísima duración hasta la invención del telescopio y la imprenta, a partir de la cual, ya en el siglo XV, su influencia para la transmisión del conocimiento fue fundamental para acelerar un progreso estancado, lo cual supuso una nueva época de descubrimientos como el microscopio o el termómetro, por ejemplo, y fue a partir de la aparición de la máquina de vapor a finales del siglo XVIII, cuando la humanidad dio el gran salto que conllevó la aparición de números inventos de todo tipo, que condujeron a la llamada revolución industrial que nos condujo a la época actual, de tal forma que en los últimos cien años, la humanidad ha progresado más que en toda la historia desde los albores de la aparición del hombre sobre un planeta igualmente vivo, que también ha estado sujeto a cambios continuos desde su formación, hace cuatro mil quinientos millones de años, hasta ahora.
Pese al progreso, hoy imparable, con una tecnología que apenas nos da tiempo a maravillarnos, asombrados por sus avances, la sociedad no está exenta de defectos, carencias e imperfecciones que arrojan sobre ella demasiadas sombras que oscurecen en parte los avances conseguidos en todos los órdenes, que son indudables, pero que no obstante no son extensibles a toda la humanidad, ya que una gran parte de ella está marginada y abandonada a su suerte por un mundo rico que aborrece la pobreza y que prefiere volver la vista ante lo que le desagrada, en un vergonzoso acto que no tiene justificación alguna.
Esta actitud del mundo rico hacia el pobre, constituye toda una anacronía, una auténtica incongruencia cuando observamos la superabundancia, que pese a la crisis actual, sigue mostrando el mundo desarrollado, haciendo una bochornosa ostentación de la misma, no sólo en sus cifras económicas, en su desarrollismo salvaje y en general en su opulencia que podemos contemplar sobre el terreno cuando vamos a los supermercados, donde la exhibición de productos alimenticios y de todo tipo, no digamos ya en cuanto a los numerosísimos aparatos tecnológicos que nos invaden, causan sonrojo y vergüenza, ante cuya visión casi obscena, deberíamos reflexionar y cambiar esta anacrónica actitud por un reparto más equitativo de una riqueza tan exuberante para unos y tan escasa para otros.
Anacronía culpable y espantosa la del mantenimiento en casi todos los países ricos de una industria armamentística cuyo fin y objetivo único es el de matar, el de vender a los países pobres los artefactos que necesitan para que las guerras no sean un hecho del pasado, sino una actividad del presente, donde los más poderosos experimentan su industria bélica, el comercio de la muerte, consiguiendo no sólo una rentabilidad económica enorme, sino que de paso, tratan de eliminar el problema de conciencia que tiene su origen en la miseria de los países más atrasados, lo cual supone un auténtico ejercicio de hipocresía.
Anacrónico es el hecho de que pese a los avances indudables alcanzados en el terreno de los derechos humanos, quede aún tanto por hacer, cuando vemos cómo se pisotean por parte de determinadas sociedades y países a sus propios ciudadanos, y en concreto y sobre todo a la mujer, que se ve relegada a un mero objeto al servicio del hombre, así como a otro nivel, los que se empeñan en no reconocer a naciones sin territorio que se ven oprimidas, vejadas y maltratadas por los más fuertes y poderosos que amparándose en su fuerza, impiden la libertad de todo un pueblo.
Anacrónico sin reservas, el hecho de que existan aún países con regímenes dictatoriales impropios del siglo XXI, como Cuba, Corea del Norte y China, donde no existe la democracia, y donde los tiranos de turno se erigen en pretendidos salvadores y amados líderes que no representan a nadie, dedicándose a pisotear los derechos humanos de unos ciudadanos que están sometidos a un poder omnímodo, déspota y opresor que rige caprichosamente sus destinos.
Anacrónicas resultan a estas alturas, determinadas instituciones como la Iglesia Católica, anclada en el pasado, incapaz de de adaptarse y amoldarse a unos tiempos que requieren otros usos y comportamientos, convertida en una sociedad mercantil más con oscuros interese económicos, a años luz de las tareas que se le suponen encomendadas y que no son otras que la de dar ejemplo con la pobreza para ayudar a los más necesitados, abandonando el boato, la ostentación y la riqueza de la que hacen gala con tanta frecuencia.
Anacrónica en fin, una civilización humana, que se ve incapaz de detener el espantoso deterioro de un planeta sometido a una injustificable plaga de contaminación y podredumbre ambiental, ante la cual es incapaz de llegar a acuerdos internacionales con el fin de detener la progresiva y fatal degeneración de este hermoso Planeta, al que hace ya mucho tiempo perdimos el respeto que se merece. 

miércoles, 20 de febrero de 2013

EL BARCO Y LOS REMOS

En una reunión que tuvimos los trabajadores de varios colegios privados con las respectivas direcciones, en un momento determinado uno de ellos expuso los problemas existentes y aludió a que todos estábamos en el mismo barco, a lo que un compañero mío argumentó en el sentido de que estaba de acuerdo con lo expuesto, pero que había una diferencia fundamental que merecía la pena destacar, y dijo lo siguiente, que pese a los años pasados, que son muchos, no se me ha olvidado: unos llevan el barco y otros mueven los remos.
Un silencio sepulcral sobrevoló por encima de cuantos allí estábamos. Nosotros con una sonrisa de suficiencia triunfal y ellos con una cara de circunstancias que les obligó a cambiar de tema para pasar al punto siguiente. A partir de ese momento se endureció la reunión que no tardó mucho en terminar y que posiblemente fuera con un anuncio de huelga por nuestra parte, algo de lo más habitual en aquella época heroica. 
Hablo de la década de los setenta, durante la cual las huelgas y las manifestaciones eran de lo más habitual, y sobre todo, casi unánimes, ya que la mayoría se unía a tan drásticas medidas que además duraban un mínimo de una semana y que solían acabar a palos en las manifestaciones, en la comisaría o en la Dirección General de Seguridad, cuyos subterráneos visitamos la mayor parte de los profesores de mi colegio, que durante unos días entró en vacaciones forzosas, ya que los  profes estaban en la Puerta del Sol, disfrutando no del Astro Rey, sino de la sombra de los sótanos de la DGS, léase Dirección General de Seguridad, que por entonces solía estar llena, merced a la buena acogida que allí daban a sus ocupantes.
Ni que decir tiene que los movimientos sociales de protesta de hoy en día nada tienen que ver con aquellos, fundamentalmente porque entonces nos encontrábamos en una férrea dictadura que consideraba que más de tres personas juntas en la calle ya constituían una reunión ilegal, por lo que podían pedirte la documentación o acabar en comisaría. Pero con todo, lo peor era sin duda el hecho de que te jugabas el puesto cada vez que ibas a una huelga, por lo que podías encontrarte en la calle a la vuelta de la misma. Claro que hasta eso ha cambiado, ya que si tomaban medidas con alguien, el resto íbamos a por todas en su defensa. Eran otros tiempos.
Mientras escribo estas líneas contemplo en televisión, el Estado del Tú Más, es decir, el que debería ser el Estado de la Nación, con un gobierno y una oposición comprometidos en salvar una situación política, económica y social para la que ya resulta complicado encontrar adjetivos que la califiquen en toda su extensión y tremenda gravedad. Se dedican a tirarse los trastos a la cabeza y a acusarse mutuamente de no hacer nada o aquello tan manido de la herencia recibida, como si el gobierno actual no tuviese responsabilidad alguna, sino que simple y llanamente puede dedicarse a echar la culpa al anterior gobierno y aquí paz y después gloria.
Acabo de oír decir al Presidente del Gobierno que este barco no se hunde, y razón no le sobra, ya que hundido ya lo estaba, luego le sobra la primera proposición y por lo tanto no nos vale, por lo que yo le sugeriría que se lo contase directamente a una audiencia en la que se encontrasen los seis millones de parados, las personas que se han quedado sin su casa, los funcionarios a los que están vilmente esquilmando, los pensionistas, los trabajadores en precario, las decenas de miles de autónomos y pequeñas empresas que han tenido que cerrar porque ni cobraban de la administración si de ellas eran proveedores ni podían acceder a los créditos que los bancos se niegan a conceder después de sanearlos con unas cifras que causan espanto y sonrojo y que de alguna forma pagaremos los de siempre.
Decididamente mi amigo llevaba razón cuando decía aquello de que unos pocos llevan el timón y otros, el resto, los demás, mueven los remos para que el barco avance. Todos son necesarios, por supuesto, pero no pueden ser siempre los remeros los que paguen el pato si el barco se hunde. Es más, las probabilidades de que el culpable sea el timonel, son muy elevadas. Blanco y en botella.

martes, 19 de febrero de 2013

CHARLAS CON MI FISIOTERAPEUTA

No confío excesivamente ni en la psicología ni en la psiquiatría, aunque ambas disciplinas gozan de todos mis respetos, y menos aún en los consejeros espirituales, sean de la confesión que fueren, pues los considero representantes de la ciencia ficción que chocan frontalmente con mi ferviente e irreverentemente agnosticismo – a la hora de contarle mis cuitas de todo tipo, que son muchas y variadas, unas confesables, con perdón, y otras menos, pero todas ellas al alcance de cualquiera que desee escucharme, y nadie mejor que esos admirables y respetados profesionales de las friegas y amasamientos varios que hacen las delicias de quien con gozo y fruición disfrutan plena y displicentemente de esos deliciosos frotamientos que hacen maravillas con el cuerpo y si me lo permiten, hasta con ese alma al que yo su lugar niego.
Y es que todo un mes de sesiones, de lunes a viernes, a razón de media hora en contacto directo, nunca mejor dicho, con tu masajista favorito - ya me gustaría a mí saber si incurro en incorrección manifiesta al hablar de masajista / masajisto, pues el corrector ortográfico me dice que nos es válido, aunque bien pensado, sólo es una máquina, así que qué sabrá ella – dado el hecho de que si lo deseas puedes elegir, aunque no siempre, y en todo caso, pienso que las manos femeninas, en cualquier caso, pero más en estos menesteres, son infinitamente más delicadas y sutiles a la hora de llevar a cabo un trabajo tan primorosamente grato a los sentidos – espero no estar enfangándome en terrenos algo pantanosos – pero la experiencia así me lo dicta, dado el hecho de que mis problemas musculares me obligan con frecuencia a recurrir a este placer de dioses que desde tiempos inmemoriales disfrutamos los mortales.
Día tras día, sometido al dulce acoso de esas manos, surge inevitablemente la espontánea charla que comenzará sin duda por el origen de la contractura, la lumbalgia o el inoportuno dolor que allí te ha llevado y que el primer día no dará para mucho más, hasta que con el tiempo, la charla se irá abriendo camino por otros derroteros, que puede ser, cómo no, el tiempo, que nos puede llevar al que hacía el fin de semana en su pueblo, allá en la sierra, en la provincia de Segovia; no me digas, de allá soy yo también; y sí, claro que lo conozco, de hecho el mío no está muy lejos, qué casualidad.
Y a partir de entonces, se entabla una amistad que nos lleva a una conversación permanente durante la media hora de cada día y que se aplaza hasta el día siguiente, en que un nuevo tema, quizás esta vez de la situación general del País, de lo mal que están las cosas, del paro, de la corrupción, de lo afortunados que somos al tener un empleo con el tremendo paro que hay, de lo angustiada que está la gente, de los que conocemos en esa situación, lo cual nos lleva a entrar en los detalles del trabajo que cada uno lleva a cabo, de los horarios, de los hijos, del ritmo frenético de vida que llevamos y así van surgiendo los temas.
Poco a poco se amplían los contenidos de las charlas, allí entre las cuatro paredes del pequeño cuarto, con la camilla como testigo de tantas confidencias más o menas sinceras, más o menos obligadas o espontáneas, pero siempre en un ambiente de relajación que las facilita y las hace más llevaderas, incluso en ocasiones únicas e irrepetibles, que solamente allí se exteriorizan, llevados sin duda por el agradable estado de laxitud latente, convirtiéndose así el sufrido fisioterapeuta en el sustituto ideal del psicólogo o del psiquiatra, con la ventaja de que las confidencias se ven favorecidas por la confianza que nos inspira quien no sólo nos concede el beneficio del placentero masaje, sino de la solícita paciencia de quien sabe escuchar.

lunes, 18 de febrero de 2013

UN ALTO EN EL CAMINO

Recuerdo haber visto una película, por otra parte muy conocida y de notable éxito, en la que el protagonista, cuando se narra su época de niño, siempre aparece corriendo por las calles de su ciudad, siempre volando para hacer los recados, para ir al colegio, para ir a su casa, para cualquier desplazamiento, y cómo los viejos sentados en sus tumbonas a la puerta de su casa, comentan entre ellos el hecho de que nunca lo viesen andando. Más adelante, ya en su época de juventud y dado el hecho de que continuaba con la misma actitud, pudieron al fin preguntarle el motivo de andar siempre con tanta prisa, a lo que él respondió con la ingenuidad y sinceridad propias de quien no anda sobrado de muchas luces  – y así se le caracteriza en la película – “no lo sé, pero la verdad es que después de tanto correr durante tantos años, no he visto que llegara a ningún sitio”.
Ingenuo y sabio al mismo tiempo, ya que sin saberlo ni por supuesto pretenderlo, había expresado una verdad rotunda, casi un axioma, una expresión nada falaz, ni vacía, ni mucho menos ausente de contenido, sino una auténtica declaración filosófica de intenciones llevada a cabo por alguien que no la expresa después de una detenida y profunda reflexión, ni es el resultado de una transmisión de una frase de un texto por él conocido. Es el fruto de la naturalidad, la frescura y la espontaneidad de quien dice lo que piensa, sin apoyarse en frases hechas.
Y sin embargo acierta plenamente, lo considero así y de este modo lo entiende tanta gente que tiende a rechazar el absurdo y vertiginoso ritmo de vida a la que nos somete esta sociedad que se conduce de una manera tal que parece que ha de llegar a su destino antes de salir del origen, que cada segundo perdido es una eternidad irrecuperable, todo un mundo perdido, por el que nos lamentamos de inmediato de una forma imprudentemente irreflexiva, sin mediar meditación alguna.
Considero que no incurre en el absurdo quién así piensa, aquel que desearía bajar el listón harto ya de sobrepasarlo y reducir la celeridad con la que nos movemos y manifestamos y reposar nuestros actos mirando un poco más hacia el interior de nosotros mismos y así, cerrando los ojos y aislándonos del mundo que nos rodea, aunque sea brevemente, aunque sólo sea por un instante, alejarnos del mundanal ruido que nos devora cada día, con la ayuda de los prodigiosos y a menudo mal empleados medios tecnológicos de comunicación que están logrando que nos alejemos cada vez más de nosotros mismos, a base de permanecer en constante y  pertinaz contacto con los demás.
Hacer largas caminatas mientras analizamos nuestra arqueología interior, conversar sin prisa, contar historias alrededor del fuego, observar con mucha atención, durante mucho tiempo, cómo se mueve la hoja de un árbol, o de qué forma pasa el viento sobre la hierba, porque ahí está la verdadera información, la verdadera noticia que es el misterio del mundo. Pertenecen estas sabias, relajadas y afortunadas palabras que ilustran este párrafo, al escritor Jordi Soler, y que reflejo aquí, porque las hago totalmente mías, ya que con ellas me identifico plenamente.
Posiblemente hayamos ido demasiado deprisa, sin tiempo apenas para meditar adonde nos conduce tan desenfrenado viaje. La verdad es que es difícil que con este infernal ritmo de vida, la mayoría de la gente pueda permitirse el lujo de pararse a meditar sobre el tema que nos ocupa. Ustedes mismos. 

jueves, 14 de febrero de 2013

UNA LLAMADA A LA SENSIBILIDAD

Repasando la historia de la Humanidad y profundizando en la consideración y el respeto por la vida que los hombres han tenido por sus semejantes a lo largo de los siglos, se llega a la conclusión de que el avance ha sido evidente, de que la vida ha dejado de ser un patrimonio de aquellos que podían decidir sobre la de los demás en medio de una barbarie donde el hombre tenía la consideración de un objeto al servicio de un poder absoluto que no estaba sometido a regla moral ni legal alguna, para el que la vida no era un bien intocable sino un capital propio del que poder disponer libremente y que solamente merecía su consideración en la medida en que pudiera ser útil a sus intereses por muy inconfesables y crueles que pudieran ser.
Los tiempos de la esclavitud quedaron atrás de manera formal, es decir, las leyes internacionales a nivel mundial la prohíben, pero ello no supone que haya desaparecido de la faz de la Tierra, donde no obstante sigue manteniéndose esa odiosa actividad, solapadamente, disfrazada de múltiples maneras que no logran disimular una espantosa sumisión a la que están sometidos millones de seres humanos y en la que los niños y las mujeres se llevan la peor parte, allí donde la vida no vale nada.
Sobrecoge la brutalidad con que eran tratados los seres humanos, bien por el poder establecido, bien por el fanatismo religioso que asoló Europa durante siglos, que para su desgracia y en la mayoría de los casos sin garantía judicial ni proceso alguno, llenaban las espantosas prisiones durante las épocas más remotas de la antigüedad, hasta hace apenas un siglo. Aterra el extremo salvajismo, el incalificable sadismo, la impiedad, la iniquidad y la insensibilidad más extremas e inhumanas, con las que se trataba a los infelices que caían en las mazmorras, cebándose con ellos en un acto de atrocidad inexplicable e injustificable, que rebajaba a los verdugos y a sus mentores, al nivel de las bestias más despiadadas.
¿Cómo el ser humano puede llegar a los citados extremos de crueldad y sadismo? ¿Cómo es posible que conocidos sátrapas, dictadores y tiranos varios, que han asolado y pisoteado los derechos más elementales del hombre, sean capaces de mostrar ternura, afecto y delicadeza por un familiar, por un animal  al que acarician con dulzura y mimo y por el que sienten un especial afecto, cuando a la vuelta de la esquina se convierten en los seres crueles y despiadados que en realidad son? No podemos negar por ello al ser humano, ni a desterrarlo definitivamente como el ente justo y bondadoso que puede llegar a ser, pero el desconcierto ante estas actitudes, nos mantiene en una duda razonable.
Leo con profunda consternación, pasmo y desconcierto, que en el foro democrático donde estamos todos representados, en el Congreso de los diputados, se va a discutir y casi con toda seguridad aprobar, una triste y sombría propuesta del gobierno actual, declarando las corridas de toros bien cultural, quedando a la misma altura y consideración que los museos, las catedrales, las bibliotecas, y todos los bienes culturas que rinden culto a la belleza creada por el ser humano a lo largo de la historia.
Es una ofensa frontal e incalificable a la sensibilidad y a la capacidad del ser humano para mostrar admiración y respeto por todo lo bello, hermoso y delicado que nos rodea, por su inagotable capacidad de mostrar sentimientos de amor y amistad y por su permanente e innato rechazo hacia una cruel violencia que ésta mal llamada fiesta nacional representa, amparada por una derecha, que como siempre, es incapaz de manifestar sensibilidad alguna y por una oposición de izquierda hipócrita y falsa que sólo vela por sus inconfesables intereses.

lunes, 11 de febrero de 2013

LA PERVERSIÓN EN LA SONRISA

Quinientos años llevan tratando de descifrar la enigmática sonrisa de la Gioconda o Mona Lisa de Leonardo Da Vinci, aquellos que se empeñan en ver en ella algo más que un simple acto gestual de un rostro conocido universalmente y para los que continúa siendo un misterio, dónde tratar de adentrarse con el fin de interpretar esa intrigante mirada a la que se le atribuyen centenares de bondades en unos casos y de otras tantas aviesas perversiones en otras, en un desatado intento de penetrar en un enigma que tantos quisieran desentrañar, para el que tantas interpretaciones caben y para el que no hay solución definitiva alguna, ya que Leonardo no dejó rastro alguno, ni sobre el origen del cuadro, ni sobre la identidad del contenido, ni mucho menos proporcionó pista alguna sobre la intencionalidad supuesta de una mirada que tiene en ascuas a entendidos y profanos del arte, estudiosos o no, del Renacimiento Italiano.
No es el único caso, pero sí el más conocido, sin lugar a dudas, ya que es relativamente fácil y común a la hora de estudiar un cuadro, interpretar las poses, los gestos, y sobre todo las miradas de quienes lo componen, con la conclusión no siempre única, unánime y concluyente, acerca de la intencionalidad del autor a la hora de comunicar sus intenciones y pretensiones más o menos clarificadoras que no siempre sabremos interpretar, pues no es fácil deducir de una determinada actitud, gesto o pose concreta de los personajes representados, lo que el autor quería trascender a la posteridad, a la hora de crear su obra.
Sonrisa bondadosa, sonrisa irónica, soberbia, malvada, despectiva, dulce, altiva, familiar, cariñosa, rebelde, sincera, falsa, burlona, desdeñosa, atrevida, altanera, triste, alegre, temerosa, cordial, afectuosa, distante, explosiva, franca, abierta, forzada, coqueta, envidiosa, tierna, cómplice, tímida, sarcástica, sonrisa a medias o media sonrisa, tan habitual, tan discreta, elegante y formal que siempre queda bien, que no desentona en ningún ambiente, ni forzada, ni estrictamente espontánea, sencillamente una sonrisa cordial al alcance de todos.
Es sin duda alguna, trasladándonos a los tiempos actuales, una media sonrisa, mitad soberbia, mitad burlona, con tintes despectivos y con una suficiencia altanera que causa estupor e irritación a manos llenas y que habla por sí sola de la desfachatez y desvergüenza de este nuevo y último energúmeno corrupto, amasador de fortunas de dudoso origen y de sospechoso destino cuando a repartir sobres se dedica, a la par que evade ingentes cantidades a paraísos fiscales lejos de su País, lejos del alcance del control al que todos estamos sometidos, y todo ello sin abandonar esa apenas incipiente sonrisa que descoloca a cualquiera, sin exhibir el más mínimo nerviosismo mientras se dirige a declarar ante la oportuna autoridad judicial, entre los improperios de la gente que le recibe regalándole sus mejores adjetivos al uso, siempre con su carpeta bajo el brazo, también mínima, quizás para no despertar sospechas de tan abultado, suculento y próspero negocio al que se dedica.
Otro cuadro que hoy podemos contemplar, que como el anterior se puede apreciar sin visitar museo alguno y que está de máxima actualidad, el que representa a la altanería más acendrada, con una ausencia total de sonrisa perceptible alguna, pero con un talante y una soberbia, que aunque sumamente rebajada por los acontecimientos negativos que le han ido minando poco a poco, solía exhibir con frecuencia, a la par que añadía sin rubor, ante los medios de comunicación que iba a declarar para dejar bien claro que iba a defender su dignidad y su honorabilidad sin tacha, con una alteza y majestuosidad – curiosamente de ambos conceptos se aprovechó para sus lucrativos fines – que hoy ya no presenta, ante la abrumadora evidencia de los hechos de los cuales se acusa a este singular personaje.
Son dos ejemplos nada más del panorama actual que campa por sus sonrisas perversas y sus noblezas caducas de guante blanco. Nos quedamos con la indefinible sonrisa de la Mona Lisa, indescifrable pero no intrigante, enigmática pero sin soberbia alguna, con una pizca de ironía, segura, limpia, clara y elegante, como la mano de su genial creador, el gran maestro Leonardo da Vinci.

viernes, 8 de febrero de 2013

POR EL CAMINO VERDE

El secreto de la genialidad es el de conservar el espíritu del niño hasta la vejez, lo cual equivale a decir que nunca jamás se ha de perder el entusiasmo. Esta expresión atribuida a Aldous Huxley, autor entre otros títulos de Un Mundo Feliz, es una de las muchas que podríamos citar, todas ellas referidas al influjo que la infancia tiene en el resto de la vida de todo ser humano, de la importancia de conservar para siempre la esencia de aquellos tiernos e irrepetibles años que harán del resto de nuestros días un camino más llevadero, a la par que, tal como afirma Huxley, conservar la capacidad de entusiasmo y la ilusión necesarios para afrontar un futuro que cada vez se irá alejando más de aquellos tiernos años.
Los recuerdos de los primeros años de Machado en un patio de Sevilla y un huerto claro donde madura el limonero, en aquellos días azules y soleados de la infancia. Los primeros años de Lorca, que según él mismo decía, era todo campo, pueblo, pastores, juegos, cielo, canciones y soledad en la campiña granadina que tanto amó, con su eterna risa contagiosa que nunca le abandonó, una risa silvestre, de infancia, una risa radiante e inagotable. La infancia de Miguel Hernández en su Orihuela natal en la huerta, la montaña, las cabras que pastoreó, el recuerdo de ausencia de su hijo en nanas de la cebolla y cuando canta: Rueda que irás muy lejos / Ala que irás muy alto / Torre del día, niño.
Son tres recuerdos de infancia de tres grandes poetas, como podríamos citar tantos otros espíritus libres y sensibles, que movidos por la ternura e inocencia de aquellos años, no perdieron la oportunidad de volver la vista atrás y sacar a la luz a ese niño agazapado que llevamos en lo más profundo de nuestro ser, que nos acompaña siempre, que nos avisa de vez en cuando de que sigue ahí, y al que recurrimos alguna vez en nuestra vida en momentos de profunda soledad, de honda tristeza, de abandono y melancolía por el que todos pasamos de forma inevitable, porque todos estamos inmensamente solos, aislados en nuestro mundo interior.
Regreso con frecuencia a mis primeros años de la infancia vivida en el campo, y lo hago siempre que retorno al pueblecito donde nací, cerca de la sierra, del río cercano, de los montes que lo circundan, de las verdes praderas, de las susurrantes alamedas, de los desiertos campos de labor, silenciosos, austeros y solitarios, que infunden paz y sosiego, surcados por múltiples veredas, sendas y caminos, que rompen la gratificante serenidad del entorno.
Seguir esos estrechos caminos, esas delicadas sendas y frágiles veredas, es repasar y revivir aquellos inolvidables años de la niñez, cuando por primera vez los recorría tratando de averiguar hasta donde llegaban, donde terminaban, cuál era su final, qué se escondía al término de aquel camino entre el río y el Monte, de aquella vereda más allá del Plantío que parecía perderse en la Sierra, de aquella senda que parecía inacabable, demasiado lejana para ser explorada por una mente infantil en la que bullía el afán de descubrir, de conocer, de llegar más lejos cada día en busca de lo desconocido, de todo aquello que la vista era capar de abarcar.
Y llegó un día en que no quedó ningún nuevo camino por explorar, incluido el que llegaba a la casa del monte,  tan enigmática, tan sola, allá en la lejanía, visible desde el pueblo, en una hondonada a modo de pequeño valle entre dos crestas del monte. Había que atravesar el río por el puente del Molino y penetrar en el bosque de encinas y robles hasta llegar a la solitaria casa. El camino de la Fresneda, de Santa Marta, del Rebollar, todos se despojaron del misterio con el que los había arropado, y a los que ahora, muchos años después, vuelvo a recorrerlos uno a uno, deleitándome en el profundo y revelador silencio que me acompaña, dejando aflorar los múltiples recuerdos que a cada paso acuden a esta mente ya madura, que no renunciará jamás a rememorar los años de infancia, recorriendo estos hermosos lugares que a ella nos devuelven en un mágico y maravilloso viaje al período de la infancia.
Mi madre, a quien como a mi padre, tanto echa de menos el niño que siempre habitará en mí, solía cantar una canción cuyos primeros versos comenzaban así: Por el camino verde / Camino verde que va a la ermita / Las flores se han secado / Las Azucenas están marchitas.
 Sirva este recuerdo de agradecido homenaje hacia ellos, con quienes tantas veces recorrí esos añorados caminos.

lunes, 4 de febrero de 2013

LA DEMOCRACIA ES UN CLAMOR

Recientemente he visto Lincoln, una magnífica y recomendable película sobre el decimosexto presidente de los Estados Unidos, que logró la emancipación de los esclavos al conseguir aprobar la decimotercera enmienda de la constitución y abolir la esclavitud en un País dividido entre los estados del sur, esclavistas, y los del norte, abolicionistas, que ocasionó una cruel guerra que se prolongó durante cuatro años y que ocasionó más de medio millón de víctimas, incluida la del propio Presidente Lincoln que fue asesinado, sin duda por su defensa de la justa causa de la población negra, de la lucha por su libertad y de la democracia amenazada por una injusticia de siglos.
La principal motivación que me indujo a ver esta película, al margen de la indudable atracción que ejerce un personaje como Lincoln, que marcó un hito histórico al lograr la abolición de la esclavitud, era la de disfrutar con el actor que le encarna en la ficción, que admiro, que se prodiga el mínimo posible en su siempre admirable y encomiable trabajo, y que lleva a cabo dicha función de una manera impecable, logrando una interpretación de una grandísima altura que hace que la dramatización sea absolutamente creíble, y que junto con el resto de los actores, consigan que el espectador se vea absolutamente absorbido, entregado y movido a la emoción y a la reflexión sobre los hechos que se narran con una extraordinaria brillantez.
La película es un canto a la libertad, a la igualdad y a la democracia, así como un alegato en contra de la monstruosidad de la guerra, que no obstante se justifica como un mal menor necesario, ya que pese a la crueldad de la misma, se consiguió que la aberrante esclavitud fuese derogada. No se omiten los aspectos pretendidamente oscuros que pudieran darse durante el mandato de Lincoln, como pudieran ser la compra de votos con el objeto de conseguir la necesaria mayoría de congresistas para ganar la votación u así lograr el gran objetivo que no era otro que el de la abolición de la esclavitud, lo cual nos lleva a la misma conclusión y razonamiento anteriormente exhibido con la Guerra de Secesión, y es que se puede considerar como un mal necesario para conseguir unos objetivos, cuya superior consecución los exculparía.
Así lo entiende Lincoln, y así lo propugna, lo publica y lo lleva a cabo, consiguiendo al final su propósito terminando con una vergüenza de alcance universal como era la esclavitud, que no obstante tardaría mucho tiempo en llevarse a cabo de hecho, aunque de derecho comenzó en el mismo momento en que se aprobó la decimotercera enmienda a la Constitución de Estados Unidos de América, de enormes contradicciones, pero que nadie puede negarle su capacidad para instaurar una sólida democracia desde el mismo momento de su fundación como Estado independiente.
Salgo del cine y me encuentro con las primeras noticias sobre nuevas corruptelas, cobros indebidos que salpican ya a las más altas jerarquías del Estado, a los aledaños de la Corona, y a un ex tesorero del partido político gobernante, que evaden y reparten cifras millonarias y que pese a ello se acogen a una amnistía fiscal infame e injusta, que agrede y ofende profundamente a una ciudadanía sumida en la desesperación y el abandono por una clase política dirigente que nos conduce a un abismo sin fondo.
Al día siguiente me levanto con las noticias sobre las cifras del paro en enero de este infeliz dos mil trece: ciento treinta y dos mil parados más, a razón de una media diaria que alcanza unos valores espantosos, inasumibles e insufribles por parte de unos ciudadanos que se quedan en la más tremenda de las situaciones, sin trabajo, sin prestación alguna  muchos de ellos, y lo que es peor, sin futuro.
Vuelvo la vista atrás, a Lincoln y a su época, a un político honrado a carta cabal, que luchó por sus nobles ideales y que pagó con su vida por ello. No les pedimos que a tanto lleguen los que nos gobiernan aquí y ahora, pero sí les exigimos la honestidad, la integridad y la dignidad que hasta ahora no han mostrado. Si de ello no son capaces, deben ser relevados de inmediato de unos cargos que no merecen desempeñar. Deben dimitir o ser dimitidos, cuanto antes, sin demora, antes de que condenen a toda una generación a la frustración, a la desesperación y la pérdida de toda perspectiva en un porvenir que les están negando y a la negación de toda credibilidad en una democracia dañada por quienes fueron elegidos para protegerla de todas aquellas agresiones a las que hoy se ve sometida.

viernes, 1 de febrero de 2013

LA HISTORIA INVEROSÍMIL

Es de aceptación general que la historia miente con relativa frecuencia, que los relatos que hoy leemos sobre tiempos pasados remotos, por muy documentados que estén, y generalmente no lo están en su mayoría, salvo los muy próximos, están viciados y tergiversados a la hora de transmitirlos a la posteridad, bien por sus observadores directos, bien por quienes estaban encargados de ponerlos en conocimiento de las generaciones futuras, con el objeto de dar a conocer la versión más acorde a sus oscuros intereses, la cual los dejaría, en unos casos en mejor lugar, en otros dándole un giro completo al inconfesable suceso, al bochornoso desastre, al inmoral, vergonzoso y deshonroso hecho, cuando no a la ocultación más cicatera y falsa del humillante desastre.
Esta concepción de la historia no es patrimonio exclusivo de tiempos pasados que hoy podemos leer en los libros y documentos que nos legaron nuestros antepasados, sino que está sucediendo ahora mismo, con la historia que vivimos y escribimos cada día, que pese a estar apoyada por los modernos medios técnicos de comunicación, continúa exactamente igual que en el pasado, es decir, cada uno cuenta la historia como le interesa, apoyándose precisamente en esos medios tecnológicos que se prestan tanto para afirmar la verdad convirtiéndola en incontrovertible, como para falsear, tergiversar y cambiarla al antojo del emisor correspondiente que genera la notica. Nos hará ver lo que él considere que debemos ver.
No hacemos referencia solamente a los hechos históricos, sino a los personajes que formaron parte de ellos, de los cuales fueron protagonistas, bien principales, bien secundarios, de los cuales jamás conoceremos la verdad, salvo de aquellos, muy pocos, que a base de investigación, pese a la poca documentación existente, y de un ímprobo esfuerzo por conocer la verdad, se ha llegado a conocer su auténtica trayectoria vital e histórica, verdad que en la mayoría de los casos suele empeorar la figura idílica que nos habíamos formado del personaje, emborronando y empobreciendo su imagen hasta el extremo de dejarla irreconocible a nuestros incrédulos ojos.
Soy un apasionado de la historia que procura mantener una pertinaz y perpleja distancia de cuanto leo sobre el tema, con una actitud permanente de análisis discriminatorio, siempre a la defensiva, salvo en determinados y honrados casos que me ofrecen toda la confianza y verosimilitud histórica contrastada, con los cuales disfruto, en la casi total seguridad, con las oportunas reserva, de que lo narrado corresponde a la realidad, merced a una seria y exhaustiva investigación y apoyo documental de los hechos tratados.
Hablamos de bibliografía, de la narración histórica plasmada en los libros, en papel, no de su tratamiento en documentales y sobre todo, en el cine, donde los personajes adquieren una realidad material, un aspecto humano, a quienes se les hace hablar, moverse, gesticular y expresar emociones y sentimientos, que casi con toda seguridad, sobre todo si pertenecen a épocas remotas, no se corresponden en absoluto con los personajes a los que se da vida en la ficción.
He seguido parcialmente la serie televisiva sobre Isabel la Católica. Existen retratos y descripciones de la Reina que han llegado hasta nosotros y que desmienten absolutamente el aspecto con la que nos la presentan. Era baja de estatura, con un rostro no muy agraciado, algo regordeta y con unos labios finos, pequeños y pronunciados que le daban un aspecto característico que nos es familiar desde los estudios de bachillerato, y que en nada se corresponden con la actriz que da vida al personaje, una joven agraciada, joven y esbelta, que en nada se asemeja a Isabel de Castilla.
Me resulta harto complicado admitir que el comportamiento y la soltura con el que se desenvuelven los émulos de lsabel  y Fernando, ella con un desparpajo y una actitud cuasi liberal que no se corresponde con la Isabel severa, fría y calculadora, fanática religiosa, que no dudó en expulsar a los judíos de España en lo que constituyó una tremenda intolerancia, error histórico donde los haya, decisión que tomó junto con su esposo Fernando, al que presentan en la serie siempre sonriente, alegre y dicharachero, cuando lo más seguro es que mantuviera una actitud más grave y austera, en definitiva, más seria, más egregia.
Afortunadamente los escenarios donde se desarrollaron los hechos, y me refiero sobre todo a los de la hermosa ciudad de Segovia, que son los que conozco, se corresponden fielmente con la realidad, lo cual resulta al menos tranquilizador. Allí se desarrollaron en verdad los hechos que se narran, tal como los contemplaron Isabel y Fernando.
Me sigue cabiendo la duda de si efectivamente fue el diablo, y no los romanos, quién en una noche puso en pie el soberbio y majestuoso Acueducto que hoy nos sigue maravillando en esta nuestra querida ciudad de Segovia. Pero confieso que no me preocupa en exceso. Si se hubiese atribuido su origen a los infieles árabes, quién sabe si se hubieran hecho con él como con tantas mezquitas y edificios musulmanes en su tiempo, es decir, sobre sus cimientos se habría edificado un templo cristiano o se habría cubierto para evitar su pecaminosa contemplación, como tantos ejemplos podemos contemplar hoy en día, y eso sí sería absolutamente insoportable.
Quién sabe, quizás un día haya que proteger el Acueducto con una cristalina, limpia y purísima cubierta de cristal con el objeto de protegerlo y que las generaciones futuras disfruten de una joya única que nos legaron nuestros antepasados y que tenemos la obligación de transmitir a las generaciones futuras. Con ello no estaríamos cambiando la historia ni tergiversándola, si no intentando prolongar en el tiempo un legado histórico absolutamente irrepetible.